San Juan Bosco Austeridad y acción intelectual en la vida de un educador insigne

Publicado el 01/30/2017

Con una profunda admiración por la obra salesiana, el Dr. Plinio evoca el gran secreto de la educación que Don Bosco dispensaba a sus birichini, los niños pobres de los barrios de Turín: frecuencia a los sacramentos y una asidua asistencia a la Misa; y para que su congregación sobreviviese a las embestidas del laicismo, la astucia intrépida y ágil de los santos…

 


 

El 31 de enero se celebra la memoria de San Juan Bosco, fundador de los Salesianos y un extraordinario apóstol de la juventud. A fin de unirnos a esa conmemoración, es oportuno considerar algunas notas con respecto a su obra evangelizadora y a sus ideas pedagógicas.

 

La influencia de la “Mamma” Margarita

 

La personalidad de la madre de Don Bosco influyó indiscutiblemente en su formación. Esta mujer, viuda a los 29 años, marcó profundamente el alma de sus tres hijos. Era poco instruida, pero dotada de un raro sentido común. La rectitud de su juicio, una gran piedad y no menos dedicación, aliados a una firmeza viril, la hicieron una educadora ejemplar.

 

El trabajo era una obligación constante en su casa. Margarita sujetaba a sus hijos a todas las actividades domésticas y del campo. Desde la aurora en el verano, y aún más temprano en el invierno, los niños comenzaban el día con la oración. “La vida es muy corta, decía la madre, para que perdamos su mejor parte”. La fatiga no era tomada en consideración y las comidas siempre fueron de una extrema frugalidad. En la noche se dormía en el suelo. Cuando Juan fuere al seminario más adelante, llevará la cobija prescrita. Pero en las vacaciones la madre lo hará guardar cuidadosamente, considerando esa suavidad inútil y perjudicial.

 

Conviene resaltar que la familia de San Juan Bosco vivía en una región del norte de Italia, y esa madre ejemplar no dudaba en acostumbrar a sus niños a los rigores del clima adverso.

 

Así preparaba a sus hijos para la vida, de acuerdo con lo que afirmaba: “Somos soldados de Cristo siempre en armas, siempre en presencia del enemigo, y es necesario vencer”. Aquí tenemos la descripción de la mujer fuerte del Evangelio – que se levanta temprano para iniciar sus quehaceres domésticos, cumpliéndolos con esmero –, cuyo precio es tan valioso que es necesario ir hasta los confines del universo para encontrar algo comparable a ella.

 

Una mentalidad opuesta a la de cierto ideal contemporáneo

 

Por otro lado, vemos una mentalidad profundamente diferente de aquella que propugnan ciertos espíritus contemporáneos, para los cuales la persona que padece hambre y frío no es capaz de cultivar la vida espiritual. Según tal concepción, lo importante es primero dar comida, cama y buen abrigo, para sólo después hablar de espiritualidad. Por lo tanto, el comienzo de la actividad apostólica sería necesariamente una acción de carácter material; por consiguiente, para convertir al mundo moderno sería importante, ante todo, eliminar el subdesarrollo. Y por esa causa, en último análisis, la lucha contra el subdesarrollo debería ser una finalidad específica de la Iglesia…

 

Ahora bien, el ejemplo de la Mamma Margherita nos muestra lo contrario. Ella y su familia residen en una casa tan pobre, que las personas no tienen cama: duermen en el piso, sin cobijas suficientes, ni siquiera para los peores días del invierno. Como vimos, Don Bosco llevó una cobija al seminario, pues el reglamento lo exigía. Pero, cuando regresaba a pasar las vacaciones en su casa, su madre le mandaba guardarla, considerándola una “suavidad” superflua.

 

Comidas frugales, trabajos constantes. Una vida propiamente pobre, sin embargo santificada por el espíritu de renuncia y de sacrificio, por las prácticas de piedad y por la oración, considerada la “mejor parte” de su penosa existencia. En esa ardua vida cotidiana, ungida por la virtud, se formó un hombre de físico fuerte y resistente a toda clase de trabajo, como fue Don Bosco.

 

Ese aspecto de la formación del Santo nos hace comprender cómo es casi un embuste pensar que las condiciones cómodas de la vida son indispensables para el éxito del apostolado. No lo son. Hasta por el contrario, sí es necesaria una cierta austeridad para educar a las almas en la virtud y en la piedad. Y esa formación debería ser dada a toda la juventud, de todas las clases y condiciones sociales.

