¿Animal o demiurgo?

Publicado el 09/16/2019

¿Civilización refinada por la técnica o torpeza indígena? He aquí uno de los dilemas frente a los cuales el demonio se encuentra para realizar sus planes de perdición. Sin embargo, en la medida en que el mal progresa, se aproxima de su ruina, pues es como el cáncer que, al terminar su obra en el organismo, muere junto con el cuerpo.

 


 

Entre los bienes que la Revolución Industrial quiso arrebatar a los hombres están la calma y, con ella, la seriedad que es la objetividad. Es serio quien es objetivo. Esta objetividad también la sustrae.

 

Carteles con propaganda del Expreso de Oriente

Sorpresas que quebraban una rutina secular

 

Mientras los frutos de la Revolución Industrial constituyeron una sorpresa, el hombre se maravilló con ellos. Sucede que esta sorpresa no lo era apenas en el sentido estricto de la palabra, o sea, un acontecimiento inesperado, sino una sorpresa deliciosa.

 

Las primeras sorpresas de la Revolución Industrial estaban llenas de “maravillas”. En parte porque suprimían una serie de incomodidades e inconvenientes de la situación anterior, substituyéndolos por los deleites con los cuales las personas quedaban entusiasmadas.

 

Por ejemplo, los medios de comunicación rápidos, como el tren. Con el prestigio de ciertas denominaciones de líneas ferroviarias: “Expreso Rápido Directo de París a Constantinopla”, “Oriente Express”; para aquel tiempo eran cosas fabulosas. Salir de Budapest y amanecer en Constantinopla…

 

Algo con lo que el hombre de aquella época quedaba maravillado era ver a un tren entrar en un navío, de manera que un tramo de mar era atravesado sin que la persona saliera del vagón.

 

Expreso de Oriente en Constantinopla (postal de 1900).

Tuve esta experiencia y recuerdo haber visto, estando dentro del vagón, a todos los pasajeros maravillados, inclusive mi familia. En determinado momento, pidieron al jefe del tren permiso para descender hasta un pequeño espacio a fin de observar el mar. Todo esto deslumbraba deliciosamente. Al deslumbrar, llevaba a las personas a no tener la atención vuelta hacia los inconvenientes. La sorpresa las sacaba de una ultra rutina, que databa de siglos, y las hacía entrar en una cosa nueva, al mismo tiempo deliciosa.

 

Descubrimientos llenos de “maravillas”

 

Con el pasar del tiempo, los descubrimientos se fueron haciendo menos deliciosos y aplicables más para atender necesidades serias, que llevaban a pensamientos preocupantes. Por ejemplo, las radiografías.

 

La radiografía fue considerada una maravilla, aunque una maravilla en función de la enfermedad. Hacerse una radiografía era recordar al hombre su condición de enfermo. Por otro lado, significaba dar oportunidad al médico de descubrir problemas en el organismo con los que la persona no contaba. De manera que, aunque la existencia de la radiografía, genéricamente hablando, fuese una causa de alegría para todo el mundo, hacerse la radiografía no lo era para nadie.

 

Vagón restaurante del Expreso de Oriente

Entre los cuentos de familia era frecuente oír decir: “¿No sabe lo que sucedió con Fulano? Fue a sacarse una radiografía ¡y descubrieron que tenía una tuberculosis que nadie habría de imaginar! Ya se encuentra en Campos del Jordán, acostado, tratándose”. No era un feliz descubrimiento…

 

Me acuerdo de esta pequeña escena: un primo mío, que era un “toro” de tan saludable, fue a asumir un cargo público, y para eso debía sacarse una radiografía de los pulmones. Mientras esperaba el resultado, de repente aparece la secretaria del radiólogo, interrumpiendo la fila, y pregunta: “¿Quién es el Dr. Marcos Ribeiro dos Santos?”

 

El entró, extrañando mucho ese llamado, pues no era su turno. Mas tarde me dijo que tuvo un primer movimiento, al pie de la letra, de desmayarse. Lo examinaron y no era nada. Se había sacado la radiografía en una posición inadecuada, y por eso precisaba sacarse otra. Cuando, al final de cuentas, dejó el consultorio con el certificado de normalidad, salió como un gato que salta lejos del fuego.

