Considerando a los indígenas que vivían alejados de la Iglesia se sentía “como una madre que tuviera tres o cuatrocientos mil hijos perdidos”. Y viajó hasta los lugares más lejanos para catequizarlos.
Corría el año de 1874, época de rápidos cambios sociales y políticos. En Roma, el Beato Pío IX conducía con mano firme la nave de la Iglesia, fuertemente golpeada por las olas del Risorgimento, mientras del otro lado del Atlántico, Colombia empezaba a constituirse como país.
En 1863, la Constitución de Rionegro dio origen a una confederación de nueve Estados soberanos, entre ellos el actual Panamá. El territorio del naciente país andino era agreste y pródigo; el pueblo, inteligente, luchador y dotado de una profunda fe y amor por la Santa Iglesia. No obstante, la unidad política de los Estados Unidos de Colombia era muy frágil y poco pudieron hacer por mantenerla los 18 presidentes centrales que se sucedieron a lo largo de sus 23 años de existencia, marcados por decenas de guerras civiles, la mayor parte de ellas de ámbito regional .
“Es preciso amar a los enemigos”
En ese ambiente concomitantemente fervoroso y bélico fue donde nació María Laura de Jesús Montoya Upegui, en la ciudad de Jericó, el 26 de mayo de 1874. Su madre, Dolores, no le quiso dar el primer beso materno hasta que no fuera bautizada, cosa que ocurrió tan sólo cuatro horas después de su nacimiento. En cuanto a su padre, Juan de la Cruz, médico y comerciante, apenas llegó a conocerlo, pues murió en una de las guerras civiles cuando tenía sólo 2 añitos .
Todos los días la familia Montoya se reunía para rezar el Rosario y siempre incluían en las intenciones a un tal Clímaco Uribe, que la niña pensaba se trataba de algún miembro de la familia .
— Mamá, ¿dónde vive Clímaco Uribe? —preguntó un día .
— Ése fue el que mató a tu padre; debes amarlo porque es preciso amar a los enemigos, pues nos acercan a Dios, haciéndonos sufrir.1
Y sobre esto escribiría más tarde la santa: “Con tales lecciones era imposible que, corriendo el tiempo, no amara yo a los que me han hecho mal”.2 Hay que señalar que la muerte de Juan de la Cruz Montoya, seguida de la confiscación de todos sus bienes, dejó en una situación de pobreza casi extrema a su viuda, con tres hijos pequeños. La pobre mujer se vio obligada a vivir de favor en casa de parientes, sujeta a las vejaciones y humillaciones que de ahí se siguen .
“Como herida por un rayo”
Al dolor de ver a su madre tratada con menosprecio, se unió una prueba incomparablemente más grande. Por diversas razones, sólo recibía manifestaciones de antipatía y de brutal rechazo de personas de las que esperaba recibir cariño. “Era que Dios necesitaba encontrar mi corazón vacío de todo lo terreno, para poder tomar a su tiempo absoluta posesión de él”,3 decía ella .
Viéndose de tal modo rechazada por sus parientes, Laura se habituó a contemplar la naturaleza, su “única amiga”. Por detrás de esto estabala mano de Jesús que iba preparando el terreno para concederle una gracia que daría sentido a su vida .
Una mañana, cuando tenía 8 años, estaba entreteniéndose, como de costumbre, admirando el orden y la laboriosidad de una fila de hormigas que llevaban unas hojas como provisiones, cuando de repente sintió en su alma algo indescriptible: “¡Fui como herida por un rayo, yo no sé decir más! Aquel rayo fue un conocimiento de Dios y de sus grandezas, tan hondo, tan magnífico, tan amoroso, que hoy después de tanto estudiar y aprender, no sé más de Dios, que lo que supe entonces”.4
La virgen apóstol y la virgen contemplativa
Qué bonito es constatar cómo Dios nos habla con elocuencia a través de las criaturas irracionales. Empero, mucho más era el contemplar cómo Él nos atrae por medio del ejemplo de personas virtuosas, como ocurrió con la pequeña Laura. A los 10 años de edad, en la ciudad de Donmatías, donde se había mudado su familia tras la muerte de su padre, conoció a dos jóvenes que marcaron profundamente su vida .
Úrsula Barrera, de gran belleza física y una pulcritud interior aún mayor, había despertado en la jovencita profundos sentimientos de admiración, sobre todo cuando la veía arreglando las flores del altar. Era “la virginidad inflamada en el amor de Dios. […] Puedo asegurar que ella fue mi gran lección de fortaleza para sostener mi virginidad”,5 escribió. La otra joven era Dolores Restrepo, un alma apostólica en el pleno sentido de la palabra, que recorría a pie enormes distancias para convertir a pecadores. Una persona muy rica que usaba su fortuna para socorrer a los pobres a quienes asistía como humilde servidora .
