La Señal de la Cruz es nuestra fuerza!
Por siglos, la señal de la Cruz identificó universalmente el cristiano. En público o en privado, el fiel sentía la unción especial que nos trae el simple hecho de llevar la mano derecha hasta la cabeza, descenderla en dirección al pecho y, por fin, extenderla de un lado al otro de los hombros.
Hoy en día la gran mayoría de los católicos no comprenden bien su belleza y, en consecuencia, no conocen los beneficios espirituales que pueden recibir con este simple acto.
La Señal de la Cruz, en las palabras del Papa Benedicto XVI: “abraza todo el ser, cuerpo y alma y todo es consagrado en nombre de Dios Uno y Trino” (Ángelus, 30/05/2010).
La cruz que, en el período pagano, fue sinónimo de infamia e ignominia paso a ser amada por los cristianos. Fue en esa misma cruz que la Sangre de Cristo lavó los pecados del mundo y consiguió nuestra Redención.
Con el sacrificio de Nuestro Señor, ella se tornó el mayor símbolo de la cristiandad y hoy, de todas las prácticas de devoción, la Señal de la Cruz es la principal y la más común.
Algunos hechos ilustran bien cómo esa señal puede traernos la paz interior y protegernos de los peligros:
Está narrado en la historia de San Benito que un grupo de monjes revoltosos intentó envenenarlo, colocando una substancia en su cáliz; el santo, inspirado por Dios y desconfiando de la mala conducta de los religiosos, bendijo el cáliz que se quebró repentinamente haciendo con que el vino mortífero se derramase por tierra.
El “Libro de los Milagros” (escrito en el siglo XIV) narra un edificante episodio de la vida de San Antonio de Padua. Volviendo el santo de una peregrinación en la ciudad de Arles, Francia, encontró por el camino un hombre llamado Pedro con su hija aún niña, que desde el nacimiento no podía caminar. El pobre hombre, reconociendo al santo, le pidió que le diese una bendición a la niña; inmediatamente San Antonio le hizo la señal de la cruz sobre ella, quien se levantó y se puso a caminar normalmente.
Santa Teresa de Ávila cuenta que todas las veces que se sentía tentada hacía devotamente la Señal de la Cruz con agua bendita y en el mismo instante veía el demonio huir aterrorizado.
Santa Tecla, cuando fue conducida a la hoguera del martirio, hizo la Señal de la Cruz y quedó tranquilamente en medio de las llamas sin que estas le causasen mal alguno.
En las disputas de poder del colosal Imperio Romano, en el año 312 de la era cristiana, los emperadores Constantino y Maxencio se enfrentaron en el combate que quedó conocido como “La Batalla del Puente Mílvia”.
Constantino, delante de la gran cantidad de soldados enemigos, juzgó que sería imposible vencer la lucha, pero en la noche del 27 de octubre observó en lo alto de los cielos una centelleante cruz, acompañada por las palabras: “In Hoc Signo Vinces”, que significa “Con ésta señal vencerás”. En seguida, mandó que los soldados pintasen en sus escudos el símbolo celestial y se colocasen al frente del ejército, prometiendo la victoria a todos aquellos que creyesen en la señal. Y su fe fue recompensada: a la vista de la cruz, los enemigos se batieron en retirada. Constantino entonces entró en Roma aclamado como único y Augusto Emperador y se convirtió a la fe cristiana. Fue él quien dió libertad a la Religión Católica, hasta entonces perseguida por sus antecesores paganos.
A la vista de tantas maravillas, por qué habríamos nosotros de omitir la Señal de la Cruz? Ella es nuestro escudo y protección y cada vez que la trazamos sobre el cuerpo, pedimos a Dios que bendiga nuestros pensamientos, obras y deseos.
Tengamos siempre presente las bellas palabras del gran doctor de la Iglesia, San Juan Crisóstomo: “La Señal de la Cruz es la armadura invencible de los cristianos. Adorna y protege tus miembros con esta señal vencedora y nada podrá hacerte mal. Contra los ataques del enemigo infernal, no hay escudo más poderoso. A la vista de ella, huirán las potencias infernales”.
Que ésta señal de vida, bendición y salvación nos acompañe siempre, en todos los momentos de nuestras vidas.
Salve, oh Señal de la Cruz! |
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