 

A propósito, en Europa se conservó durante mucho tiempo esta forma de educar a los hijos en una vida ruda, especialmente en las familias de nivel alto. Me acuerdo, por ejemplo, de haber leído la biografía de un noble francés que vivía en Londres, en un castillo junto al río Támesis. Ahora bien, el despertar matutino de ese príncipe y de sus hermanos era este: se despertaban y se lanzaban por la ventana del cuarto a las frías aguas del río, que corría por abajo…

 

Nos inclinamos a pensar que si la civilización moderna no hubiese abandonado esa austeridad formativa, mucha decadencia habría sido evitada, y tal vez el mundo conociese muchos otros santos como Don Bosco.

 

La acción intelectual, más valiosa que la asistencial

 

Prosigue la nota biográfica:

 

A pesar de tener mucho trabajo, tal como el establecimiento de dos congregaciones religiosas, la erección de iglesias, la fundación de numerosos patronatos y la preparación de misiones lejanas, Don Bosco consagraba una buena parte de sus días y de sus noches a escribir. Tanto con la pluma, como con la palabra, él sabía servir a la Iglesia, combatir el error y reconfortar a las almas. Hombre de su tiempo, observó la importancia de la prensa, ese nuevo gigante moderno. Su pluma actuó durante cuarenta y cinco años, produciendo obras de acuerdo con las necesidades de su época.

 

El protestantismo lanzaba rudos asaltos a la Iglesia en el norte de Italia. A la propaganda protestante a través de folletos, Don Bosco opuso las “Lecturas Católicas”. En 1883 respondió al “Amigo del Hogar”, que los protestantes distribuían a granel, con el primer almanaque de Europa.

 

Aquí aparece el sentido de la actualidad en el espíritu de Don Bosco. Fue un santo que no vivió en las nubes, pues los santos no viven en ellas. En realidad, Don Bosco fue un hombre consciente de los problemas de su tiempo: conocía a los adversarios de la Iglesia en su época y los combatía, tanto a través de sus escritos, como por sus realizaciones apostólicas. Y en eso él nos dio otro ejemplo.

 

En efecto, se habla mucho de la necesidad de promover obras católicas y poco con respecto a escribir libros católicos. ¿Por qué? Porque se le da más importancia a lo económico que a lo espiritual. Ahora bien, el libro se dirige a lo espiritual, mientras la obra se destina a lo económico.

 

No hubo un hombre más convencido de la necesidad de las obras católicas que Don Bosco. Sin embargo, cuando se examina mejor su actuación, se nota que más que un escritor él fue un emprendedor de obras. Lo cual prueba que en el pensamiento de ese inmenso paladín de la Iglesia, la formación moral valía más que la asistencial.

 

La admirable continuidad de una orden religiosa

 

San Juan Bosco enfrentó dificultades increíbles para llevar a cabo sus empresas. El año de 1876 fue uno de los más dolorosos para él. Los ministros piamonteses, en guerra contra el Papa, intentaban encontrarle algún error al santo fundador, acusándolo de mantener una correspondencia secreta con Pío IX y los obispos. Multiplicaban las búsquedas en su casa y querían encontrar a todo costo indicios de una conspiración.

 

Un día, Don Bosco procuró al Conde de Cavour, entonces primer ministro, que varias veces le había dado testimonio de su simpatía, y le comunicó la intención de dejarle en sus manos el cuidado de todos los huérfanos de su institución. Esa solución inesperada hizo que el ministro, aunque no terminase las persecuciones, por lo menos las hiciese más encubiertas.

 

O sea, pasaron a molestar tanto a Don Bosco, que éste procuró al ministro y le dijo: “Voy a dejar a todos los niños en la calle. ¿Eso es lo que Ud. quiere?”

 

Y el ministro retrocedió.

 

Ese hecho me hace recordar de otro episodio mucho más reciente, que ocurrió en una institución salesiana de São Paulo, y que nos muestra la admirable continuidad existente en las órdenes religiosas. Se dio en un período de nuestra historia en el cual se elaboraban leyes a granel, muchas de las cuales ni siquiera pasaban por la aprobación parlamentaria. En esa época, cierto día se presentó en el Liceo Corazón de Jesús – el colegio salesiano funciona al lado de la iglesia del mismo nombre – uno de esos inspectores pedantes, enviado para examinar posibles irregularidades. Durante la inspección, encontró en un rincón de la gran cocina un pantalón que el cocinero había lavado y había dejado allí secando. Él llamó al padre responsable por el establecimiento y el dijo:

 

– Lavar ropa en la cocina configura una infracción al parágrafo tal del artículo tal de tal ley. De acuerdo con el reglamento, el colegio que lo infringe debe ser cerrado. Por lo tanto, voy a decretar el cierre del Liceo Corazón de Jesús.

