Separados por muchos siglos de Historia, unidos en la práctica eximia de la virtud de la pureza, dos varones castos fueron escogidos por Dios para las más altas misiones de su época. La segunda fue prefigurada por la primera.
Para llegar hasta la cúpula de la Basílica de San Pedro es necesario usar la escalera. La forma curva del monumento impide implementar ascensores u otros avances tecnológicos. El que va subiendo por cada uno de los más de doscientos peldaños siente, a la vez, el peso del cansancio y el aliento de la esperanza: “¿Cómo será el panorama desde allí arriba?”. Al final de la ardua empresa, el premio compensa el esfuerzo: la amplia visión deleita los ojos.
También Dios, nuestro Señor, el pedagogo infinitamente sabio, lleva a los hombres hasta los más altos misterios de la fe por medio de ciertos “escalones” que Él mismo ha establecido para facilitar la ascensión. Así pues, antes de la venida del Mesías, Yahvé multiplicó los signos, los símbolos y la prefiguras suyas. Pensemos en el cordero inmolado en el culto mosaico y su vínculo emblemático con el sacrificio del Calvario. El propio Jesús fue llamado por San Juan Bautista “Cordero de Dios”.
Análogamente, los privilegios de la Virgen estuvieron representados por grandes personajes del Antiguo Testamento: María, la hermana de Moisés, Judith, Esther, Débora y tantas otras. Cada una de ellas, de alguna manera, fue depositaria en un grado menor de las perfecciones que enriquecieron de forma indecible a la Virgen Madre, estando con relación a Ella como los tipos para el arquetipo. La Madre de Dios, bendita entre las mujeres, reúne en sí y refina las perfecciones de esas eminentes damas que la precedieron.
Del mismo modo, para abrir nuestros corazones al misterio de la santidad de San José, esposo de María y padre legal de Jesucristo, encontramos en la Antigua Alianza, una prefigura atrayentísima y llena de virtudes: José de Egipto, hijo de Jacob.1 Fue un modelo de varón perfecto elegido por Dios para llevar a cabo una misión de enormes proporciones, como lo fue San José, hijo de David.
Analicemos y confrontemos ambos patriarcas, admirando y adorando la sabiduría y la fuerza de Dios que los santificó y glorificó de esa manera.
El Señor muestra su predilección por el hijo de Jacob
“Israel amaba a José más que a todos los otros hijos, porque le había nacido en la vejez, y le hizo una túnica con mangas” (Gén 37, 3). Al ser hijo de Raquel y haber nacido de ella tras un largo período de esterilidad, el afecto de Jacob por su hijo José era tierno e intenso. Lo vestía con una elegancia y un lujo superior al de sus otros hermanos, quienes al percibir dichos sentimientos paternos comenzaron a alimentar una oscura y sórdida envidia: “Al ver sus hermanos que su padre lo prefería a los demás, empezaron a odiarlo y le negaban el saludo” (Gén 37, 4).
No obstante, la predilección que más honró a José fue la del mismo Dios. En efecto, le reveló su preeminencia futura sobre toda su familia:
“Un día José tuvo un sueño y se lo contó a sus hermanos, que lo odiaron aún más. Les dijo: ‘Escuchad este sueño que he tenido. Estábamos atando gavillas en el campo, y de pronto mi gavilla se levantó y se mantuvo en pie, mientras que vuestras gavillas la rodeaban y se postraban ante ella’. Sus hermanos le dijeron: ‘¿Acaso vas a ser tú nuestro rey o vas a someternos a tu dominio?’. Y lo odiaron todavía más a causa de sus sueños y de sus palabras. Aún tuvo otro sueño, que contó también a sus hermanos: ‘He tenido otro sueño: el sol, la luna y once estrellas se postraban ante mí’. Cuando se lo contó a su padre y a sus hermanos, su padre le respondió: ‘¿Qué significa ese sueño que has tenido? ¿Es que yo, tu madre y tus hermanos vamos a postrarnos por tierra ante ti?’. Sus hermanos lo envidiaban, pero su padre guardaba la cosa para sí” (Gén 37, 5-11).
Los vaticinios del niño se cumplirían al pie de la letra, como la Historia nos mostrará. Después de muchas aventuras, José llegará a ser el hombre de confianza del faraón de Egipto y su familia se trasladará allí, bajo su cuidado y protección. La escena de los astros que se postran ante él se realizará como lo había previsto aquella noche. Fue llamado a salvar al pueblo elegido y a guiarlo en una situación de carestía que podía haberlo exterminado. Pero gracias a su disposición las tribus de Jacob pudieron crecer y multiplicarse, dando origen a una nación numerosa.