La respuesta de San José

Publicado el 03/01/2013

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Llegó sofocada por la carrera y ató con mucho cuidado una nota en la patita de su paloma. Echándola al aire, se quedó esperando con confianza la respuesta del Santo Patriarca.

 

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Bárbara Honorio

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Catalina, una joven y piadosa costurera, siempre había tenido mucha devoción a San José. Desde muy pequeña, su abuela le enseñó que el gran Patriarca de la Iglesia velaba, con mucho cariño, por las necesidades espirituales y materiales de los que a él recurren, pues había sido el guardián y administrador de la Sagrada Familia. En la iglesia de su pueblo existía una hermosa imagen del santo que visitaba todos los días, después de Misa, con mucho recogimiento y fervor.

 

Su familia era humilde y muy religiosa. Su madre se había quedado viuda muy pronto y, por eso, las dos vivían con la abuela, y se mantenían de las labores de costura de ambas. Hábil e inteligente, desde muy niña aprendió a coser y bordar, y lo hacía a la perfección. Trabajaba en un taller de alta costura y era la mejor profesional del lugar. La propietaria del establecimiento, doña Marieta, la estimaba mucho y reconocía su talento.

 

Además de atender a los clientes con mucha educación y cordialidad, mantenía con ellos una breve conversación contándoles historias de santos y animándoles en la fe. Así que algunos la tenían como confidente, pues oía sus problemas y dificultades con interés y les daba buenos consejos, sin dejar de recomendarles mucho amor a San José.

 

Sin embargo, se vio en la necesidad de disminuir un poco su trabajo a causa de una súbita enfermedad de su abuela. Al tener que dedicarse por completo a ella, no tuvo más remedio que dejar su empleo para hacer de enfermera particular de la anciana. La pobre mujer tuvo una enfermedad bastante prolongada y dolorosa, agotando todos los ahorros de la familia. Los ingresos de su madre no alcanzaban para todo…

 

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Y terminaron contrayendo varias deudas que pagar. Después de haberse recuperado finalmente la buena señora, Catalina intentó volver al trabajo, pero en el taller ya habían ocupado su puesto y tenía que esperar una larga cola hasta que le tocara su turno… Por mucho que doña Marieta la tuvie ra en consideración, esta señora era una mujer de negocios y no estaba dispuesta a contratar a nadie más sin necesidad, y tampoco despediría a la nueva empleada sin causa justificada.

 

Como el pueblo no era muy grande, la muchacha tenía pocas oportunidades.

 

Se le había ocurrido coser por cuenta propia, pero sería bastante difícil conseguir clientes, porque éstos seguirían acudiendo al taller. La única salida que le quedaba era regresar allí, pues necesitaba pagar las deudas y ayudar a mantener la casa. Pero, ¿cómo irían a admitirla de vuelta?

 

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No quería perjudicar a la nueva costurera, pues también debía necesitar el trabajo…

 

Viéndose en tan gran dificultad, se dirigió a la iglesia y se puso de rodillas ante San José, pidiéndole que no le fallara en esta urgencia. De pronto, tuvo una inspiración y se fue corriendo a su casa.

 

La joven tenía como mascota una paloma muy mansa, con la que jugaba y se distraía. Era tan cariñosa con el animalito que la paloma estaba acostumbrada a dar su paseo aéreo todos los días, regresando por la tarde tranquilamente, sin perderse nunca. Al llegar a casa, algo sofocada por la carrera, escribió una nota en un papelito. Cogió a la paloma y se lo amarró en la pata con mucho cuidado. Echándola al aire le dijo:

 

— Vuela, palomita, y llévale este recado a San José.

 

Y se quedó sosegada, con la certeza de que ese urgente mensaje cruzaría los cielos y llegaría hasta el Santo Patriarca. Más tarde, casi al atardecer, la paloma regresó a casa, sin el papel en la patita… ¡La respuesta de San José no se había hecho esperar mucho tiempo!

 

Al día siguiente, bien temprano, doña Marieta llamaba a la puerta de la casa de la joven preguntando por ella. Después de saludarle le dijo enseguida:

 

— Catalina, he venido tan pronto porque necesito tus servicios hoy sin falta.

 

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Entonces le contó lo que le ocurrió. Esa misma mañana, antes de rayar el día, había recibido la visita de un venerable anciano, encomendándole algo muy importante, de parte de la mujer más rica del pueblo vecino. Quería varios bordados para decorar su nueva casa, así como un vestido para el cumpleaños de su hija, que cumpliría quince años en breve. Sin embargo, hacía hincapié que el trabajo fuera hecho por Catalina, porque había tenido noticias de que era la mejor costurera y bordadora de la comarca. Como la propietaria del taller le comentó que ya no trabajaba allí, el anciano le dijo que entonces se llevaría el material de vuelta, pues había recibido expresa recomendación al respecto.

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Al percibir que el encargo valía la pena para su negocio y su fama no dudó un instante en afirmarle al respetable señor que la muchacha retomaría sus actividades ese mismo día. Siendo así, el hombre dejó los tejidos y los diseños según los cuales debía ser ejecutada la labor y se marchó. Allí estaba, pues, doña Marieta suplicándole a la joven que regresase al trabajo.

 

No pudiendo contener las lágrimas de la emoción, le contó a su jefa lo que había hecho la tarde anterior.

 

¡Qué rápida llegó la respuesta de San José! La dueña del taller también se emocionó y quiso acompañar a su empleada y amiga a la iglesia, a donde se dirigieron junto con la madre y la abuela de Catalina, para agradecer a su santo protector tan gran beneficio.

 

El episodio se propagó por los alrededores, favoreciendo enormemente la piedad de todos. La joven encargó una Misa solemne de acción de gracias por el auxilio recibido de su ilustre patrón. Con motivo de su fiesta, que no tardaría mucho en llegar, calles y plazas se engalanaron para aclamar al gran Patriarca de la Iglesia, con la seguridad de que su ayuda no le faltará nunca a ninguno de los que recurran a él con amor y confianza, y le dieron el título de patrón del pueblo.

 

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