Imaginando aspectos de la Santa Casa de Nazaret, el Dr. Plinio comenta las realidades sublimes de la vida cotidiana de la Sagrada Familia, así como el encanto y la admiración del Santo Matrimonio por su Hijo Dios.
Es común encontrar estampas con representaciones pintorescas de la casa donde vivió la Sagrada Familia. Muchas son respetables y bastante apropiadas. En general, combinan una pureza diáfana con la luz de un día no apenas bellamente luminoso – la luz persistentemente matinal de un horario que ya no es matinal –. En síntesis, presentan una simplicidad absoluta junto a una limpieza absoluta.
Eso nos presentan tales figuras, pero nos quedamos sin saber qué decir con respecto a lo que sucedía en la Casa de Nazaret. Entonces, imaginemos.
Imaginando aspectos de la casa y de la vida cotidiana
Por ejemplo, ¿qué comentar de la limpieza de esa casa?
María Santísima hacía la limpieza de la Santa Casa, delante de los coros angélicos extasiados. A veces la hacía San José, su castísimo esposo. En otra ocasión, cuando estaban cansados, el Niño Dios limpiaba la casa para que los padres la encontrasen en buen estado… Es difícil de creer, pero ni siquiera los ángeles tenían el privilegio de limpiarla.
En una esquina de la casa hay un jarrón simple, del cual se levanta una azucena, recta como la virginidad. Es la única cosa que habla de arte; el resto es tan simple…
Sin embargo, mirando cualquier madera tosca o la extremidad de una silla, por ejemplo, o un estante que soporta tres o cuatro pequeños objetos indispensables para vivir, ¡nos quedamos extasiados! No se sabe qué decir delante de esas “sublimes bagatelas”, tan comunes en la vida de cualquiera, pero que, por estar en esa casa, asumen un carácter especial. Realidades sublimes
Imaginemos a San José sentado, torneando algo, mientras Nuestra Señora hace alguna pequeña costura, y el Niño que, aún tan pequeño, juega con dos o tres piedrecillas, de pie, apoyado en una silla vacía.
No hay palabras que basten para explicarnos lo que en realidad está sucediendo: ese Niño – verdadero niño, nacido del linaje de David – fue concebido por el Espíritu Santo en las entrañas de Nuestra Señora, ¡la flor del género humano!
Mientras el Niño Jesús juega con sus piedrecillas y en Él se desarrolla la naturaleza humana según el orden puesto por Dios, ¿qué repercusión estará habiendo en las relaciones de las Tres Personas de la Santísima Trinidad? Sin embargo, todo es tan simple, tan elemental.
Encanto y admiración por el Hijo Dios
Podemos imaginar el encanto sin fin que el matrimonio tenía por cada mirada o movimiento del Niño. Mientras trabajaban en algo, María y José estaban atentos al más mínimo gesto de Jesús, y procuraban no perder ni siquiera una emisión de su voz.
¿Quién no estaría atento? Al fin de cuentas, ellos sabían que se estaba moviendo el Hombre Dios. Esto representaba un tesoro sin igual para ellos.
La vida cotidiana de la Sagrada Familia
¿Cómo serían las relaciones en el seno de la Sagrada Familia?
¿Conversarían sobre la virginidad fecunda de Nuestra Señora? ¿Tendrían una interlocución por donde hacían referencia constantemente a la naturaleza divina? ¿O hablaban solamente sobre esos asuntos en las grandes ocasiones cuando, por ejemplo, bajaban del Cielo luces extraordinarias, o cuando tenían éxtasis místicos contemplando al Niño?
Yo soy propenso a creer que en la maravilla de esa convivencia interna sucedían simultáneamente las situaciones más diferentes, lo cual constituía una forma de convivencia celeste.
La vida común de una familia obrera pobre, y el encanto de las consideraciones metafísicas y sobrenaturales de Nuestra Señora y de San José, que vivían inundados por la presencia del Niño, se unían en la vida cotidiana de la Casa de Nazaret.
En una ocasión común, Nuestra Señora preguntaría:
– José, esposo mío, ¿fuisteis vos que abristeis esa puerta? ¿Por ventura ibais a salir a llevar el banco que acabasteis de hacer?
– Señora – respondería San José –, necesito quedarme aquí algún tiempo más, excepto si fuese otra vuestra voluntad.
Él añadiría:
– Señora, Vos os distrajisteis – él sabía muy bien que María había estado conversando con los ángeles –, y el almuerzo ya lleva mucho tiempo en nuestro pequeño fogón; ved un poco…
Previsión del sufrimiento y de la gloria
En otra ocasión, el Niño – que cuando adulto, en el Tabor, reluciría entre Moisés y Elías de un modo tan esplendoroso –, en el momento inopinado en que venía a pedir permiso a los padres para jugar un poco en el jardín, aparecería delante de ellos con un brillo deslumbrante.
Ellos pasaban algunos instantes sin poder responderle al Niño – el cual esperaba reluciente la respuesta –, completamente transportados a otra esfera: estaban delante de Dios.
En algunos momentos, Ellos veían que el Niño aparecía jugando con dos palitos que cargaba en la espalda: era el anuncio de la cruz.
Entonces se quedaban con el corazón partido, mirando al Niño Jesús andar con determinación de un lado a otro de la casa, haciendo un gesto al Padre Eterno. Era un acto figurativo de la Agonía en el Huerto.
Todo estaba impregnado de respetabilidad, de majestad, de una seriedad augusta, de una fuerte determinación. Para decir todo en una sola palabra, ¡de una seriedad y de un dolor desconcertantes!
¡Qué dolor, qué nobleza, qué grandeza, qué majestad!
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(Revista Dr. Plinio, No. 141, diciembre de 2009, p. 26-29, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencia del 20.11.82)