MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
3er. Misterio Luminoso
Anuncio del Reino e invitación a la conversión
¡El Corazón que nos amó hasta el final!
Introducción:
Vista de Jerusalén desde el Monte Scopus a finales del siglo XIX
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Vamos a atender el pedido que Nuestra Señora hizo en Fátima, dando inicio a nuestra devoción reparadora de los Primeros Sábados, en desagravio a las ofensas cometidas contra el Corazón Inmaculado de la Madre de Dios. Esta reparación consiste en la confesión y comunión, en la recitación de un rosario y en la meditación de los misterios por quince minutos. Recordemos que para quien practica esta devoción, Nuestra Señora promete gracias especiales de salvación.
Hoy meditaremos el 3o Misterio Luminoso – El anuncio del Reino y la invitación a la conversión – considerando, en el contexto de las predicaciones del Divino Maestro, el infinito amor de su Sagrado Corazón por todos y cada uno de los hombres.
En el decir de San Alfonso María de Ligorio, “este es el corazón más amoroso, mas misericordioso y mas deseoso de nuestra salvación eterna. Es un Corazón criado de propósito para amarnos y ser amado por nosotros. Ya aquí en la tierra, el Corazón de Jesús arde de deseos de unión con las almas y que alcanzará su plenitud en el Cielo”.
Composición de lugar:
Hagamos nuestra composición de lugar, imaginando un campo de pastoreo en Tierra Santa, en el tiempo de Jesús. Sobre el terreno cubierto de hierba, un pequeño rebaño de ovejas alimentándose calmamente, mientras el pastor las observa con desvelo. En una elevación al fondo de ese escenario está Nuestro Señor, rodeado de gente, contemplando la escena y dirigiendo a las personas una de sus divinas parábolas.
Oración preparatoria:
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
Evangelio según San Lucas, 15, 3-7
“Jesús les dijo esta parábola: 4 «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? 5 Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; 6 y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. 7 Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.”
I – Insondable tesoro de amor y bondad.
Al considerar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, por más que nos elevemos, siempre quedamos más acá de los tesoros de bondad y misericordia que esa forma de piedad coloca al alcance de los fieles. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es la que más nos habla de la inmensidad del amor de Dios hacia nosotros,
1- Fuente segura de nuestra salvación.
Con efecto, el Sagrado Corazón de Jesús abarca de manera insondable ambas naturalezas de Cristo: la divina y la humana. Es con toda propiedad, que por su intermedio Dios entra en contacto con nosotros, respetando nuestras proporciones y presentándose a nuestro alcance de manera a inspirarnos confianza. Recíprocamente, adorando a dios a través del Sagrado Corazón, utilizamos el altar más privilegiado para que nuestras oraciones suban al Cielo de manera a ser recibidas con absoluta complacencia.
El Sagrado Corazón es el símbolo por excelencia del amor infinito de Dios por los pecadores y la más conmovedora manifestación de su capacidad de perdonar. Por eso, abrirse a la misericordia que emana de Él, constituye una fuente segura de salvación, porque, como acentúa el Papa Pio XII: “Sólo Aquel que es el Unigénito del Padre, el Verbo hecho Carne ‘lleno de gracia y de verdad’ (Jn, 1,14), habiendo descendido hasta los hombres oprimidos de inúmeros pecados y miserias, podía hacer brotar de su naturaleza humana, unida hipostáticamente a su Persona Divina, un manantial de agua viva que regase copiosamente la tierra árida de la humanidad, transformándola en florido y fértil jardín”.
2- Divina y eterna caridad
Para evaluar mejor la extensión y el valor de esta caridad, consideremos que ella es eterna y no está limitada por el tiempo.
Conforme nos enseña San Tomás de Aquino, Dios conoce todas las cosas desde toda la eternidad, no sólo las que existen como también las que pueden venir a existir. Por ello, el Creador nos amó de modo incalculable, mucho antes de darnos la existencia. Nos escogió, a cada uno en particular, y nos tuve presentes en su Redención, para salvarnos.
Consideremos todavía que cada individuo es único en la creación; dotado de dones y predicados peculiares, que le fueron dados por Dios. A través de esa individualidad se establece un relacionamiento del Creador con nosotros, y nosotros con Él, extraordinario, personal y único, que es la mejor preparación para la eterna Bienaventuranza. Porque Dios no nos ama apenas por el bien que dio a nuestra naturaleza humana al crearnos, sino de acuerdo al estado de perfección que tendremos en la Visión beatífica –si hasta allí llegamos-, purificados por la Preciosísima Sangre de la Redención.
En síntesis, para el Sagrado Corazón de Jesús ¡cada uno de nosotros es hijo, e hijo único, amado de forma inimaginable desde mucho antes de nacer!
II- Amor que todo hace para rescatarnos.
