La naturaleza de las disposiciones de alma que las personas obtienen al pedir la intercesión de mi madre, al rezar junto a su sepultura es tal, que se nota que se trata sólo del comienzo y que esas gracias van mucho más adelante. Las personas se dan cuenta de que al andar a la luz de esas gracias van por un camino definido, en el cual no son urgidas a andar, sino que son atraídas e invitadas a recorrerlo de buena voluntad.
Hay un pasaje de las Sagradas Escrituras que dice: “Atraednos con el perfume de vuestros ungüentos y en pos de ti correremos” (cf. Ct 1, 3-4). Eso se aplica a todas las acciones de la gracia. Por lo tanto, también se puede ajustar a una gracia obtenida por la intercesión de Doña Lucilia. Hay un “perfume” que hace con que la persona corra, cuando ve abierta delante de sí una larga caminata rumbo al puerto o al punto seguro.
Mi madre rebosaba de adoración para con Nuestro Señor Jesucristo, y era muy agradecida con Él. Pero la nota característica de su piedad con relación al Sagrado Corazón de Jesús consistía en el amor y en la reparación. El Sagrado Corazón de Jesús era visto por ella como el gran rechazado por excelencia, como el gran agraviado, que amó a los hombres de un modo inextinguible y siempre fue mal correspondido. Ella lo adoraba en cuanto ofendido. Con una adoración evidentemente reparadora, pues tenía la intención de reparar.
Además, ella pedía mucho, era muy suplicante. De esa forma, la adoración, la reparación y la petición eran las tres notas distintivas de un culto que rebosaba de gratitud.
Me parece que nunca conté un pequeño hecho que Doña Lucilia acostumbraba a narrar con una gratitud única.
Cuando reventó la revolución de 1930, a Washington Luís 1 le dio por convocar a todos los jóvenes para tomar las armas para defenderlo. Y mi madre no quiso de ningún modo que yo fuese. Yo tampoco quería. Fui a la hacienda de unos amigos, en Campos do Jordão, y me quedé ahí durante el período de la revolución.
Doña Lucilia se quedó muy preocupada con ese asunto, con el recelo de que de repente allá nos reclutasen y de que me llevasen al frente de combate.
Un día ella fue a rezar en esa intención delante de la imagen del Corazón de Jesús, en la sala de visitas de la casa. Le llevó a Él una rosa y le pidió que con toda urgencia hiciese cesar ese tormento, y le diese una señal de que atendería esa súplica.
Enseguida bajó de la sala al jardín, probablemente para seguir rezando un poco. Comenzó entonces a oír el tronar de los cañones, se alarmó y fue a ver qué estaba pasando. Poco después llegaron las informaciones de que se trataba del fin de la revolución. Doña Lucilia fue corriendo a la imagen del Sagrado Corazón de Jesús a agradecer y encontró la rosa toda deshojada en el piso. Ella se conmovía de tanta gratitud hasta el fin de su vida cuando contaba eso.
No obstante, la nota preponderante de su devoción al Sagrado Corazón de Jesús era la reparación. Eso se reflejaba de un modo muy equilibrado en su trato para conmigo en mi niñez.
Cuando yo hacía una mala acción, ella me llamaba y decía las razones por las cuales eso era malo. Evidentemente, me explicaba que ofendía a Dios, que era pecado, etc. De vez en cuando ella también decía: “¿No te das cuenta que eso hace sufrir a tu madre?” Ella dejaba entrever tanto sufrimiento al decir eso – aunque era un sufrimiento tan lleno de afecto y de una tristeza injustamente causada a ella por mí –, que me partía el alma. Y me ayudaba mucho a hacer el propósito de no repetir lo que había hecho.
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1) N. del T.: Washington Luís Pereira de Sousa, Presidente de Brasil de 1926 a 1930. (Revista Dr. Plinio, No. 229, abril de 2017, p. 10, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 5.3.1983).