En esas dos mujeres modélicas, Laura veía un reflejo de su vocación: “Úrsula la virgen contemplativa y Doloritas la virgen apóstol. Fueron sin saberlo mis maestras, mis espejos; Dios mío, las pedagogas de mi vocación”.6
Comunión espiritual premiada con un arrobamiento
En 1887, seis años después de su Primera Comunión, Jesús le concedió una señalada gracia para fortalecer su fe en la Eucaristía. Había adquirido el hábito de ofrecer a Dios todas las mañanas sus trabajos del día y de renovar a menudo ese ofrecimiento. No perdía la oportunidad de comulgar y le gustaba quedarse ante el Santísimo, aunque no sintiera ninguna gracia sensible .
Un día, al empezar sus servicios de la casa, los ofreció al Señor como de costumbre. En ese momento, “sin duda, Dios en respuesta de mi ofrecimiento, me infundió un vehemente deseo de comulgar”, 7 pensó. Y entonces hizo una comunión espiritual y sintió un extraordinario arrobamiento de amor, como si la Eucaristía hubiera traspasado su alma. “Me parecía, además, como que comprendía cómo Jesús está en la hostia y cómo el Verbo Divino está en Jesús”.8
Las gracias místicas fueron numerosas durante su vida. De aquí le vinieron la fuerza y el valor para emprender su epopeya misionera, que estará llena de osadía, incomprensiones y persecuciones, a través de las cuales la Divina Providencia iba templando su alma para su futura misión.
Profesora sedienta de almas
Dicha misión se inició cuando tenía 19 años. Después de superar ingentes dificultades recibía en 1893 el diploma de profesora de primer y segundo grado. En enero de ese año debutó en la enseñanza en la escuela municipal de Amalfi, donde pudo dar rienda suelta a su sed de almas: “Me empeñé en hacer de mis discípulas unas amantes locas de Dios”.9
En poco tiempo sus palabras y ejemplo comenzaron a dar frutos de conversión y de fervor. Numerosas jóvenes de la clase alta local empezaron a comulgar a menudo y a defender su fe con denuedo antes los ataques de parientes impíos. Resultados semejantes consiguió en dos colegios más en los que también había dado clases.
En 1898 se asoció con una prima suya que había fundado en Medellín un colegio privado, el cual era muy preciado por la élite de la ciudad. Al disponer aquí de completa libertad, el éxito de sus actividades apostólicas fue mayor .
Campañas difamatorias
No le faltó tiempo al demonio para vengarse. Un matrimonio influyente de Medellín había hecho los preparativos de la boda de su hija, Eva Castro. La prometida era discípula de Laura y la invitó a que fuera su madrina.
A tan sólo dos días para las nupcias, la novia comunicó a sus padres que había decidido romper el compromiso asumido alegando que tenía vocación religiosa. Valiéndose de misteriosas artimañas, el espíritu maligno consiguió meter en la cabeza de los padres y familiares no sólo que la culpable de ese repentino cambio era la joven profesora, sino que, peor aún, había actuado con segundas intenciones…
A partir de esa doble mentira se levantó una gigantesca ola de calumnias y difamaciones que inicialmente empezaron a transmitirse de boca a boca, pero que enseguida pasaron a los órganos de la prensa, incluso los de la capital de la república .
La primera consecuencia fue el cierre del colegio. En poco tiempo la santa se convirtió en el blanco de toda clase de injurias, hasta por las calles los muchachos le tiraban piedras. Peor aún, los que tenían la obligación de salir en su defensa la abandonaron, como su confesor que, tras someterla a un brutal interrogatorio, le comunicó que ya no podía ocuparse de ella. Y a todo esto se agravaba la situación de penuria material a la que se vieron reducidas ella y su madre. Finalmente, intervino la Providencia resolviendo de manera casi milagrosa el problema financiero. Una oportuna y bien elaborada “carta abierta” al padre de Eva Castro, publicada con la ayuda de una familia amiga, puso los puntos sobre las íes y vació de contenido la campaña difamatoria.
Unos años después, Laura abrió nuevamente otro colegio con igual éxito inicial, pero también fue cerrado, en el segundo año de su funcionamiento. Esta vez no fue por la oposición de enemigos declarados de la Santa Iglesia, sino por la de un obispo mal informado .