Consideremos que para operar la Redención habría bastado a Jesús ofrecer a Dios Padre un simple gesto, sólo una mirada, o hasta mismo una corta palabra, por tener sus actos méritos infinitos. Sin embargo, por su ilimitado amor a al humanidad, manchada por el pecado de Adán, quiso sufrir las ignominias y los tormentos de su Pasión y Muerte.
1- Del Corazón de Jesús inmolado, nace la Santa Iglesia.
Queriendo rescatar el género humano, pervertido por los pecados de nuestros primeros padres, Nuestro Señor Jesús Cristo derramó hasta su última gota de sangre en la Cruz. Y si fuese necesario, habría hecho ese supremo sacrificio para salvar individualmente a cada uno de nosotros. De ese holocausto, nació la Santa Iglesia, fundada por Nuestro Señor para restaurar y perfeccionar el estado de gracia perdido por el hombre en el Paraíso Terrestre. La Iglesia es la sociedad perfecta y visible, que purifica las almas por el Bautismo, las hace participar de la vida divina administrando los Sacramentos, todo en vista de la bienaventuranza eterna.
2- Imposible no sentirnos amados por ese Sagrado Corazón.
Delante de tan insondable manifestación de benevolencia, –a pesar de nuestras miserias– imposible dejar de sentirnos amados por Dios. Mismo después de haberse hundido en la lama del pecado, podemos contar con los infinitos méritos obtenidos por el Sacratísimo Corazón de Jesús durante su Pasión, seguros que Él hará todo para rescatarnos.
Inclusive nuestras carencias y debilidades ofrecen al Corazón de Jesús oportunidad de manifestar su infinita bondad y su inconmensurable deseo de perdonar, redundando todo en la mayor gloria de Dios.
3- Confiemos y deseemos únicamente la gloria de Dios.
Debemos llenarnos de confianza y apartar cualquier incerteza en relación al amor que el Sagrado Corazón de Jesús tiene por nosotros. Sobre todo, necesitamos tener un deseo ardiente de entregarnos enteramente en las manos de la Divina Providencia, sin jamás pensar en obtener algún beneficio personal desunido de la gloria del Altísimo. Cualquier bien que podamos elucubrar para nosotros no sería nada en relación a la participación en las perfecciones divinas que Él nos reservó por siempre.
Y, cuando cerremos nuestros ojos para este tiempo naciendo para la eternidad, tendremos una gloria inimaginable, participando de la propia gloria de Dios. Pues, como enseña San Agustín, cuando Dios nos recompensa, Él corona sus propios dones.
Conscientes de esta maravilla, confiemos en ese Sacratísimo Corazón que nos amó hasta el final, y que se inclina sobre las criaturas tanto más cuanto ellas necesitan del perdón.
III- Sagrado Corazón de Jesús y María.
No podríamos terminar esta meditación sin considerar el complemento indispensable para ella. Es decir, pensar en Aquella, cuyo Inmaculado Corazón, — en el decir de San Juan Eudes –, es tan unido al de su divino Hijo al punto de ambos formar uno sólo: el Sagrado Corazón de Jesús y María.
Por esta íntima unión entre Madre e Hijo, podemos suponer que así como Nuestro Señor consideró a todos los hombres en el Huerto de los Olivos, también Nuestra Señora debe haber vislumbrado todos los que habrían de hacer parte de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, y ciertamente, desde entonces , intercedió por todos y cada uno de nosotros junto al Corazón de su Amado Jesús.
La grandeza del Inmaculado Corazón de María es un misterio que nuestra inteligencia no alcanza. Sin duda Ella rezó por todos en el Calvario. Hoy, desde el Cielo, ella acompaña las dificultades y alegrías de cada uno de sus hijos, dispuesta a atendernos con indecible afecto, ternura y cariño.
Oración Final
Pidamos, entonces, a María Santísima que ofrezca nuestra súplica al Sagrado Corazón de Jesús, a Quien nos dirigimos con Santo Alfonso: “Oh Corazón tierno y fiel, inflamad mi pobre corazón, para que se abrace de amor contigo, del mismo modo como Vos me amáis. Haced con que os ame mucho y os sea fiel hasta la muerte. Por los ruegos de vuestra Madre, María, haced Señor Jesús, que nos vistamos de las virtudes y nos inflamemos con los afectos de vuestro Santísimo Corazón, a fin de que merezcamos ser conformes a la imagen de vuestra bondad y participar del fruto de la Redención, en la eterna bienaventuranza. Amén”.
Basado en:
SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, Meditações para todos os dias do ano, Tomo I, Herder & Cia, Friburgo, Alemanha, 1921.
MONSEÑOR JOÃO SCOGNAMIGLIO CLÁ DIAS, Comentário ao Evangelho da Solenidade do Sagrado Coração de Jesus, Revista Arautos do Evangelho no 126, Junho de 2012.