La liturgia nos invita a celebrar la Natividad de San Juan Bautista, el único santo cuyo nacimiento se conmemora, porque marcó el inicio del cumplimiento de las promesas divinas: Juan es el “profeta”, identificado con Elías, que estaba destinado a preceder inmediatamente al Mesías a fin de preparar al pueblo de Israel para su venida (cf. Mt11, 14; 17, 10-13). Su fiesta nos recuerda que toda nuestra vida está siempre “en relación con” Cristo y se realiza acogiéndolo a él, Palabra, Luz y Esposo, de quien somos voces, lámparas y amigos (cf. Jn 1, 1. 23; 1, 7-8; 3, 29). “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30): estas palabras del Bautista constituyen un programa para todo cristiano. (Benedicto XVI, Ángelus, 25 de Junio de 2006)
Cinco siglos habían pasado sin que naciera el profeta en Israel. ¿Por qué? Porque la venida de aquél que los profetas habían anunciado estaba cerca.
Los tiempos se cumplieron. Jacob había previsto que el Mesías vendría cuando el cetro o el poder soberano saliesen de Judá. El pueblo de Judá no tenía más el poder soberano: residía ahora en manos del edomita Herodes, que lo recibió de los romanos.
Los romanos eran verdaderos señores. Pasaron cuatro imperios de Daniel a Jesucristo. El cuarto imperio, el de los romanos, se extendía sobre todos los pueblos. Después de largas y sangrientas guerras, reinaba la paz, una paz universal.
Estaba por venir el Dios de la paz. Todos lo esperaban. No solamente los judíos, también los gentiles. En esta expectativa general, eran sobre todo los justos que redoblaban las oraciones y votos.
Había otro hombre en Jerusalén. Se llamaba Simeón. Justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel. El Espíritu Santo, que vivía en él, le hizo saber que no vería la muerte antes de ver a Jesús, el Cristo.
En la misma esperanza, una santa viuda, Ana la profetiza, no abandonaba el templo, donde ayunaba y rezaba día y noche.
El sacerdote Zacarías, ofreciendo incienso delante del santuario, vio un ángel, el ángel que le anunció que sería padre del Precursor, profeta que predecería inmediatamente al Señor.
Zacarías dijo al ángel:
– ¿Cómo conoceré esto? Porque soy viejo, y mi mujer está avanzada en edad.
Respondiendo el ángel, le dijo:
– Yo soy Gabriel, que asisto delante de Dios; fui enviado para hablar y dar esta buena nueva. Hé aquí que quedarás mudo, y no podrás hablar hasta el día en que estas cosas sucedan, puesto que no creíste en mis palabras que se han de cumplir a su tiempo.
Y el pueblo, saliendo Zacarías del templo, observó que había ocurrido una misteriosa aparición. Y la esperanza de conocer en breve al Mesías nació en todos los corazones.
La misteriosa aparición de Zacarías comenzó a revelarse. Es que nació un hijo de Isabel. ¿Quién era aquel niño? De él se contaban historias maravillosas. Una virgen de Nazareth fue a saludar a la madre. El saludo lo estremeció de alegría en las entrañas maternales. Y la madre, llena del Espíritu Santo, profetizó de la virgen de Nazareth cosas extraordinarias.
¿Quién era ese niño? ¿Qué nombre le darían? No tendría el nombre del padre, Zacarías, que quiere decir “a quien Dios recuerda”, sino Juan, o sea, lleno de gracia. Y después que al padre se le liberó la lengua, profetizó diciendo:
“Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque visitó y rescató a su pueblo; y suscitó una fuerza para salvarnos en la casa de su siervo David, conforme anunció por la boca de sus santos, de sus profetas, desde los tiempos antiguos; que nos libraría de nuestros enemigos, y de manos de todos los que nos odian; para ejercer su misericordia a favor de nuestros padres, y recordar su santa alianza, según el juramento que hizo a nuestro padre Abrahán, de concedernos que, libres de las manos de nuestros enemigos, lo sirvamos sin temor, caminando delante de él con santidad y justicia, durante todos los días de nuestras vidas”.
Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos; para dar a su pueblo el conocimiento de la salvación, para remisión de sus pecados, por las entrañas de la misericordia de nuestro Dios, gracias a que nos visitó de lo alto el Sol naciente. Para iluminar a los que se encuentran en las tinieblas y sombras de la muerte; para dirigir nuestros pasos en el camino de la paz”.
Ahora, el niño crecía y se fortificaba en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.
En ausencia de indicaciones exactas de parte de San Lucas, es difícil especificar la edad con que San Juan Bautista buscó el desierto. Es probable que, aunque joven, estaba el santo Precursor suficientemente apto para proveerse a si propio, lo que lleva a creer que contaba de diez a doce años. Los padres, naturalmente, ya habían fallecido.
¿Que vida llevaba San Juan en el desierto? Dice el Padre Buzy:
Es inútil demorarse en describir el tipo de vida del Precursor en el desierto…Es cierto que el precoz anacoreta vivió por cuenta de la divina Providencia.
Más adelante comenta:
Algunas hierbas en primavera, raíces, miel, frutas silvestres, fueron, en mayor o menor medida, las riquezas que poseía. Pero si el cuerpo era tratado con rigor, el alma se alimentaba abundantemente con los divinos festines de la oración y de la reflexión.
Y vino el ministerio de San Juan y el bautismo de Jesús.
En el año décimo quinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilatos gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y Felipe, su hermano, tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilene, siendo pontífices Anás y Caifás, el Señor habló a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y él fue a la tierra del Jordán, predicando el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados, como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías: Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Todo el valle será reconstruido, y todo monte y colina será arrasado, y los planes escabrosos; y todo hombre verá la salvación de Dios..
Decía Juan a las multitudes, que venían a ser bautizadas:
– Raza de víboras, ¿quien os enseñó a huir de la ira que os amenaza? Haced, por tanto, frutos dignos de penitencia, y no comencéis a decir: Tenemos a Abrahán por padre. Porque yo os digo que Dios es poderoso para suscitar de estas piedras hijos de Abrahán. Porque el hacha ya está puesta en la raíz de los árboles. Todo árbol que no de buen fruto, será cortado y lanzado al fuego.
Y las multitudes lo interrogaban diciendo:
– ¿Qué debemos hacer nosotros? Y les respondió diciendo:
– El que tiene dos túnicas, de una al que no tiene, y el que tiene que comer haga lo mismo.
Fueron también publícanos, para ser bautizados y le dijeron:
– Maestro, ¿qué debemos hacer? Y les respondió:
– No exijas nada más de lo que está establecido.
Lo interrogaron también los soldados, diciendo:
– ¿Y nosotros qué haremos? Y les dijo:
– No hagáis violencia a nadie, ni denunciéis falsamente, y contentáos con vuestro sueldo.
Estando el pueblo a la expectativa, y pensando todos en sus corazones que tal vez fuese el Cristo, Juan respondió diciendo a todos:
Yo, en verdad, bautizo con agua, pero vendrá uno más grande que yo, a quien yo no soy digno de desatar la correa de sus zapatos; él os bautizará en el Espíritu Santo y con fuego; tomará en su mano la pala y limpiará la trilla del suelo, y recogerá el trigo en su granero, pero la paja la quemará en un fuego inextinguible.
Y predicaba muchas otras cosas al pueblo, enseñándoles.
Y él, vestía con pieles de camello, y con un cinturón de cuero a la cintura; y su comida eran langostas y miel silvestre.
Y salió a Jerusalén, a la Judea y toda la región del Jordán, confesando sus pecados. Todos corrían a escucharlo, pero no todos buscaban el bautismo: Todo el pueblo que lo escuchó, incluso los publícanos, dieron gloria a Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan. Los fariseos, sin embargo, y los doctores de la ley frustraron el designio de Dios respecto de ellos, no se hicieron bautizar por él.