Éstas y otras catástrofes ocurridas en la vida de Santa Laura no alteraron en nada su serenidad de alma ni su confianza: sabía muy bien que la cruz es el mejor signo de predestinación. Y a través de ese medio, Dios iba preparando su alma para una gran vocación: la de ser misionera entre los indios y madre de numerosas misioneras .
Tres o cuatrocientos mil hijos perdidos
Desde hacía tiempo llevaba experimentando en su alma un inmenso dolor al considerar que miles de indígenas colombianos no tenían ningún contacto con la Iglesia: “me sentía como una madre que tuviera tres o cuatrocientos mil hijos perdidos”.10 Cuanto más crecía en su corazón el deseo de catequizar a esos infelices, más permitía Dios que se multiplicaran los obstáculos, los cuales la santa describe con lujo de detalles en su Autobiografía.
En ésta narra un simpático relato de cómo consiguió, por fin, luz verde para lanzarse a la aventura. Logró una entrevista con el obispo de Antioquia, Mons. Maximiliano Crespo, y “con puntualidad británica” se presentó en el palacio episcopal el 11 de febrero de 1912.11
— ¿Con que usted es la que lleva entre manos la santa empresa de salvar a los pobres indios? —preguntó amablemente el prelado .
— Sí, de trabajar, siquiera un poco por ellos, ilustrísimo señor .
— Pues yo recibo esa obra, con alma, vida y corazón. […] Sea como quiera; yo la apoyaré siempre y cuando escaseen los dineros de la diócesis, me queda mi bolsillo que no es escaso y que pongo a sus órdenes. No lleve al principio, sino cuatro compañeras que sean propias para ser después superioras. Lo único que me falta es un sacerdote, pero Dios no ha de faltarnos.12
¡Con qué alegría no se pondría la santa a hacer los preparativos del proyecto de sus sueños!
Una procesión de mujeres precedidas por diez mulas de carga
En la “hermosa mañana del 5 mayo de 1914”, como escribía en su Autobiografía, salieron las cinco misioneras, entre ellas la madre de Laura, Dolores Upegui, ya con 72 años, pero no menos entusiasmada ni con menor decisión que las jóvenes .
Espectáculo nunca visto por los habitantes de Medellín, esa procesión de mujeres precedidas por diez mulas de carga guiadas por dos arrieros, perseguía un objetivo bien claro: salvar almas. En las ventanas se agolpaba la gente, muchas personas con simpatía y admiración, otras esbozando una sonrisa sarcástica. Sin embargo, como afirmaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, “la sonrisa del escéptico jamás ha conseguido detener la marcha victoriosa de los que tienen fe”.13
— ¡Adiós madrecitas, adiós hermanitas! —decían con curiosidad y respetuosamente los campesinos al verlas pasar por los polvorientos caminos rurales .
Después de un fatigoso y peligroso viaje llegaron al lugar escogido para establecer la base de la misión: Dabeiba. A pesar de la presencia de dos sacerdotes que las acompañaron al final del trayecto para facilitarles los primeros contactos, fueron recibidas con menosprecio y hostilidad por la población .
Conquistados por la bondad y por la oración
Instaladas en un exiguo y precario alojamiento, la “madre” Laura enseguida se hizo cargo de programar un régimen de vida de búsqueda de la perfección. Mientras más duros eran los sufrimientos y dificultades, más grande era la alegría que Dios les concedía para enfrentarlos. Al cabo de un mes empezaron a aparecer los primeros indígenas, desconfiados y distantes, pero a quienes no les fue difícil adquirir poco a poco confianza en las religiosas .
¿Cómo se les conquistó? Por el heroísmo de la vida cotidiana que llevaban, por la bondad y ternura con las que recibían a los pobres salvajes y, ante todo, con muchas oraciones y sacrificios, precio de las gracias que la Divina Providencia dispensaba para la salvación de aquellas almas. “Desde este primer año —cuenta nuestra santa— tuvimos bautismos de adultos, no pocos, y cristianos nuevos y fervorosos”.14
Acababa de nacer una nueva institución religiosa que tres años más tarde recibiría la aprobación diocesana con el nombre de Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena. La aprobación pontificia llegaría en 1953, cuando la santa fundadora ya se encontraba en la gloria celestial .
El indio “desveloriado”
En los momentos más difíciles aparecía Dios de forma prodigiosa en auxilio de las heroicas misioneras. Así pues, para vencer la hostilidad del pueblo de Dabeiba, la Providencia obró numerosas curas milagrosas, disfrazadas de “medicamentos” recetados por la Madre Laura. Por ejemplo, a una persona mayor al borde de la muerte le recetó agua de un arroyo cercano a su casa, hervida y colocada a la sombra de un plátano durante unas horas. El anciano se tomó el “medicamento” y quedó curado ese mismo día .
