“Encárguese de esas niñas”
En la comunidad fundada por la joven María Mazzarello, san Juan Bosco discernió el comienzo de la rama femenina que la Virgen le pidiera hace años en un sueño
Son conocidos los sueños místicos y proféticos de Don Bosco. Éste, tal vez, menos que los demás. veamos cómo el propio santo lo narra:
“Un buen día, atravesaba la plaza Vittorio, en Turín. De repente me vi rodeado por un pequeño ejército de niñas que cantaban, gritaban, con sus vocecitas agudas. Apenas me vieron, volaron en torno a mí y clamaban: ‘¡Viva Don Bosco”! […] ¡Encárguese también de nosotras! ¿No ve que estamos abandonadas?’ – ‘Otro tendrá que ocuparse de ustedes: ¡yo estoy sobrecargado con tantos niños!’ […] Pero, mientras me insistían, se me apareció una Señora noble, con el rostro resplandeciente como el Sol, y me dijo: ‘Cuida de ellas por mi. Son hijas mías’ ” 1.
Pasó el tiempo y Don Bosco parecía haberse olvidado de este sueño. En realidad, no escondía su poco entusiasmo ante la idea de fundar una rama femenina de su congregación.
En junio de 1866, el padre Juan Bautista Leymone, director del colegio de Lanzo, recordó al santo la posibilidad de una fundación femenina, en la que monjas hiciesen por las niñas lo mismo que los sacerdotes hacían por los niños. Don Bosco pensó un poco y dijo: “Si, eso también será realizado. Pero ahora no. Un poco más tarde” 2.
Para esta realización, la Providencia puso en el camino de Don Bosco a una joven: María Domenica Mazzarello.
“Sin Jesús, no sabría vivir”
Nacida en Mornese, aldea alpina del Alto Monferrato, el 9 de mayo de 1837, María pertenecía a una familia pobre, y tuvo una infancia rural como la de su fundador. Desde muy joven, trabajaba con diligencia en las viñas y en los campos, siempre destacándose por su humildad, recato y candidez.
Rezaba mucho. En el catecismo era la primera de la clase. Hizo su Primera Comunión a los 10 años y, desde entonces, comulgaba todos los días, lo que no era nada común en aquella época. Se levantaba antes del amanecer y salía apresuradamente rumbo a la iglesia, a veces caminando sobre la nieve. “Sin Jesús, no sabría vivir”, decía ella.
Una epidemia cambió su vida
Cuando tenía 23 años, la Providencia probó su dedicación. Una epidemia de tifus negro asoló la villa de Mornese. Todos huían de las familias infectadas. Una de esas era la de su tío Orestes Mazzarello: él, su esposa y sus hijos, todos afectados por la terrible peste, no tenían quien los ayudase.
El director espiritual de María, padre Domenico Pasquale Pestarino, le pidió hacer ese acto de caridad. Tuvo miedo, pero, al mismo tiempo, en su alma algo le llamaba a sacrificarse por los otros para estar más unida al Señor.
Partió, pues, para la casa de su tío y, en una semana, el orden volvió a aquel hogar. Hasta los enfermos más graves comenzaron a recuperarse. María, sin embargo, contrajo la dolencia y su estado se agravó hasta tal punto que ella rechazaba los medica mentos. Esperaba apenas que Dios viniese a llevarla al Paraíso.
¡Se engañaba! Aún sin la ayuda de medicamentos, recuperó la salud y se levantó dispuesta a retomar la vida anterior. Aunque, la enfermedad le había minado las fuerzas. No conseguía trabajar en el campo como antes. Necesitaba buscar otra ocupación. ¿Qué sería? ¿Casarse? No se sentía llamada a ello.
Aparecen las primeras niñas
Con esta inquietud en el alma, caminaba cierto día por la colina del Borgo Alto —donde entonces no existía construcción ninguna— cuando vio ante ella un gran edificio con muchas niñas jugando y corriendo en un patio. Asustada, se restregó los ojos y oyó nítidamente estas palabras: “Encárguese de esas niñas”3.
