San Casimiro

Publicado el 03/03/2015

 

Príncipe, joven y santo

 

Viviendo en una sociedad vuelta hacia los placeres desenfrenados, supo buscar la gloria de Dios, ante todo, permaneciendo íntegro de cuerpo y alma, firme en la fe y celoso por el bien de sus súbditos.

 


 

San Casimiro – Parroquia de San Casimiro, South Bend (Estados Unidos)

En su sabiduría divina, la Santa Iglesia siempre tiene palabras adecuadas para elevar el corazón y la mente de los fieles en todas sus conmemoraciones o fiestas. Y al recurrir a la intercesión de San Casimiro, el día de su memoria —el 4 de marzo—, empieza pidiendo: “Dios todopoderoso, sabemos que servirte es reinar…”.1

 

De hecho, el que deposita su confianza en Dios y entrega toda su existencia a su servicio, ya sea abrazando el estado religioso, ya sea el estado laico, como San Casimiro, recibe el ciento por uno aún en esta tierra, y más todavía en el Cielo. A este joven no le faltaron grandes cualidades, tampoco territorios para gobernar, y supo escoger para su vida un camino que le legase el Reino eterno. Sin dar rienda suelta a la codicia, tan común en los monarcas de su época, se mantuvo íntegro en la fidelidad a su noble ideal: ser un príncipe santo.

 

Nacido en el esplendor de la corte

 

Casimiro nació el 3 de octubre de 1458, en el castillo de Wawel, en Cracovia. Su padre, Casimiro IV, era rey de Polonia y gran duque de Lituania, correspondiéndole gobernar como tal un enorme territorio que se extendía hacia el este casi hasta Moscú y hacia el sur hasta el mar Negro. Su madre era la archiduquesa Isabel, hija de Alberto II de Habsburgo, rey de los romanos y soberano de Austria, Hungría y Bohemia.

 

Nuestro santo fue el tercero de trece hijos, y se dice que su progenitora “en la cuna los mecía con los tronos europeos”.2 Tanto él como sus hermanos recibieron una excelente formación, porque como Isabel veía en cada uno de sus hijos un futuro monarca y en cada una de sus hijas una reina, no escatimó esfuerzos en la instrucción de los niños. Aun siendo piadosa, los educaba con vistas a la corte y a la vida diplomática y no a la santidad, pensando de manera errónea —como muchos hacen, infelizmente, también hoy día— que la búsqueda de la perfección está reservada tan sólo a los que se retiran del mundo para llevar una vida religiosa. Casimiro, por el contrario, desde tierna edad comprendió que debía ser santo, sin dejar de ser príncipe y eso significaba “ser fiel a los designios de Dios, incluso ‘rodeado del lujo de la corte real y de las atracciones mundanas’ ”,3 como dice la oración de la Misa de su fiesta, en Lituania.

 

Casimiro fue el tercero de trece hijos, y se dice que su progenitora “en la cuna los mecía con los tronos europeos”
Casimiro IV e Isabel de Habsburgo, padres de San Casimiro

La corte de Cracovia era tan lujosa y refinada como las demás de aquel período histórico. En la mesa se servían ricas iguarias y los banquetes se prolongaban durante largas horas. Compenetrado de los deberes inherentes a su condición de príncipe, San Casimiro no se negaba a participar de la vida social. Se mostraba amable y alegre en las fiestas, pero se retiraba de ellas tan pronto como podía. No despreciaba las finas ropas principescas, sin embargo, por espíritu de pobreza, usaba una túnica interior de tejido común. Se sabía que sus ricos trajes ocultaban un cilicio y que hacía otras muchas mortificaciones. Siempre discreto en esas prácticas religiosas y penitencias, llegó a ser llamado “la encarnación de silenciosa devoción”.4

 

Adolescente puro, paciente y magnánimo

 

Dentro de la vida palaciega era notable su extrema generosidad con los pobres, viudas, peregrinos, prisioneros o ancianos, porque no se contentaba con dar lo que era suyo y daba hasta su propio tiempo en beneficio ajeno.

 

Si era magnánimo en las obras de caridad corporales, mucho más lo era en las espirituales, amonestando con sabiduría, bondad y paciencia a los que lo rodeaban —incluso a su padre—, siempre que veía algo que lesionaba la verdad o estaba privado de una posible perfección más grande. También sabía perdonar las ofensas que le eran hechas, rezar por su más cercanos y por sus súbditos, a los cuales deseaba ver en el camino del bien y ardorosos en la fe.

 

Sus biógrafos destacan su eximia pureza, la cual relucía hasta el punto de que uno de sus maestros, Bonaccorsi, lo llamaba “divus adolescens — joven divinizado”.5 Practicar con perfección esa virtud, en el cuerpo y en el alma, era la meta de su vida. Por eso nunca entregó su corazón a ningún afecto de este mundo y se mantuvo siempre vigilante para que nada lo manchase.