 

Lo mismo se daba con el telégrafo. En las narraciones de aquel tiempo vemos el papel desempeñado por el telegrama que, en general, venía comunicando una “bomba”. Entonces, en la novela llegaba un telegrama cuando el hombre había perdido su fortuna. Enseguida se mataba y encontraban, cerca de su cadáver, el telegrama manchado de sangre. Es decir, comenzaban a acumularse solo aspectos negativos.

 

Deseo de huir de las consecuencias de la industrialización

 

Central telegráfica de Mozambique, África, en 1929.

Otros descubrimientos se volvieron completamente banales como, por ejemplo, la luz eléctrica. Yo alcancé el tiempo en que el abat-jour surgió y comenzó a ponerse de moda. Es decir, quebrar el exceso de la luz eléctrica, de tal manera que hoy casi no hay sala donde no se encuentre un abat-jour. Aquel esplendor de la iluminación que encantó, no a mí, sino a tantos contemporáneos de mi infancia, fue perdiendo su encanto. La propia Revolución Industrial fue haciéndose amarga en las manos del hombre, cambiando de aspecto, hasta el punto que, al final, le dejaba apenas la sobrecarga de una capacidad de trabajar y de sobrevivir desconcertantes.

 

Entonces vemos que la humanidad continúa considerando como un beneficio la Revolución Industrial, pero aquello que había sido un matrimonio por amor, acabó siendo unas nupcias por razón. Es decir, los esposos se amaron al comienzo y, en el período siguiente, conviven basados en la razón. Cada uno percibe el tedio del otro, pero entiende que es razonable vivir juntos. Sin embargo, cuando el matrimonio llega a ese punto, está caminando hacia el divorcio. Y el divorcio, con la Revolución Industrial, es el hipismo y todas esas cosas que llevan al hombre a huir de las consecuencias de la industrialización.

 

Los que recorren el desierto de la Revolución Industrial, después de algún tiempo quieren salir corriendo de ella.

 

Laboratorio de Würzburg, Alemania,

donde se hizo el descubrimiento de los rayos X

Tengo la impresión de que quienes lanzaron la Revolución Industrial previeron todo eso y conocían muy bien las consecuencias a que eso llevaría. Pero calcularon la cosa a propósito, de manera que, en determinado momento, el hombre hiciese el proceso contrario. No es, por tanto, un regreso a la Edad Media, sino el proceso contra un impulso que lo había llevado adonde no quería.

 

Por ejemplo, la Medicina es el arte de curar y nunca fue llevada tan lejos como hoy en día; sin embargo, el número de enfermedades y de enfermos se va multiplicando a medida que aumentan los recursos médicos. ¡Si consideramos apenas las infecciones hospitalarias, es algo brutal!

 

Hay, a veces, monumentos o predios que nos traen aun a la memoria la atmósfera medio ilusoria de estas cosas. El predio de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo, por ejemplo, es de un estilo caricatura de un gótico inglés agonizante, con prados enormes, plantados con la esperanza de ser atrayentes, agradables. Se pasa por enfrente, ¡y es una soledad! Y aquello todo irónicamente colocado frente al Cementerio de Araçá. De manera que el camino es corto, basta atravesar la calle…

 

El demonio no quiere acabar con el mundo, sino hacerlo empeorar cada vez más

 

Todo esto va creando la impresión del fracaso de la civilización, en donde la semejanza de situaciones internas provocadas por este fracaso es aún más cruel. Por ejemplo, la imposibilidad, por la multiplicación de los crímenes, de mantener un sistema carcelario que contenga a todos los prisioneros.

 

Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo

Cuando la civilización entra en una determinada pendiente, todas las cosas se dañan unas a otras. La sociedad, entonces, va aguas abajo, y las personas recurren a los hechiceros, orishás (“fuerzas de la naturaleza”), y cosas parecidas, para ver si resuelven la cuestión. Es lo que está sucediendo. Ninguno de nosotros tiene certeza de que nunca una persona sea beneficiada por magias o hechizos. Porque el demonio puede intervenir en favor de una persona. Imaginen a una persona que no tiene Fe y quiere, recurriendo a una brujería, salirse de una mala situación. Por ejemplo, firmó una letra de cambio, un cheque sin fondos, y tiene un mes delante de sí. Al lado de su casa hay una casa de brujería; ¿entra o no para ver si encuentra una solución para su caso? ¡No hay duda que sí!