María relató al padre Pestarino lo que había sucedido. Este le dijo que era pura imaginación y le recomendó que olvidase la visión y que no se lo contase a nadie. Ella obedeció, pero algo quedó en su interior.
La joven María y su amiga Petronila —también de sobrenombre Mazzarello, aunque no fuesen parientes— estaban inscritas en la Pía Unión de las Hijas de María Inmaculada, en la época ya muy difundida en Italia.
María reveló a la amiga su intención de montar una oficina de costura para enseñar a las niñas pobres ese oficio. Las misteriosas palabras oídas en la colina del Borgo Alto la llevaban a buscar a las criaturas de las cuales tendría que “encargarse”. Explicó, pues, a Petronila que su deseo era, además de enseñarles la profesión, hablarles de Dios. Y la invitó a unirse a ella en ese noble objetivo.
Petronila aceptó la invitación y las dos se instalaron en una pequeña sala donde iban diariamente diez niñas para aprender corte y costura. Eranlas más pobres. Las dos jóvenes guiaban sus manitas inexpertas en los tejidos y máquinas, al mismo tiempo que orientaban hacia Dios sus corazones infantiles.
Nace una nueva comunidad
No fue fácil al inicio. Además de enfrentarse a dificultades con las familias, tuvieron que arrastrar la ironía de los aldeanos. Se vieron forzadas a trasladarse de local en varias ocasiones. Pasaban por los mismos sinsabores que su fundador, todavía desconocido para ellas, ya había pasado en Turín.
En una noche del invierno de 1863, golpearon en la puerta de las Mazzarrello dos pequeñinas medio muertas del susto. Eran huérfanas de madre, y el padre, vendedor ambulante, pedía a las caritativas señoritas que las acogiesen mientras él viajaba. María y Petronila consiguieron de los vecinos una cama y un poco de harina, para aumentar las gachas, y les dieron hospedaje.
La noticia se extendió rápidamente. Llegaba ayuda de todas partes: leña, mantas, harina de trigo y de maíz.
Antes de la primavera, ya eran siete las niñas para las cuales las dos jóvenes hacían de madres. El padre Pestarino las animaba, diciendo que Dios era quien les mandaba esas pequeñas criaturas necesitadas.
Después, otras dos niñas de la Pía Unión de las Hijas de María se ofrecieron para ayudar en los trabajos de la casa. Consultado, el padre Pestarino accedió a que ellas formaran una pequeña comunidad: las “Cuatro Hijas”, como eran llamadas, en la aldea. Ellas querían hacer el bien a todas las niñas del lugar. En los días festivos y domingos reunían a las pequeñas y las llevaban a la iglesia. Después promovían alegres paseos e inventaban todo tipo de juegos para entretenerlas. Hacían por ellas lo mismo que Don Bosco hacía por sus niños. Sin saberlo ellas, nacía así, una especie de “oratorio festivo” femenino.
Primer encuentro con el fundador
El padre Pestarino hizo una visita a Don Bosco en el Oratorio de Valdocco, quedó encantado con todo cuanto vio y pidió ingresar en la Congregación Salesiana. Don Bosco accedió, pero determinó que continuase en Mornese, como director de las “Cuatro Hijas”. El santo discernía en esa pequeña comunidad el comienzo femenino que la Virgen le pidiera hace tantos años en el sueño.
Por medio del padre Pestarino, Don Bosco envió, en aquella ocasión, una nota a las “Hijas de la Inmaculada” de Mornese, animándolas y comunicándoles que en seguida iría a visitarlas. Todavía sin conocer a su santo fundador, ellas besaron la nota como una reliquia.
El día 7 de octubre de 1874 marcó profundamente la vida de María Mazzarello: fue su primer encuentro con Don Bosco. La población lo recibió con banda de música, aplausos, calles adornadas con flores y gallardetes. Era amable, alegre, amigo de los niños y de los pobres. Todos lo trataban como un hombre de Dios. Quería el pueblo construir en la colina del Borgo Alto un colegio, para los padres Salesianos. Don Bosco aprobó la idea y prometió mandar dos o tres de sus mejores sacerdotes.