 

Amor por la oración y por la liturgia

 

¿De dónde le venían tantas virtudes? De Jesús crucificado, de quien meditaba a menudo la Pasión, y de la Santísima Virgen, a quien dedicaba toda su vida.

 

vista actual del Castillo de Wawel, en Cracovia (Polonia)

Estando en Cracovia o en Vilna, capital del Gran Ducado de Lituania, lo veían en repetidas ocasiones recorrer las estaciones del Vía Crucis, devoción que había surgido por aquellos años y que tocó profundamente su alma. Estas meditaciones lo llevaron a amar la cruz y el sacrificio, y a desear dar su vida por Aquel que quiso ser escarnecido y se dejó crucificar por amor a la humanidad.

 

Las ceremonias litúrgicas lo entusiasmaban y nunca perdía la oportunidad de asistir a una Misa. En esas ocasiones, quedaba patente a los ojos de los presentes su piedad y su ardiente amor al Santísimo Sacramento.

 

Cuando en el palacio real nadie sabía dónde estaba, lo encontraban en alguna iglesia, absorto en la oración. Tanto en Polonia como en Lituania, le gustaba visitarlas y no titubeaba en rezar ante sus puertas si las encontraba cerradas.

 

Era frecuente verlo, en las más diversas circunstancias, arrodillado a los pies de la Virgen orando. Se cuenta que rezaba diariamente el himno “Omni die dic Mariæ meæ laudes anima — Que cada día mi alma cante alabanzas a María”,6 divulgándolo entre sus súbditos. Le atraía especialmente la espléndida pureza de la Madre de Dios. A Ella le pedía el don de la sabiduría y la virtud de la justicia para saber gobernar, así como el espíritu de vigilancia, a fin de no sucumbir nunca como Salomón (cf. 1 R 11, 1-6).

 

Dos años como regente de Polonia

 

En 1481 el rey Casimiro IV, su padre, tuvo que trasladar su residencia a Lituania, dejándolo como regente en Cracovia.

 

Durante dos años gobernó Polonia, en los cuales no dejó de atender a ninguno de sus súbditos, fuera cual fuera la clase social a la que pertenecían. Tanto clérigos como nobles o plebeyos se sentían bien acogidos en sus demandas y se aplicó con tan buen criterio a la administración que consiguió en poco tiempo estabilizar el tesoro real, recortando gastos inútiles y apartando a los aprovechadores. Con eso, libró de hipotecas a muchas propiedades reales.

 

Los últimos seis meses de su vida los pasó entre Vilna y Trakai Vista actual del Castillo de Trakai (Lituania)

Joven de ánimo resuelto y temperante, hacía grandes esfuerzos por mantener entre sus vasallos la buena conducta en los negocios del Estado. Para él la gloria de Dios lo envolvía todo: desde un simple cálculo algebraico a las grandes decisiones en la que estaban en jaque los más importantes intereses de la nación. A pesar de la constancia y firmeza en los intereses del reino, no dejaba de oír a los que lo rodeaban, como lo atestigua una de sus cartas, del 1 de febrero de 1481, destinada a los nobles dirigentes de la ciudad de Braslava: “Me gustaría mucho —no sólo porque es de justicia, que aprecio bastante y trato de respetar— dejarles satisfechos, lo que anhelo de modo especial”.7

 

Y al ser Polonia un país católico, San Casimiro, en cuanto príncipe regente, no pudo dejar de buscar estrechar con ahínco las relaciones con Roma, algo descuidadas por su padre.

 

Últimos meses de vida

 

El peso de las responsabilidades y los intensos trabajos de esos años al frente del gobierno polaco acabaron por extenuar al santo príncipe. A eso se suman las continuas mortificaciones que hacía, como hemos tenido la oportunidad de considerar. Así pues, se retiró con su familia a Lituania, en la primavera de 1483, para recobrar un poco las energías.

 

Allí, como sucedió en Polonia, los anales de su historia registran un especial desvelo hacia los más necesitados, y eran los conventos y las iglesias, en particular, el objeto de su prodigalidad. No se sentía bien si no veía al Rey de reyes y Señor de señores, Jesús sacramentado, honrado y servido a través de un digno templo y de ricos objetos litúrgicos.