 

El padre respondió:

 

– Ah, ¿Ud. lo quiere cerrar? Está bien. Denos un documento por escrito y suelto a todos niños en la calle inmediatamente. Ud. después le explica a la ciudad de São Paulo que esos niños están en la inmoralidad, muriéndose debajo de los buses y automóviles, pasando hambre y vergüenza, simplemente porque había unos pantalones secándose en el rincón de una cocina. ¿Eso es lo que Ud. quiere?

 

El inspector – suponer no es un juicio temerario –, que esperaba un “argumento” generoso para no cerrar el colegio, quedó desarmado y sin salida. Olvidó el asunto, hizo algunas observaciones secundarias y se despidió al poco tiempo…

 

El secreto de la disciplina de San Juan Bosco

 

Continúa la biografía:

 

El hecho siguiente es relatado como uno de los más característicos de los resultados de los métodos del gran santo.

 

Un ministro de la Reina de Inglaterra, visitando el Oratorio de San Francisco de Sales, en Turín, fue introducido en una gran sala donde estudiaban quinientos jóvenes. Él no pudo dejar de admirar esa multitud de estudiantes que observaban un silencio riguroso, aunque nadie los vigilase. Su admiración fue aún mayor cuando supo que durante el año entero no había que lamentar una sola palabra de disipación, ni siquiera una sola ocasión de castigar o de amenazar de castigo.

 

– ¿Cómo es posible obtener tanto silencio y una disciplina tan perfecta? – preguntó. Y dirigiéndose a su secretario, le ordenó que anotase la respuesta.

– Señor – respondió el superior del establecimiento –, los medios que usamos no pueden ser empleados en vuestro país.

– ¿Por qué? – preguntó el ministro.

– Porque son secretos revelados solamente a los católicos.

Fue una respuesta espléndida.

– ¿Y cuáles son esos secretos?

– La confesión y la comunión frecuentes. Misa todos los días y bien asistida.

– Tenéis razón – dijo el ministro. Nos faltan esos medios de educación. ¿Pero, no hay otros?

– Si no nos servimos de esos elementos que la religión nos da, es necesario recurrir a la amenaza y al castigo.

 

El ministro inglés se calló, aunque garantizando que iría a repetir lo que había aprendido.

 

Debemos imaginar la escena, que sucedió en una época en la cual Inglaterra se encontraba en el auge de su irradiación política y cultural, cuando los ministros ingleses eran siempre gentlemen pertenecientes a la aristocracia británica, vestidos con el refinamiento de la moda vigente, pues la opinión pública le exigía a los ministros de la Corona que fuesen verdaderos modelos de imponencia, de distinción y de elegancia.

 

Sin embargo, sucede que muchos ingleses aún alimentaban un cierto preconcepto contra el mundo latino, juzgándolo inferior y distante de la limpieza perfecta, puritana y protestante del reino británico.

 

Y ese ministro inglés visitó el oratorio de San Juan Bosco en la Italia de aquél tiempo, y encontró en esos niños a excelentes personas, aunque tal vez menos aseados de lo que al lord le gustaría. Imaginemos a ese aristócrata presentándose con un aire engreído, con una amabilidad superficial, rumiando prevenciones contra el clero católico y siendo recibido por un padre de Don Bosco. El sacerdote naturalmente digno, compuesto, nada intimidado, porque un hombre con verdadera vida interior no se intimida con valores materiales: la libra esterlina, la limpieza, la corbata bonita; tales cosas no impresionan al varón de auténtica virtud. Además, sutil como el italiano acostumbra a ser.

 

Aparece el ministro dándole poca importancia y de repente el religioso salesiano le arma una “celada”, en la cual el dignatario británico casi cae por entero con todos sus refinamientos y sus elegancias. Él se calló y le garantizó que llevaría la enseñanza a su país…

 

Fue un triunfo más del gran San Juan Bosco. Que él interceda por nosotros, junto al trono de María Auxiliadora, de la cual él fue un modelo de devoto.

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(Revista Dr. Plinio, No. 118, enero de 2008, p. 24-29, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencia del 30.1.1967)

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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