La primera y más importante consagración es la bautismal. Pero dentro del pueblo de Dios, algunos han sido llamados a vivir en un nuevo estado o modo de vida.
La Jornada Mundial de la Vida Consagrada les recuerda a todos los consagrados la vocación que tienen para vivir una auténtica amistad con el Señor Nuestra Señora de la Luz. Altar mayor de la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, Río de Janeiro
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El 2 de febrero celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo. En dicha fiesta somos llamados a contemplar el misterio que nos recuerda los cuarenta días del nacimiento del Hijo de Dios en la gruta de Belén, cuando la Santísima Virgen María y su esposo San José, padre adoptivo davídico de Jesús, fueron al templo llevando en sus brazos al Niño Dios para presentarlo, ofrecerlo, consagrarlo al Señor, pues aunque Él fuera el “Dios con nosotros”, sus padres quisieron, con la profunda práctica religiosa que guardaban, cumplir o que la ley prescribía para los primogénitos.
También nosotros debemos presentarnos en el Templo
Así, también nosotros, cuarenta días después de haber celebrado la Santa Natividad del Señor, debemos presentarnos en el Templo para renovar la ofrenda de nosotros mismos al Señor, para que con nuestra vida siempre demos testimonio de que somos templos de Dios y que, por tanto, somos moradas del Señor, la Trinidad habita en nosotros. La liturgia que celebramos nos hace vivir el ya y el no todavía, actualizado en el misterio celebrado.
Haciéndome eco de la convocatoria del Papa, aprovecho la ocasión para anunciar que he preparado, para este día que tradicionalmente se conmemora a Nuestra Señora de la Luz, de las Candelas o de la Candelaria, una carta pastoral con el título: Gratitud, pasión, alegría y esperanza, que espero sea leída y meditada por los fieles de nuestra diócesis y, sobre todo, por los consagrados y consagradas en este año dedicado especialmente a ellos.
¡Vivamos, pues, con alegría y gran compromiso, a invitación y por institución del Papa Francisco, el Año de la Vida Consagrada en toda la Iglesia Católica! Bajo ese término —vida consagrada— encontramos tanto a los miembros de los institutos religiosos, de los institutos seculares, como a los fieles que forman parte del Orden de las vírgenes, de los eremitas, o son miembros de las sociedades de vida apostólica y de las nuevas comunidades, cada uno a su modo, consagrados a Dios sea en la vivencia de los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia) a través de votos públicos o privados, sea consagrados a través de otros vínculos reconocidos por la Iglesia o incluso escondidos a los ojos del mundo, pero que a los ojos de Dios no lo son.
La vocación de todos: vocación a la santidad
La primera y más importante consagración, todos lo sabemos, pero siempre es bueno recordarlo, es la bautismal y, a partir de ésta, la que la Tradición llama Ianua Sacramentorum, cuando nos convertimos, en el sentido más estricto y teológico del término, en “hijos de Dios”; la Iglesia, nuestra Madre que nos ha engendrado por el Bautismo, nos acompaña en nuestra vida por los otros sacramentos de iniciación cristiana: Confirmación y Eucaristía; por los sacramentos de curación: Penitencia o Reconciliación y Unción de los Enfermos; y por los sacramentos al servicio de la comunidad: Orden y Matrimonio.
Pero dentro del pueblo de Dios algunos son llamados, clérigos o laicos, y es eso lo que celebramos en esta jornada, a vivir un estado nuevo de vida: el religioso, o un modo nuevo de vida: seglar, miembros de sociedades apostólicas y de nuevas comunidades, respondiendo así, de forma bien específica, a la única vocación a la que todos son lamados: la vocación a la santidad.
La Jornada Mundial de la Vida Consagrada, instituida por San Juan Pablo II, este año celebramos la XX con el lema, “La vida consagrada, profecía de la misericordia”, les recuerda a todos los consagrados la vocación que tienen para vivir una auténtica amistad con el Señor que los ha llamado a una relación de profunda intimidad con Él, en la comunión eclesial y al servicio del mundo. Pero también nos recuerda a todos nosotros que recemos por esos hombres y mujeres de Dios que nos tienen siempre presentes en su oración.
“No hay que ceder a la tentación de confiar en las propias fuerzas”
En este Año de la Vida Consagrada el Santo Padre, religioso de la Compañía de Jesús (jesuita), quiere que los consagrados evangelicen su vocación, acordándose del pasado con gratitud, viviendo el presente con pasión y abrazando el futuro con esperanza, confiando siempre en la Providencia de ese Dios nuestro que nos acompaña con amor y fidelidad.
Y con el Papa Francisco, en la Carta Apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada, deseo: “No hay que ceder a la tentación de los números y de la eficiencia, y menos aún a la de confiar en las propias fuerzas. Examinad los horizontes de la vida y el momento presente en vigilante vela. Con Benedicto XVI, repito: ‘No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz —como exhorta San Pablo (cf. Rm 13, 11-14)—, permaneciendo despiertos y vigilantes’. Continuemos y reemprendamos siempre nuestro camino con confianza en el Señor”.
En esta ciudad, que en su fundación contó con la presencia de San José de Anchieta, entre los varios dones que hemos recibido y que pueden inspirar a los consagrados en este año especial, es el de tener en nuestra Iglesia el proceso, que ya está en Roma, de la Sierva de Dios Hna. María José, carmelita de Río de Janeiro, como estímulo al llamamiento a la santidad de la vida religiosa en estas tierras cariocas. Aquí también vivió, residió largo tiempo y falleció la Beata Bárbara Maix, fundadora de la Congregación del Inmaculado Corazón de María.
Sabemos también que Zelia, esposa de Jerónimo, cuyo proceso arquidiocesano está en curso, terminó sus días como consagrada. Son signos de vida consagrada que pueden ayudarnos mucho en estos tiempos a agradecérselo a la Historia, a vivir hoy con pasión la vida y a mirar con esperanza hacia el futuro. Que todos los religiosos de nuestra amada arquidiócesis de San Sebastián de Río de Janeiro se empeñen en el Año de la Esperanza, y que seamos signos de la esperanza cristiana en el mundo. La Iglesia camina, todos juntos, con todos sus objetivos dirigidos hacia Nuestro Señor y Redentor Jesucristo. Jesús, que vino para servir y quitar el pecado del mundo, quiere que nos sirvamos unos a los otros y produzcamos frutos de salvación. Recemos por el mundo y demos testimonio de que es posible ser un signo de santidad.