 

Cuando fue exhumado, ciento veinte años después, su cuerpo estaba incorrupto y exhalaba un agradable olor – Fresco que representa la exhumación del cuerpo de San Casimiro

Los últimos seis meses de su vida los pasó entre Vilna y Trakai, auxiliando a su padre en la Cancillería del Estado lituano y promoviendo la fe entre el pueblo. Estando, no obstante, con la salud deficiente y el organismo extremamente debilitado, fue atacado por una violenta tuberculosis que consumió sus últimas fuerzas. Tenía 25 años de edad y había guardado intacta su pureza virginal, pero su madre aún alimentaba las esperanzas de verlo casado con la hija del emperador Federico III, sin comprender que el designio divino era otro para este varón escogido.

 

“Más admirable aún en el Cielo”

 

El 4 de marzo de 1484 entregó su alma a Dios. Su cuerpo fue sepultado en el panteón de la familia real en la catedral de Vilna. Y a pesar de la humedad local, estaba entero e incorrupto cuando fue exhumado, ciento veinte años después, en 1604. Según el relato de los testigos, de él exhalaba un agradable olor. Sus ropas también estaban intactas. Sobre su pecho descansaba una copia del himno mariano que rezaba diariamente: “Omni die dic Mariæ”. Hermoso símbolo de una santa vida, en la que cada día fue un himno de alabanza a la Madre de Dios.

 

El que se entrega a Dios sin reservas en este valle de lágrimas, cuando llega a la gloria de la visión beatífica no abandona a los que en la tierra quedaron privados de su presencia. Al contrario, muchas veces realizan por ellos más que lo que pudieran haber hecho durante su peregrinación terrena. Ése es el “misterio” propio de los santos. Conocido como amable, caritativo y amigo de los pobres, para los lituanos y polacos San Casimiro es, sobre todo, el protector de su patria.

 

pintura del santo venerada junto a sus restos mortales – Capilla de San Casimiro, catedral de Vilna (Lituania

En momentos en los que Lituania pasó por difíciles períodos como nación, el joven y santo príncipe nunca dejó de prestar auxilio a sus compatriotas. Y la devoción a él fue un poderoso instrumento en las manos de los jesuitas, para preservar la religión católica en el país frente a la propaganda protestante. Atraídos por su nobleza de carácter y por la fuerza de su fe, los hijos de San Ignacio exhortaban a los lituanos a permanecer fieles a las enseñanzas de la Iglesia, como San Casimiro. A partir de entonces se construyeron iglesias en su honor, surgieron cofradías puestas bajo su protección, miles de recién nacidos recibieron su nombre, y se propagó la devoción al santo no sólo en tierras lituanas y polacas, sino posteriormente en todo el mundo. Hasta en las campanas de las torres eran grabadas alabanzas al joven príncipe, como para hacer resonar las bellezas de su santidad. “Casimire, terris mire, coelis mirabilior — Casimiro, admirable en la tierra, más admirable aún en el Cielo”,8 se lee en la campana de la iglesia de Kraziai.

 

El ejemplo de su vida marcó profundamente a sus contemporáneos, y fue de Vilna donde salió la petición de su canonización. En 1521 León X lo elevó al honor de los altares, habiendo comprobado antes que su vida fue un continuo testimonio de la presencia de Dios entre los hombres. Urbano VIII confió a él la protección de Lituania; y la heroicidad de su pureza y perseverancia en el buen camino hizo que Pío XII, en 1948, lo proclamase “patrón principal de la juventud lituana, ‘en cualquier parte del mundo que se encuentre’ ”.9 A San Casimiro, que no llegó a ser coronado en la tierra como rey, porque falleció con poca edad, le fue dada la corona de la gloria en el Cielo.

 


 

1 MEMORIA DE SAN CASIMIRO. Oración del Oficio de lectura. In: COMISIÓN EPISCOPAL ESPAÑOLA DE LITRUGIA. Liturgia de las Horas. Granollers (Barcelona): Coeditores Litúrgicos; 2005, v. III, p. 1226.

2 GAVENAS, Pranas. São Casimiro. O primeiro santo jovem leigo da era moderna. São Paulo: Salesiana D. osco, 1984, p. 19.

3 Ídem, p. 28.

4 HÜMMELER, H. Helden und heilige, apud GAVENAS,
op. cit., p. 41

5 SÁNCHEZ ALISEDA, Casimiro. San Casimiro. In: ECHEVERRÍA, Lamberto de; LLORCA, Bernardino; REPETTO BETES, José Luis (Org.). Año Cristiano. Madrid: BAC, 2003 v. III, p. 73.

6 COMISIÓN DE ESTUDIOS DE CANTO GREGORIANO DE LOS HERALDOS DEL EVANGELIO. Liber
Cantualis. São Paulo: Salesiana, 2011, p. 167.

7 GAVENAS, op. cit., p. 35.

8 Ídem, p. 64.

9 SÁNCHEZ ALISEDA, op. cit., p. 79

 

 

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