¿Y qué exigía San Juan Bautista a sus discípulos? Un arrepentimiento moral, una conversión interior, una pureza toda espiritual, de la cual el bautismo sería un signo.
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He aquí el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle:
– ¿Quién eres tu?
Él confesó la verdad y no la negó; dijo:
– Yo no soy Cristo. – Ellos le preguntaron:
– ¿Quién eres entonces? ¿Eres tu Elías? – Él respondió:
– No soy.
– ¿Eres tu el profeta? – No. – Dijeron entonces:
– ¿Quién eres entonces? para que podamos responder a los que nos enviaron: ¿Qué decimos de tí? – Y les dijo:
– Yo soy la voz que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como lo dijo el profeta Isaías.
Ahora, los que habían sido enviados eran fariseos. Lo interrogaron diciendo:
– ¿Cómo bautizas entonces, si no eres Cristo, ni Elías, ni el profeta? – Juan respondió diciendo:
– Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está quien no conocéis. Ese es el que ha de venir después de mí, al que no soy digno de desatar la correa de las sandalias.
Estas cosas pasaron en Betania, más allá de la orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
Juan y Jesús iban a encontrarse:
Entonces Jesús de Galilea iba al Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado, pero Juan se oponía diciendo:
– Soy yo el que debo ser bautizado por ti y ¿tú vienes a mí? – Respondió Jesús:
– Deja por ahora, pues conviene que cumplamos así toda la ley.
Después que fue bautizado, Jesús salió del agua. Y se abrieron los cielos, y vio al Espíritu Santo descender como paloma y venir sobre él. Y se escuchó una voz del cielo, que decía:
– Este es mi hijo amado, en el cual puse mis complacencias.
Al día siguiente, Juan vio a Jesús que venía a estar con él, y le dijo:
Es el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo. Este es aquél, de quien yo dije: – Después de mí viene un hombre que me precede, porque era antes de mí y yo no lo conocía, pero vino a bautizarse con agua, para ser reconocido en Israel.
Juan dio testimonio, diciendo:
Ví al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y reposó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envío a bautizar con agua, me dijo:
– Aquél sobre quien vieres descender o reposar el Espíritu, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo. Yo lo ví, y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios.
SAN JUAN BAUTISTA
Después de Nuestra Señora, tal vez sea San Juan Bautista el santo más venerado por los Cristianos.
Como la Santa Madre de Dios, de él también se celebra la fecha de los dos nacimientos: para la vida terrena, el 24 de junio, y para la vida eterna el 29 de agosto. Además, San Juan y María Santísima eran parientes cercanos.
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Desde el Antiguo Testamento encontramos trechos que se refieren a San Juan Bautista, el Precursor: estrella de la mañana que con su brillo excedía el brillo de todas las otras estrellas y anunciaba la mañana del día bendecido, iluminado por el Sol espiritual de Cristo (Mal. 4:2). Ver Isaías.
A causa de sus predicaciones, San Juan fue rápidamente puesto como profeta. Aquella categoría de hombres especialmente escogidos por la Providencia que, hablando por inspiración divina, anuncian los acontecimientos, escuchan e interpretan los pasos del Creador en la historia, orientando el caminar del pueblo de Dios.
Los Santos Evangelios se refieren a él como uno de esos hombres. Tal vez como siendo el mayor de ellos (Lc 7, 26-28), toda vez que con San Juan Bautista la misión profética alcanzó su plenitud y él es uno de los enlaces entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Los otros profetas fueron un preanuncio del Bautista. Sólo él pudo presentar al propio Nuestro Señor Jesucristo en persona como siendo el Mesías prometido, el Salvador y Redentor de la humanidad.
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El Evangelista San Lucas nos cuenta que Juan, el “Bautista”, el “Precursor”, nació en una ciudad del reino de Judá, cerca de Hebron, en las montañas, al sur de Jerusalén y que era descendiente del santo patriarca Abrahán, iniciador de la historia del pueblo de Israel.
Su padre fue sacerdote, San Zacarías (de la generación de Aarón) y su Madre fue Santa Isabel (de la generación de David), prima de la Virgen María , Madre de Nuestro Señor Jesucristo.