 

Es una especie de disgregación final preparatoria de otro orden de cosas que no adivinamos. Porque no sabemos a qué conduce, de hecho, este mundo cibernético, computadorizado. Sólo tenemos conciencia de una cosa: estamos siendo llevados hacia allá.

 

Deberíamos considerar, pues, dos grandes cuestiones: ¿Existe un punto terminal? Si existe, ¿qué es lo que el demonio puede querer como punto final? Ante estas preguntas, podemos imaginar las alternativas frente a las cuales el demonio queda colocado. ¿Habrá un determinado momento de la Historia de la humanidad en que él considere de su interés acabar con el mundo? O, quizás, él haga el siguiente cálculo:

 

Es tal la naturaleza divina, que si el demonio, no acaba con el mundo, Dios no dará fin al mundo antes del día marcado. Y con la humanidad multiplicándose indefinidamente, él puede aumentar mucho más el número de condenados, por suponer que el Creador está medio amarrado en la lógica de su propio procedimiento. El demonio sabe que Dios tiene el poder de crear personas buenas, darles gracias y clausurar este ciclo de pecado, pero la conjunción de la justicia con la misericordia lo lleva a que, indefinidamente, esté creando gente que va perdiéndose. Así, concluiría satanás, mientras el Todopoderoso quisiera dejarse amarrar por la lógica de su posición, el demonio, va llevando la mejor parte. Por eso no quiere acabar con el mundo, sino hacerlo cada vez peor.

 

En la medida en que los hombres progresan en el mal, ellos se destruyen a sí mismos

 

El demonio sabe que Dios profetizó -y, por tanto, lo hará – que el fin del mundo se dará en determinadas condiciones. Sin embargo, queda en la duda sobre si esa profecía es polivalente y se aplica a situaciones que van a repetirse varias veces en la Historia. Y si, por tanto, se puede dejar pasar la situación número uno, dos, cinco, ochenta, sin que el mundo acabe. Una cosa el demonio no quiere: la realización de los planes de Dios. ¿El demonio deseará anticipar el fin del mundo o preservarlo indefinidamente para no realizar los designios divinos?

 

Habría otras preguntas para formular: ¿Dada la naturaleza del pecado del hombre, existe una situación peor, un pecado-auge en el orden de lo posible hacia el cual el demonio pueda arrastrar a la humanidad? ¿Le conviene arrastrarla hasta allá o, haciendo eso, provocará demasiado a Dios, y Él acabará con el mundo? Si la intención de Él es hacer que el mundo dure mucho, ¿vale la pena provocar ese auge de pecado? Por otra parte, el demonio ve que el mundo se va a acabar, porque Dios está resuelto; y se pregunta si, en determinado momento, no vale la pena acelerar una situación que llegue hasta el auge de pecado antes del fin del mundo.

 

¿En qué consiste este auge de pecado y cómo se arrastra al hombre hasta allá? Más concretamente, delante del problema de las civilizaciones, para perjuicio de la humanidad y de los planes divinos, qué es preferible: ¿que el hombre conozca, en su ruta, alternativas entre la civilización más refinada y la torpeza indígena más terrible, o es mejor que el hombre se hunda, definitivamente, en uno de esos dos extremos?, o sea, ¿qué él se torne un animal o un demiurgo? ¿O existe la posibilidad de sumar la condición de animal a la de demiurgo?

 

Estas preguntas se repetirían, después, con relación a la Iglesia. La situación hacia la cual la Esposa de Cristo está caminando ¿es la peor posible o habría un estado de cosas todavía peor?

 

No tengo respuestas para estas preguntas. Yo sé, cuando mucho, formularlas.

 

Lo que me deja muy cauteloso a este respecto es considerar que el mal tiene ciertas condiciones de destruirse a sí mismo, incluso contra la voluntad de sus agentes. A causa de eso, en la medida en que estos agentes progresen en el mal, ellos se destruyen a sí mismos. Cuando el cáncer termina su obra en el organismo, muere junto con el cuerpo.

 

(Extraído de conferencia de 1/10/1986)

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