Doña Lucilia: coronada por el oro de la virtud

Publicado el 11/03/2020

Hay almas que cruzan su existencia terrena procurando los tesoros del cielo. En esa búsqueda de lo eterno, van siendo adornadas por los esplendores que la gracia les concede. Doña Lucilia es un ejemplo vivo de esta realidad sobrenatural.

Los predicados de Lucilia estaban coronados por el oro de la virtud

Muy estables y siempre intachables en el arte de convivir con los demás, los Ribeiro dos Santos ponían un especial empeño en mantener un trato ceremonioso incluso en la intimidad del hogar. Bondad y respeto, cortesía y gravedad, dignidad en cualquier circunstancia eran cualidades admirables que en el alma de la joven Lucilia aparecían coronadas por el oro de la virtud. De ello encontramos eco en una pequeña poesía compuesta por el Dr. Antonio, con ocasión del cumpleaños de su querida hija, para que la recitara una de sus hermanas:

Facsímil de la poesía que compuso el Dr. Antonio para expresar las virtudes de su querida hija Lucilia

¿Qué podré decirte
que exprese la gratitud
por la bondad sin cuenta
de tu santo corazón?

Nada puedo, mas mis ojos
no ocultan la alegría
que siento en el alma inocente
en este tan fastuoso día.

Esta alegría, bien la ves,
es hija de la gratitud,
pues siento cuánto te debe
mi infantil corazón.

Tanto amor, tanta bondad
con que siempre me has tratado
son bellas flores, lozanas,
que en mi pecho has plantado.

Son flores, flores del alma
eternas, como ella lo es,
incienso que arderá siempre
como perfume de la Fe.

Siente, pues, lo que te digo
como la fiel expresión
de lo que por ti siento en el alma
de amistad y gratitud¹
.

    Hoy, habiendo atravesado la barrera del tiempo, estos versos dan testimonio del carácter afectivo y benévolo de Lucilia.

    Con la edad, su alma se fue acrisolando de tal manera que, ante la perspectiva de hacer el bien, estaba dispuesta a sacrificar incluso sus conveniencias personales.

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Una bondad que nada podía hacer vacilar

En cierta ocasión, una señora acomodada que pasaba por una situación difícil no encontró mejor salida que escribir al Dr. Antonio, quejándose de que estaba enferma y no tenía quien la cuidara. Por ser buena amiga y cliente, él la invitó, de común acuerdo con Doña Gabriela, a hospedarse durante una temporada en su casa, donde sus hijas velarían por ella.

Desbordante de afecto, Lucilia enseguida se desvivió en atenciones para con la enferma, cuyo mal exigía solícitos cuidados.

Una persona de la casa, al notar que la paciente no estaba a la altura de la dedicación de la que era objeto, le dijo al cabo de unos días:

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— Lucilia, no seas tonta poniendo tanto empeño en cuidar a esa señora. ¿Quieres saber lo que va a ocurrir? Cuando ella se sienta bien y esté a punto de marcharse, no te lo agradecerá; tal vez te dirá un simple «muchas gracias», y luego se olvidará de ti… ¡Será conmigo, que sólo paso a verla algunos momentos para contarle algún chiste, con quien se mostrará agradecida!

Lucilia respondió con serenidad:

— Está bien, pero yo la cuido porque papá quiere y por amor a Dios. La obra de misericordia está hecha.

La huésped acabó curándose y, antes de partir, en el momento de la despedida, dijo lacónicamente a su bienhechora:

— Lucilia, hasta luego. Gracias.

Para la otra, efusivamente:

— ¡Te quedo muy agradecida! Has sido un ángel para mí: me has divertido, me has contado tantas cosas graciosas… ¡Has animado mi espíritu!

Cuando la ingrata se hubo retirado, la que había sido colmada de elogios recordó:

— ¿Has visto? ¿No te lo había dicho? Deja de dedicarte así a quien es malo, porque sólo recibirás pedradas.

— Pero el bien está hecho ―respondió tranquila Lucilia.

Doña Lucilia a los 16 años.

Extraído del libro “Doña Lucilia” de autoría de Mons. João Clá Dias

¹ Queremos llamar la atención del lector sobre la existencia de rima, en portugués, entre las palabras «gratidão» (gratitud) e «coração» (corazón), y entre «expressão» (expresión) y «gratidão» (gratitud). (N. del T.).

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