La oración lo vence todo

Publicado el 09/25/2020

¿Hay entre vosotros alguno que esté triste? Haga oración”, decía el Apóstol Santiago en su Epístola (Sant 5, 13). Todo podemos obtener a través de la oración. El Dr. Plinio nos mostrará, con base en un bello hecho descrito por Louis Veuillot, cuán importante es tener una vida llena de piedad y de confianza en la bondad de Nuestra Señora y de su Divino Hijo.

                                                                                                 Plinio Corrêa de Oliveira

Con su estilo atrayente y luminoso, Louis Veuillot1 escribió el libro Parfum de Rome, donde reúne notas sobre uno de sus viajes a la Ciudad Eterna, que hasta 1870 estuvo bajo el poder temporal del Papado.

Diario de un alma en busca de la virtud

En esa obra leemos este trecho, muy bonito, varias veces objeto de mis comentarios:

En una manzana desierta, en los muros de una Iglesia, Enrico [es el propio Veuillot], copió y me tradujo las siguientes inscripciones, trazadas a lápiz por una mano firme y ejercitada [por lo tanto, es un anónimo que escribía esto]: “El 14 de septiembre estoy mal de salud por mi culpa, por la inquietud y desobediencia. A partir de este momento, a las once de la mañana, decidí, con la ayuda de Dios y de María Santísima, no atormentarme más y recuperar la verdadera paz. San José, ruega por nosotros.” Un mes después: “14 de octubre. Hasta este momento todavía no conseguí, o mejor dicho, no obtuve lo que escribí el 14 de septiembre, pero ahora decidí hacer todo.”

Sabemos que, en los primordios de nuestra vida espiritual, generalmente sucede esto: tomamos una decisión y nos convertimos. Después de un mes, hacemos un examen de conciencia y verificamos que no progresamos casi nada. Entonces resolvemos cumplir todos los propósitos establecidos anteriormente, como manifestó la persona a la cual se refiere el texto.

Día 15 de noviembre: renuevo todo aquello que prometí, a fin de llegar a cumplirlo. Día 23 de noviembre: fallé, pero prometí, con toda el alma, cumplir lo mismo. Día 28 de noviembre: decidí ser bueno. Día 23 de diciembre: quiero obedecer siempre, para agradar a María Santísima hasta la muerte. 28 de enero: no hay más inquietud, por amor a María Santísima, y renuevo hoy aquello que había deliberado hacer el 1º. de enero. Día 1º. de marzo: No. Las inquietudes cesaron. Día 29 de marzo: No atormentarme más, no pecar más.”

En las dos últimas fechas, la inscripción está rodeada de un dibujo que representa dos palmas que forman una cruz. Debo confesar que estas declaraciones, hechas ingenuamente por un alma probada y al fin victoriosa, no me tocaron menos que las que yo hubiese leído en las catacumbas, de las cuales ellas parecen tener el perfume…

El mismo aroma admirable de los primeros martirios

Es de veras bonito el comentario de Veuillot, cuyo trecho nos lleva a admirar el triunfo de la gracia. Pues se trata de un alma que en diversas oportunidades hizo buenas resoluciones, sin mantenerlas. Enseguida renovaba los buenos propósitos y tenía nuevas caídas. Al final, a fuerza de rezar – era una persona piadosa, consciente de que, sin el auxilio divino, implorado con perseverancia, nada alcanzaría – obtiene lo que tanto anhelaba. Después de mucho tiempo y de varios fracasos, conquistó la victoria en su vida espiritual.

Era un alma perseguida por inquietudes (tal vez escrúpulos o alguna mala inclinación a la cual ella daba consentimiento) y hasta rebelada, porque no obedecía a cierta autoridad cuyas determinaciones debería acatar. Después de recaídas, y a costa de oraciones, acabó llegando un determinado momento en que ella pudo decirse obediente, pacífica y tranquila. Entonces, con el sentido artístico peculiar del italiano, adornó con dos palmas las fechas que representaban su victoria.

Tomando en consideración que esas notas traducen una situación común en cualquier trayectoria espiritual, somos llevados a preguntarnos por qué la persona en cuestión resolvió grabarla en los muros de una iglesia. Ciertamente porque fue el lugar donde recibió una gracia particular, y donde, en horas furtivas, llegaba a escribir en la piedra del templo su confesión a Dios. Esa alma trazó allí su diario, por designios de la Providencia, a fin de que fuese copiado y analizado por Louis Veuillot. Y es este comentario del gran literato que nos interesa.

Dice él que el hecho sería digno de estar escrito en la pared de una catacumba romana, pues tiene su perfume. Ahora bien, eso nos muestra el carácter perenne de la Iglesia; nos revela cómo, en las condiciones de la vida hodierna, es posible repetir toda la gloria de su pasado remoto.

En efecto, un alma fiel que lucha contra sus propias miserias y que, a pesar de las infidelidades, ruega constantemente el socorro de Nuestra Señora para verse rescatada de sus faltas y libre del imperio de ellas, esa alma realiza algo tan bello cuanto el cristiano que enfrentaba en el Coliseo, o en otra arena, los leones y los tormentos del martirio.

