Armonía en la desigualdad

Publicado el 07/18/2017

El grande y tal vez más duradero mito que atraviesa los siglos y alcanza todas las esferas de la sociedad podría ser resumido en una palabra: igualitarismo. No es difícil constatar eso, sobretodo si consideramos que este fue el principal argumento usado por la serpiente para tentar nuestros padres en el Paraíso: La invitación “seréis como dioses”1 parece aún susurrar en el interior de los corazones y, lamentablemente! Pocas son las almas vigilantes y listas para rechazarlo.

 

No nos debemos olvidar que, antes del pecado, Adán y Eva poseían la gracia santificante por la cual participaban de la naturaleza divina. El demonio, envidiándoles la santidad que, si bien correspondida, daría origen a una gloria magnífica, los engañó respecto a los planes de Dios. Aquello que Satanás prometió fue precisamente lo que les quitó. Y solamente con el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnada, se reanudaron los lazos de amistad entre los hombres y Dios.

 

Mientras tanto, incluso después de la Redención, la humanidad continuó inclinada hacia el mal. Y éste muchas veces se presenta tal como en la tentación primitiva: no sólo el hombre quiere ser igual a Dios, sino que también quiere nivelar toda la Creación en un único peldaño.

 

Armonía en la desigualdad

Tal tendencia, arraigada en el orgullo, ha sido ampliamente explorada y exacerbada al largo del proceso secular de la decadencia de la Cristiandad, es decir, la Revolución, cuyo carácter igualitario fue denunciado por el Dr. Plinio en su ensayo Revolución y Contra-Revolución2 en cual el autor afirma que la igualdad absoluta y la libertad completa, concebidas como valores metafísicos, expresan bien el espíritu revolucionario.3

 

¿Pero porqué la igualdad absoluta entre los seres es un mal?

 

Durante una serie de conferencias realizadas en 1957 – por lo tanto, dos años antes de la publicación de la obra anteriormente citada – Dr. Plinio explicaba: El universo logra exactamente sus mejores expresiones de semejanza con Dios a través de la desigualdad. Así, odiar la desigualdad es odiar aquello que hay más semejante a Dios en la Creación. Ahora, odiar la semejanza con el Creador es odiar al propio Creador. Por lo tanto, desear la igualdad como valor supremo es querer lo contrario que a lo que Dios quiere.

 

Las diversidades de los seres no existen como consecuencia del pecado original, como un castigo, ni como una especie de desfiguración introducida en el universo por el mal y por el pecado. Al revés, la desigualdad existe como una cualidad excelente, precisamente como un refinamiento de perfección de este universo.

 

Es a través de la desigualdad que Dios mejor se manifiesta a los hombres. Por eso la desigualdad representa un bien, en sí misma. Así, llegamos a la conclusión de que procurar suprimir la desigualdad en el universo es querer destruir lo que él tiene de elevado, de excelente, de deiforme – yo me atrevo a decir -, en el cuál el aspecto de Dios se refleja mejor.

 

Tal como una única creatura no podría representar y glorificar suficientemente a Dios, también una inmensa cantidad de seres iguales no podría reflejar adecuadamente las infinitas perfecciones Suyas. Luego, siendo los seres numerosos y distintos, deben estar dispuestos y relacionarse dentro de una jerarquía. De ahí resulta, como corolario, que la verdadera y duradera armonía entre los hombres sólo se alcanzará cuando exista admiración y alegría por las desigualdades puestas por Dios en el universo.

 

Aplicando esta doctrina al campo social, vemos que un pueblo que generara un gran número de clases sociales finamente matizadas en su organización política y social, haría una obra más completa en lugar de generar una sola clase social.

 

Por lo tanto, el concepto moderno por el cual la desigualdad de fortuna sólo beneficia a los ricos, la desigualdad social sólo beneficia a los nobles, la desigualdad en la iglesia entre clérigos y laicos sólo beneficia a los clérigos, es una mentira. Es el todo de la Iglesia y de la sociedad civil que se beneficia con eso. También los inferiores se benefician con esa desigualdad.

 

En otras palabras, cuando notamos la desigualdad en un todo, no es ella para beneficio exclusivo de los superiores, sino para cada una de las partes de ese todo. En una organización política y social, esa desigualdad no es, por lo tanto, un mero privilegio de los que están por encima, sino de todos aquellos que componen la escala jerárquica.

 

1 Gn 3, 5.

2 Parte 1, c. VII, 3 –A.

3 Cf. Op. cit, Parte I, c. VII, 3.

 

Fuente: Revista Dr. Plinio #208, p.4.

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