Una clase de perfección
El camino de la virtud, que otros señalan a través de páginas de sabiduría, la doctora de la “pequeña vía” aquí nos lo apunta por medio de su mirada.
Santa Teresa del Niño Jesús nació después de la invención de la fotografía, y gracias a las posibilidades que ésta inauguró, podemos acompañarla en todas las fases de su vida, desde sus primeros años hasta sus últimos días.
Ciertamente no la conoceríamos tan bien ni aprovecharíamos tanto las páginas de sus Manuscritos Autobiográficos sin ese valioso complemento, verdadero registro visual de su progreso en la virtud.
Entre los diversos retratos de la carmelita de Lisieux, uno llama de una manera especial nuestra atención, por la fulgurante expresión de santidad que deja traslucir. Se trata de la fotografía sacada a los 8 años, cuando era alumna de las religiosas benedictinas, en la que aparece vestida con el uniforme escolar al lado de su hermana Celina.
Su mirada honesta, serena y modesta denota una lozanía cautivante, reflejo de la inocencia bautismal fielmente conservada. Sin estar riendo ni aparentar tener la costumbre de hacerlo en todo momento, trasmite una alegría intensa y una completa ausencia de egoísmo. Diríamos que experimenta una felicidad auténtica, pues “el niño no conoce la mentira, la falsedad ni la hipocresía.
Su alma se refleja enteramente en su rostro; su palabra traduce con fidelidad su pensamiento, con una franqueza emocionante. No tiene las inseguridades de la vanidad o del respeto humano. En una palabra, él y la simplicidad constituyen una sólida unión”.1
El Beato Juan Pablo II, al proclamarla Doctora de la Iglesia, incluyó su nombre en el selecto rol de exponentes como San Agustín, San Juan Crisóstomo y Santo Tomás de Aquino.
Nos sorprende que una religiosa que falleció a los 24 años de edad haya recibido esa distinción concedida tan sólo a los teólogos de la Santa Iglesia más destacados. Sin embargo, mejor que muchas lumbreras de las ciencias, la doctora de la “pequeña vía” enseñó que “si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 3), y justificó de manera magnífica la oración del divino Maestro: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11, 25).
El Pontífice la exaltó no tanto por lo que hizo, sino, sobre todo, por lo que fue. El camino de la virtud, que otros señalaron a través de páginas de sabiduría, aquí ella nos lo apunta por medio de su mirada. Al final de cuentas, ¿detenernos unos minutos en la contemplación de ese semblante no equivale a recibir una clase de perfección?
1 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. O inédito sobre os Evangelhos. Roma/São Paulo: LEV/Lumen Sapientiæ, 2012, v. V, p. 124.
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