San Lucas resalta también las circunstancias sobrenaturales que precedieron el nacimiento de San Juan Bautista: Isabel, estéril y ya anciana, vio posible realizar su justo deseo de tener un descendiente cuando el arcángel San Gabriel anunció a Zacarías, su esposo, que ella daría a luz un hijo. El niño debería llamarse Juan y sería precursor del Salvador.
Por la gracia de Dios el niño no fue muerto en la masacre de los inocentes cuando miles de niños fueron asesinados en la región de Belén, regida por Herodes.
Algunos meses después de quedar embarazada, Isabel recibió la visita de Nuestra Señora: “María se levantó y fue a prisa a las montañas, a una ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”.
Ahora, apenas Isabel escuchó el saludo de María, la criatura se estremeció en su seno; e Isabel quedó llena del Espíritu Santo.
Y exclamó en alta voz: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.¿De dónde me viene esta honra de venir a mí la Madre de mi Señor? Así que la voz de tu saludo llegó a mis oídos, la criatura se estremeció de alegría en mi seno.” (Lc 1:39-44).
Esas circunstancias, impregnadas de un clima sobrenatural, fueron preparadas sabiamente por la Divina Providencia para que el papel de Juan Bautista fuese realzado como precursor de Cristo. Esos hechos acontecieron cerca del año 5, antes de Cristo, en el territorio donde habitaba la tribu de Judá.
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Todavía en su juventud, Juan se retiró al desierto. En ese ambiente austero, recogido y apartado de los hombres se preparó para su misión. Vestido con pieles de camello y un cinturón de cuero, alimentándose con miel silvestre y langostas.
Con ayunos y oraciones, se puso enteramente en la presencia del Altísimo, llevando una vida extremadamente coherente con sus enseñanzas. Permaneció en el desierto hasta cerca de los treinta años, cuando inició sus predicaciones en las márgenes del río Jordán.
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La importancia del papel de San Juan Bautista reside en el hecho de haber sido el “precursor” de Cristo. Fue él la voz que clamaba en el desierto anunciando la llegada del Mesías, no cesando, jamás, de llamar a los hombres a la conversión: “Arrepentíos y convertíos, pues el reino de Dios está cerca”. En sus predicaciones insistía siempre para que los judíos, por la penitencia, se prepararan, pues estaba cerca la llegada del Mesías prometido.
Juan pasó a ser conocido como “Bautista” a causa de la importancia que daba al bautismo, un ritual de purificación corporal donde la inmersión en el agua simbolizaba el cambio de vida interior del bautizado.
No dejaba nunca de alentar a sus oyentes y discípulos: “Después de mí viene un hombre que pasa delante de mí, porque antes de mí él ya existía! Yo tampoco lo conocía, pero vine a bautizar con agua para que él fuese manifestado a Israel”.
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Juan predicó también en la corte de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea.
Fue a quien él tuvo oportunidad de denunciar la vida escandalosa que el gobernante llevaba. Y fue también esa denuncia que sirvió de motivo para que Juan Bautista fuera preso.
Él no fue condenado a muerte en esa ocasión porque el tetrarca sabía de la popularidad del ya muy conocido predicador y temía la reacción del pueblo frente a esa medida extrema.
Pero, como lo relata el evangelista San Marcos (6: 21-29), sucedió que durante las conmemoraciones del aniversario de Herodes, Salomé, hija de Herodías – mujer con la cual el gobernante mantenía una relación irregular e inmoral – agradó tanto al aniversariante que éste prometió atender cualquier pedido que hiciera la joven.
Instigada por la madre, ella pidió la cabeza de Juan Bautista. Herodes cumplió lo que había prometido: mando degollar a Juan Bautista y su cabeza fue traída en una bandeja y entregada a Salomé.
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“Entre los hijos de mujer, nadie sobrepasa a Juan Bautista” (Lc 7,28): la vanidad, el orgullo, la soberbia, jamás encontraron lugar en su corazón.