Mucho más impresionante es el caso de Próspero Jumí, un indio dedicado a las misioneras desde el principio. Su madre aseguraba que había sido bautizado, y también lo declaraban algunos indios más viejos. Habiendo enfermado gravemente falleció un día al atardecer, tras haber recibido la Unción de los Enfermos .
Unas horas después, la Madre Laura sintió en su interior, con toda seguridad, que el buen indígena había muerto sin estar bautizado y propuso a sus hermanas levantarse a media noche y rezar el Rosario completo, pidiéndole a la Virgen María que le devolviera la vida. Así lo hicieron y tranquilamente se volvieron a dormir, con la certeza de que serían atendidas. ¡Y lo fueron!
Al amanecer empezaron a pasar varios indios alborotados dando la noticia de que Próspero había “desveloriado” (como decían ellos) y se había levantado totalmente sano. Y los indígenas presentes en el velatorio afirmaban que vieron a la Madre “desveloriar” al muerto. Próspero fue, finalmente, bautizado y vivió varios años más como un buen cristiano .
“María madre mía, sálvame”
Enfrentando incontables peripecias, “la madrecita y sus hermanitas” entraron y echaron raíces en sitios donde valientes misioneros no habían conseguir introducirse. Catequizaron a los indios del Departamento de Chocó, del golfo de Urabá, de la región de Murri. Fundaron casas en Santa Rita, Peque, Sinú, Cáceres y Sarare (actual Labateca) .
“Mi devoción a la Santísima Virgen era también como un remo que empujaba mi barquita. […] María es la sonrisa de mi vida”, decía la santa religiosa; y para los indios la Madre de Dios “fue su primer conocimiento y su primer amor puro”, añadía; y que les gustaba repetir la dulce jaculatoria que la madrecita les había enseñado: “María madre mía, sálvame”. 15 Las misioneras se enternecían al constatar cómo hasta los más endurecidos de entre ellos se desmontaban cuando oían hablar de María:
— Yo tu ley no gusta, ¡Dios no necesita! ¡No quiere bautismo! —bramaba uno de ellos.
— Luego, ¿usted tampoco quiere a María madre mía? —decía la santa.
— ¡Ése sí quiere yo, ése mucho querido! —replicaba el otro con gran expresión.16
Una especie de vanguardia de la Iglesia
Los últimos nueve años de su existencia la Madre Laura los pasó en una silla de ruedas, en medio de duras pruebas. Mientras tanto, la Providencia bendecía la expansión de su obra. En el momento de su muerte, ocurrida el 21 de octubre de 1949, contaba con 90 casas en tres países y 467 religiosas. En la actualidad las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena están presentes en 19 países.
Santa Laura Montoya, afirmó el Papa Francisco al canonizarla, “fue instrumento de evangelización primero como maestra y después como madre espiritual de los indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese amor aprendido de Dios, y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que respetaba su cultura y no se contraponía a ella. En su obra de evangelización Madre Laura se hizo verdaderamente toda a todos, según la expresión de San Pablo (cf. 1 Co 9, 22). También hoy sus hijas espirituales viven y llevan el Evangelio a los lugares más recónditos y necesitados, como una especie de vanguardia de
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-1 Cf. SANTA LAURA MONTOYA UPEGUI. Autobiografía o “Historia de las misericordias de Dios en un alma”. 4.ª ed. Medellín: Cargraphics, 2008, p. 42. 2 Ídem, ibídem. 3 Ídem, p. 52. 4 Ídem, p. 61. 5 Ídem, p. 73. 6 Ídem, ibídem. 7 Ídem, p. 94. 8 Ídem, ibídem. 9 Ídem, p. 130. 10 Ídem, p. 344. 11 Poco tiempo después, el 7 de junio de 1912, el Papa San Pío X firmaba la encíclica Lacrimabili statu, dirigida a los arzobispos y obispos de América Latina, indicándoles que “todas aquellas cosas que en vuestras diócesis están instituidas para el bien de los indios, la promováis con toda vuestra preocupación”. 12 Cf. SANTA LAURA MONTOYA UPEGUI, op. cit., p. 353. 13 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Auto-Retrato filosófico. Estudos, análises e pronunciamentos públicos. In: Catolicismo. São Paulo. Año XLVI. N.º 550 (Octubre, 1996); p. 33. 14 SANTA LAURA MONTOYA UPEGUI, op. cit., p. 523. 15 Cf. Ídem, pp. 530-531. 17 FRANCISCO. Homilía, 12/5/2013. |
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