Realmente, para quien conoce el valor de las cosas espirituales, la seriedad y el deseo de cumplir el deber, el saber humillarse cuando se cae, decidir levantarse de nuevo y confiar en la misericordia de María, tiene un perfume admirable. Es el buen olor del sufrimiento humano soportado con fe. En el episodio descrito por Veuillot se percibe el alma sufridora que se dilaceró para conseguir la fidelidad a sus propósitos. Ella tuvo una fe que mueve montañas, y finalmente alcanzó su objetivo.

Ahora bien, ese perseverar y sangrar del alma para cumplir su deber es una forma de inmolación que tiene el aroma de todos los martirios. Quizás no atestigüe el heroísmo en un grado análogo al de aquellos cristianos sacrificados en los circos romanos. No obstante, basta manifestar cierto sentido de heroísmo para exhalar algo del perfume de las catacumbas, todo hecho del espíritu de epopeya de los primitivos católicos que las frecuentaban.

Orar siempre, orar mucho, sin desánimo

Nos cumple hacer una aplicación de estas consideraciones a nuestra vida espiritual. Y es que comprendamos que jamás debemos desanimar cuando no conseguimos observar los buenos propósitos que hacemos. Aunque tengamos fracasos, es necesario rezar, confiar y orar más, porque a fuerza de pedir, el Cielo se nos abrirá. Los que imploran con insistencia la gracia de practicar la virtud, por débiles que sean, pertenecen por excelencia a la categoría de aquellos a los cuales Nuestro Señor recomendó: “Golpead y se os abrirá; pedid y se os dará”. Es decir, es una glorificación de la oración como medio eficaz para que el hombre obtenga aquello que por sus propios recursos no alcanzaría.

Alguien podrá decir: “Mis oraciones valen poco”.

Yo respondo: entonces rece mucho. Pues si tengo apenas algunas monedas para adquirir una joya bastante valiosa, me es necesario reunir una gran cuantía para comprarla. Así también, si juzgo que mis oraciones valen poco, a fuerza de acumularlas, su peso ha de crecer. Si considero mi Rosario insuficiente, recitaré dos. Y si no tengo tiempo para dos, diré un Rosario y un Avemaría. Sea como sea, rezaré lo máximo posible, y esa persistencia acabará por alcanzar del Cielo la gracia deseada.

No puedo dejar de mencionar a ese respecto, una vez más, la célebre parábola de Nuestro Señor en el Evangelio. Es de noche y un hombre ya se encuentra acostado con sus hijos, para dormir. En cierto momento, el vecino golpea la puerta, rogándole un pedazo de pan.

Llegaron huéspedes inesperados, y no tengo qué servirles – le dijo.

Y el primero respondió:

No puedo atenderlo, pues estoy acostado con todos mis hijos.

El vecino continúo golpeando e insistiendo, hasta que el dueño de la casa le gritó:

Voy a levantarme y a darle el pan, no por amistad, sino para librarme de su importunación.

Con esa parábola Nuestro Señor nos ofrece la siguiente enseñanza: “Sed así en vuestras oraciones”. Es como si Dios acabase diciendo a cada uno de nosotros: “Este es muy aburrido. Voy a atenderlo”.

Tengamos, pues, la excelsa virtud de la importunidad. Sepamos ser importunos y pedir, pedir y pedir otra vez. En el pedido mil uno obtendremos más de lo que suplicamos. Ganaremos una paga inmensamente grande.

Esa circunstancia se da de un modo o de otro en la vida de todos los hombres, incluso en la de aquellos que se creen adelantados en la práctica de la virtud. Para subir a un grado aún más elevado en las vías del bien, es necesario rogar mucho. Entonces pidamos, acordándonos de ese diario visto por Louis Veuillot en Roma. La oración acaba venciendo todo.

Una palabra final. Si alguien estuviere desanimado, desalentado, juzgando infructíferas sus oraciones porque nada consiguen, le doy este consejo: tome el Rosario, récelo y nunca lo abandone. Cuando no pueda recitarlo, sosténgalo en la mano y ese gesto valdrá por una oración. Si es posible, tenga en casa una lamparita encendida constantemente junto a una imagen de Nuestra Señora, y diga a la Santísima Virgen:

Madre mía, soy tan disipado que no consigo rezar. Pero, cuando vieres esta lamparita, acordaos de que yo querría estar rezando. Al menos este deseo subconsciente me acompaña la vida entera”.

Por lo tanto, dirijámonos a María Santísima en todas las ocasiones. Estoy seguro de que, si Ella se demora en atendernos, es porque nos reserva un don inmensamente valioso, mucho más grande de lo que podemos imaginar.

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Tomado de Revista Dr. Plinio, No. 78, septiembre de 2004, pp. 10-13, Editora Retornarei Ltda., São Paulo.

Notas:

1) Louis Veuillot (*1813-†1883). Periodista católico francés, defendió con brillo la infalibilidad del Papa.

 

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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