María quedó llena de admiración al oír el primer sermón del santo. Durante los cinco días que permaneció en Mornese, no se perdió ninguna de sus homilías o de los diálogos de “Buenas noches” a los jóvenes. “Don Bosco es un santo: yo lo siento así. Y de los santos no se puede perder ni una palabra”4 —dijo ella.
Surge una nueva congregación
Al año siguiente, María y sus compañeras se instalaron en una casa mejor, cerca de la parroquia donde siguieron llevando vida comunitaria bajo el nombre de “Hijas de la Inmaculada”.
Don Bosco volvió a Mornese en 1867, para inaugurar la capilla del nuevo colegio. Permaneció cuatro días en la villa y dio una conferencia al pequeño grupo de jóvenes. Dos años después envió a María y Petronila un cuadernillo escrito de su puño y letra, con un reglamento para ellas y para las pequeñas. Se perdió ese manuscrito, pero la Hermana Petronila lo recordaba y en él el santo les daba los siguientes consejos: procurar vivir habitualmente en la presencia de Dios; rezar frecuentemente jaculatorias; actuar con dulzura, paciencia, amabilidad; asistir con dedicación a las pequeñas, mantenerlas siempre ocupadas e inspirarles una vida de piedad simple, sincera y espontánea.
En 1870, volvió Don Bosco a Mornene para ver de cerca la vida de las “Hijas”. Quería examinar el efecto de su “cuadernillo”. ¡Se mostró plenamente satisfecho!
Ante tal realidad, al año siguiente, Don Bosco reunió al Capítulo de la Congregación y pidió el parecer de cada uno sobre la fundación de la rama femenina. Todos se manifestaron favorables.
Don Bosco determinó, entonces, que las “Hijas de la Inmaculada” se transfiriesen para un edificio del colegio recién construido y ahí llevasen vida comunitaria bajo la dirección del padre Pestarino. Éste aceptó rápidamente la incumbencia, pero estaba preocupado porque el pueblo de Mornese había construido el colegio para la educación de los niños… y tal vez no estuviesen de acuerdo con ese cambio.
En junio de ese mismo año, Don Bosco fue a Roma y expuso su proyecto a Pío IX que, después de pensarlo algunos días, le dice: “Su deseo parece ser de Dios. Creo que esas hermanas deben tener como función principal la instrucción y educación de las pequeñas, tal como los Salesianos hacen con los pequeños. Dependan de usted y de sus sucesores”5.
En enero de 1872 las “Hijas” se reunieron en capítulo y eligieron a su primera superiora: María Mazzarello. Juzgándose indigna, procuró esquivarlo, pero el padre Pestarino le llevó el caso a Don Bosco y éste, convencido de la virtud y capacidad de la elegida, la confirmó en la delicada función.
Ocho meses más tarde, en la fiesta de Nuestra Señora de las Nieves, en presencia de D. Giussepe María Sciandra, obispo de Ácqui, y de Don Bosco, se realizó la primera recepción de hábito de quince jóvenes. Estaba fundada la nueva congregación, que Don Bosco bautizó en términos proféticos: “Usaréis el nombre que hace mucho os reserva mi corazón: Hijas de María Auxiliadora. Por vuestro intermedio, Nuestra Señora quiere ir en auxilio de las pequeñas desvalidas. Sois pobres y poco numerosas. Pero habréis de tener tantas alumnas que no sabréis dónde meterlas…” 6.
Comienzo lleno de dificultades
Como recelaba el padre Pestarino, los habitantes de Mornese se sintieron traicionados cuando las niñas ocuparon el colegio del Borgo Alto. ¡Don Bosco había prometido enviar sacerdotes para cuidar de los pequeños! —argumentaban ellos.
