Entre otros predicados, el privilegio de la Inmaculada Concepción dota a la Santísima Virgen de tal pureza y elevación, que le confiere una noción incomparable del bien y del mal. Nacidas de esa altísima noción, la intransigencia y la combatividad de María sirven de modelo para toda la humanidad.
Un comentario que podríamos hacer con respecto a la Inmaculada Concepción de Maríasería considerarla como modelo de insuperable combatividad e intransigencia. ¿En qué consiste la combatividad y la intransigencia, y por qué podemos decir que Nuestra Señora es, en cuanto concebida sin pecado original, el modelo de esas virtudes?
La intransigencia nace de la comprensión y del amor a un noble ideal
La intransigencia consiste en lo siguiente: cuando tenemos enteramente claro en nuestro espíritu qué es el bien y cómo debe ser algo para poder considerarlo bueno; y cuando tenemos esa noción llevada hasta el punto de la sublimidad, comprendiendo la expresión más alta del bien con respecto a eso, nace entonces la intransigencia en la defensa de esta idea.
Tomemos, por ejemplo, la figura de un buen sacerdote. Una persona que comprenda la vocación sacerdotal en toda su sublimidad, la virtud de la cual debe estar imbuido el sacerdote, y que forme una idea profunda – no una mera impresión cogida superficialmente – de la alta realidad contenida en ese estado de vida, se vuelve verdaderamente intransigente en relación con todo lo relativo al sacerdocio. Porque, como la persona comprendió y amó un ideal altísimo, ella necesariamente lanzará una condena severísima a lo que contradiga ese ideal. Por haber comprendido y amado ese bien hasta el fin, la persona puede comprender y sondar toda la malicia que hay en lo contrario, rechazando éste completamente, de modo intransigente, o sea, sin tolerarlo.
En el contraste con el mal se comprende mejor la excelencia del bien
Precisamente, esta es la intransigencia que procede de esa elevada concepción y noble aceptación de las cosas verdaderas y buenas, y que genera, entonces, el rechazo del mal.
Por causa de la estructura del espíritu humano, se puede decir que, de algún modo, formada la intransigencia, la visión y la consideración del mal refuerzan el amor al bien. Porque en el contraste con el mal, la persona comprende mejor la excelencia del bien, encontrando así un medio para amarlo más.
El contrarrevolucionario, entendiendo bien en sus aspectos más altos toda la grandeza de la causa a la cual se dedica, también puede comprender perfectamente la dignidad y la excelencia de esa vocación, y lo que ella le exige a quien la recibe. Por eso, él forma una idea altísima y muy amada de esa vocación, que lo hace intransigente con relación a todas las flaquezas y deficiencias en la vocación, y para con todos aquellos que procuran perjudicarla desde afuera.
Por lo tanto, de esa alta idea nace un rechazo a lo opuesto, pero en la consideración del mal esa misma idea recibe además un refuerzo.
La combatividad, hija de la intransigencia
La combatividad es una consecuencia de la intransigencia. Quien es enteramente intransigente debe querer el exterminio completo del mal que tiene delante de sí. De lo contrario, no será intransigente. Por eso, el deseo de extinguir aquel mal debe llenar su vida como un verdadero ideal, sin sosegarse mientras no haya liquidado aquel error que, de hecho, quería liquidar.
Surge, entonces, la combatividad, es decir, el deseo de eliminar el mal efectivamente, sin dejar vestigios ni raíces, de tal manera que nunca más pueda renacer. Derrotar el mal hasta el punto de avergonzarlo, causando a quien contemple esa derrota un horror al mal y un amor al bien aún mayores. Esa posición es, propiamente, la combatividad, hija de la intransigencia.
“Reducir a polvo por el fuego”
En el antiguo Derecho portugués había una expresión que indicaba de modo muy sintomático esa execración al mal: “reducir a polvo por el fuego”. En la época en que se aplicaba la pena de muerte, cuando un reo era condenado por un crimen horroroso, lo mataban – a veces de un modo cruel, poco a poco, a golpes o por medio del tormento de la rueda –, quemaban su cuerpo hasta reducirlo a cenizas, las cuales después eran lanzadas al mar. Es decir, no sobraba nada.
He ahí una imagen de la combatividad verdadera que no quiere que resten ni siquiera las cenizas, sino apenas un recuerdo del horror del mal practicado.
No me refiero a la eliminación de la persona, sino que tengo en vista algo mucho más importante y difícil: es la extinción de una mala costumbre, de una ley inicua, de una idea mala, de una doctrina falsa. Cualquiera es capaz de matar a un hombre en un momento de cólera; hay muchos criminales que asesinan personas por ahí. Pero querer acabar con una institución perversa, con una idea errada, en fin, con el mal, este es un punto característico de la combatividad nacida de la intransigencia. A veces esa combatividad podrá ser fría, sin embargo, siempre será inexorable.
Modelo de intransigencia y combatividad
¿Cuál es la relación entre lo expuesto hasta aquí y la Inmaculada Concepción?
Nuestra Señora, siendo concebida sin pecado original, no tenía en sí absolutamente nada de malo. Y poseía, en esta Tierra, todas las facilidades para dar una correspondencia perfecta en todo momento a la gracia de Dios. De tal manera que en Ella la grandeza natural y la grandeza sobrenatural entraban en una fusión, en una armonía profunda y estupenda.
En consecuencia, la Santísima Virgen estaba dotada, como nadie, de una elevadísima noción de la gloria y de la santidad de Dios, de la obligación que tienen todas las criaturas de dar gloria a Dios; y, por esa causa, de un altísimo horror a aquello que el pecado representa. De donde una combatividad acendrada 1 , en el sentido de execrar toda forma de mal.
Comprendemos así, por qué Nuestra Señora es comparada a un ejército en orden de batalla: castrorum acies ordinata 2 . Y también la razón por la cual se dice de que Ella sola exterminó todas las herejías en toda la Tierra: es exactamente porque María Santísima es el modelo de la intransigencia y de la combatividad, virtudes que podemos comprender mejor a través del privilegio de su Concepción Inmaculada.
Al conmemorar, pues, la Inmaculada Concepción de María, debemos pedir un altísimo grado de amor que nos lleve a querer ser intransigentes de un modo insondable, hasta un punto inconcebible.
Me acuerdo que Santa Teresita del Niño Jesús, en la “Historia de un alma”, manifiesta el pesar que sentía de no poder ser un guerrero que estuviese manejando la lanza contra los enemigos de Dios hasta los confines de la Tierra. ¡Así es el alma de un santo! Quiere verdaderamente combatir en todos los lugares, en las formas más adecuadas y legítimas de combate.
Por lo tanto, debemos pedir hoy ese destello de combatividad unido a la santidad, correspondiente a la forma especial de pureza de aquellos que verdaderamente son hijos y procuran tener el espíritu de Nuestra Señora.
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1) N. del T.: Pura y sin mancha ni defecto.
2) Cf. Cnt. 6, 10. (Revista Dr. Plinio, No. 189, diciembre de 2013, p. 10-13, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencia del 8.12.1966)