Por causa de su austeridad y de su fidelidad cristiana, él fue confundido con el propio Jesucristo, pero, inmediatamente, él respondía: “Yo no soy el Cristo, pero fuí enviado delante de él”. (Juan 3,28) y “no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”. (Juan 1,27). Juan bautizó a Jesús, aunque no quisiese hacerlo, diciendo: “Yo soy el que tengo la necesidad de ser bautizado por tí y tú vienes a mí?” (Mt 3:14).
Cuando sus discípulos vacilantes no sabían a quién seguir, él apuntaba en dirección de aquél que es el único camino: “Es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. (Juan 1,29).
Y daba testimonio de Jesús: “Yo ví al Espíritu descender del cielo, como paloma, y permanecer sobre él. Pues yo no lo conocía, pero quien me envió me dijo: Aquél sobre quien veas el Espíritu descender y permanecer, es el que bautiza con Espíritu Santo. Yo ví, y por eso doy testimonio: ¡él es el Hijo de Dios!”
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El bautismo de Nuestro Señor marcó el apogeo del ministerio de San Juan. De allí en adelante, el Precursor, poco a poco, voluntariamente, se fue apagando hasta desaparecer.
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¿Cómo San Juan Bautista se encontró con Herodes? La historia nos dice, y también los textos evangélicos dan bien la imagen de una entrevista cara a cara, en la que el Precursor reprende al tirano:
Sin embargo, Herodes tetrarca, siendo reprendido por él a causa de Herodías, mujer de su hermano, y por causa de todos los males que había cometido, agregó a todos los otros crímenes este nuevo: mandar a Juan a una cárcel:
Dice San Marcos:
En efecto, Herodes había mandado capturar a Juan, y lo había encadenado en una cárcel, por causa de Herodías, mujer de Felipe, su hermano, con la que se había casado ilícitamente. Porque Juan decía a Herodes:
No te es lícito tener a la mujer de tu hermano.
Herodías tenía rencor y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes, sabiendo que Juan era varón justo y santo, lo miraba con mucho respeto, lo protegía y cuando lo escuchaba, quedaba muy perplejo y lo oía con buena voluntad.
En prisión, San Juan Bautista seguramente tuvo varias entrevistas con el déspota, y, a pesar de estar capturado, se mantenía al tanto de los acontecimientos que se relacionaban con el Mesías, gracias a los discípulos que lo visitaban. Sólo así, pudo haber enviado a Jesús una comisión:
Y como Juan, estando en una cárcel, escuchó hablar de las obras de Cristo, envío dos de sus discípulos a decirle: – ¿Eres tu aquél que ha de venir, o debemos esperar a otro? Jesús respondiendo le dijo: – Id, y contad a Juan lo que escuchásteis y vísteis: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpios, los sordos escuchan, los muertos resucitan, los pobre son evangelizados; y bienaventurado aquél que no encuentre en mi motivo de escándalo.
Juan, en este momento, no dudaba que Jesús fuese el Mesías. Mandó a los discípulos con tal misión al Salvador para que ellos quedaran igualmente convencidos de la misma verdad. Y Jesús, ¿qué hizo él? Jesús les respondió indirectamente, mostrando que en Él se realizaron los caracteres del Mesías, previstos por el profeta Isaías.
Entonces se abrieron los ojos de los ciegos y se destaparon los oídos de los sordos. Entonces saltará el cojo como un venado, y se desatará la lengua de los mudos.
El Espíritu del Señor reposa sobre mí, porque el Señor me ungió. Me envío a llevar la buena nueva a los infelices, a curar a los de duro corazón, a anunciar la redención a los cautivos y a liberar a los encarcelados; a publicar el año de la gracia del Señor y el día de la venganza de nuestro Dios, a consolar a todos los que lloran.
En San Lucas también hay pasajes en que Juan Bautista envía a Jesús dos de sus discípulos:
Los discípulos de Juan se referían a él en todas estas cosas. Y Juan llamó a dos de sus discípulos, los envío con Jesús a decirle: – ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?