Fue en un clima de incomprensión y casi hostilidad que las Hijas de María Auxiliadora iniciaron su vida religiosa. Nadie más quería ayudarlas. La pobreza ultrapasaba los límites de la miseria. Les faltaban hasta los más elementales alimentos. Muchas hermanas descansaban con la cabeza apoyada en un tronco de madera cubierto de harapos. Las pocas almohadas de las que disponían eran usadas por las pequeñas. En esas condiciones, María siempre animaba a las hermanas: “Estamos en las manos de Dios. Vamos a tener de todo: injurias, burlas y hasta hambre. Con mucho amor. Cuando Él quiera, las cosas cambiarán”7.
Dos años después falleció la Hermana María Poggio. Pasó tanta hambre y frío en el último invierno que partió en silencio. El pueblo de Mornese se conmovió al ver en los funerales a las jóvenes religiosas esqueléticas, vestidas de hábito, rezando el rosario. Desde entonces nunca más faltó la harina de maíz para la polenta ni la harina para el pan en el convento del Borgo Alto.
Se hacía realidad la visión que tuviera María, tantos años antes, en aquella colina.
Consolidación y expansión de la congregación
En 1874, Don Bosco las invitó a ser misioneras en América del Sur, donde les seguirían algunos sacerdotes salesianos. La madre Mazzarello envió a seis hijas, escogidas entre muchas otras deseosas de partir. Desde que recibió noticias de su llegada al campo de misión, les escribió una larga carta en la que “conversaba con cada una de ellas” como si las sintiese bien cerca de ella. En las últimas líneas, les decía: “Hijas mías, les recomiendo que se quieran muy bien, que tengan paciencia unas con las otras, que se perdonen mutuamente los pequeños defectos, cosas inevitables. Cuiden bien de la salud. ¡Coraje, buenas y queridas hermanas!”8.
En poco tiempo, las Hijas de María Auxiliadora constituyeron una gran familia esparcida por varias partes del mundo.
Muerte prematura
El hecho de convertirse en Superiora General no hizo que la Madre Mazzarello abandonase los pequeños servicios. Cuidaba de las pequeñas y de las hermanas como una verdadera madre.
Pero su salud comenzó a declinar. Caminaba con dificultad y, una noche, calentaba en la cocina un ladrillo para, con su calor, aliviarse un poco sus fuertes molestias que en el lado derecho del abdomen sentía. Se ofreció como víctima expiatoria y la Providencia parecía haberla aceptado.
En 1881, estando en Saint-Cyr, en Francia, el médico le diagnosticó una pleuresía en estado muy avanzado. En aquel tiempo, el tratamiento era realizado a base de ventosas, que en cuarenta días, transformaron su espalda en una herida. Nada reclamaba y sólo daba buenos ejemplos a sus hermanas de religión.
El médico le dio dos meses, y ella decidió volver para Nizza-Monferrato, lugar donde se había trasladado años antes la Casa-Madre de la Congregación. Allí expiró el 14 de mayo de 1881. Sus últimas palabras a sus hijas, que lloraban, fueron: “¡Adiós! Hasta el cielo…” Con apenas 44 años de vida, fue un ejemplo de humildad y santidad, celo apostólico y pureza virginal.
Pío XI la beatificó en 1939 y Pío XII la canonizó en 1951. Su cuerpo, incorrupto, fue trasladado a un altar de la grandiosa Basílica de María Auxiliadora, en Turín. ?
1) Apud AÑO CRISTIANO, vol. V – Mayo. Madrid: B.A.C., 2004. p. 313. 2) BOSCO, Terésio. Dom Bosco. 6 ed. São Paulo: Editora Salesiana, 2002. pp. 418-419. 3) BOSCO, Terésio. Maria Domingas Mazzarello. 5 ed. São Paulo: Editorial Salesiana Dom Bosco, 1997. p. 9. 4) BOSCO, Terésio. Dom Bosco. 6 ed. São Paulo: Editorial Salesiana, 2002. p. 423. 5) Idem. p. 426. 6) BOSCO Henri; VON MATTI, Leonard. Dom Bosco. Trad. Zita Givoni Garcia. Porto: Ediciones Salesianas, 7) BOSCO, Terésio. Maria Domingas Mazzarello. 5 ed. São Paulo: Editorial Salesiana Dom Bosco, 1997. 8) Idem, p. 29.
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