En aquel mismo momento, Jesús curó muchas enfermedades, de males, de espíritus malignos, y dio la vista a muchos ciegos. Después, respondiendo les dijo:
Id a contar a Juan lo que viste y escuchaste: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpios, los sordos escuchan, los muertos resucitan, a los pobres es anunciado el Evangelio; y bienaventurado aquél que no se escandalice de mí.
Inmediatamente después de la partida de los discípulos de Juan, hizo Nuestro Señor un magnifico elogio al Precursor, diciendo a las multitudes:
¿Qué fueron ustedes a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? Pero, ¿qué has visto? Un hombre cubierto de delicadas ropas: pero los que viven con ropas preciosas y entre placeres, son los que viven en palacios de reyes. Pero, ¿qué has visto? ¿Un profeta? Sí, yo os digo, es más que un profeta. Este es aquél de quien está escrito: Es que yo envío un ángel delante de ti, el cual preparará tu camino delante de ti. Porque yo os digo: Entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan Bautista; pero el que es menor en el reino de Dios es mayor que él.
Todo el pueblo que lo escuchó, incluso los publícanos, dieron gloria a Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan. Los fariseos, sin embargo, y los doctores de la ley frustraron el designio de Dios respecto de ellos, no se hicieron bautizar por él.
Entre todos los hombres que hasta entonces habían sido investidos por Dios de una misión providencial, nadie fue llevado a una función tan eminente, tan alta como lo fue San Juan Bautista. Pero el menor en el reino de los cielos, esto es, en el Nuevo Testamento, es mayor que él. Juan Bautista como precursor del Mesías, pertenece al Antiguo Testamento, y, como discípulo de Jesús, pertenece al Nuevo. En el pasaje de arriba, es considerado solamente como precursor, y, como tal, él es inferior en dignidad al más pequeño de los discípulos de Jesús, dado que la religión cristiana excede por mucho a la religión mosaica. (Padre Matos Soares, Biblia, Comentarios)
Llega la última hora del santo Precursor.
Llegando el día indicado, Herodes, en el aniversario de su nacimiento, dio un banquete a los grandes de la corte, a los tribunos y a las personalidades de Galilea. Y habiendo entrado en la sala la hija de la misma Herodías, bailó y agradó a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo a la joven:
– Pide lo que quieras, te lo daré, incluso si es la mitad de mi reino.
Ella, salió a consultar con su madre:
– ¿Qué he de pedir? – Ella le respondió:
– La cabeza de Juan Bautista.
Y retornando junto al rey, pidió diciendo:
– Quiero que inmediatamente me des en una bandeja, la cabeza de Juan Bautista.
El rey se entristeció, pero por causa del juramento y de sus invitados, no quiso disgustarla, e inmediatamente mandó a un verdugo, con orden de traer la cabeza de Juan. Él fue y lo degolló en la cárcel, llevó la cabeza en una bandeja, la dio a la joven, y ella a su madre. Habiendo escuchado esto, los discípulos fueron y tomaron su cuerpo y los pusieron en un sepulcro.
Era la primavera del año 29, y Juan Bautista debía tener menos de treinta y un años, después de haber estado preso por ocho o nueve meses.
La devoción al Precursor se remonta al siglo IV. La más importante y antigua iglesia elevada en Occidente en honra de San Juan Bautista es la basílica de Letrán, cuya fundación es posterior a Constantino.
En Oriente, San Juan Bautista es representado con alas.
(Vida de Santos, Padre. Rohrbacher, Volumen XI, pag. 143 a 160)
Oración a San Juan Bautista
San Juan Bautista, fuísteis la voz que clamó en el desierto: “Enderezad los caminos del Señor…haced penitencia, porque en medio de vosotros está quien no conocéis y del cual yo no soy digno de desatar los cordones de las sandalias”, ayudadme a hacer penitencia de mis faltas para que yo me torne digno del perdón de Aquél que vos anunciásteis con estas palabras: “Es el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo”.
San Juan Bautista, ruega por nosotros.
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