Hablando sobre la triple devoción al Santísimo Sacramento, a Nuestra Señora y al Papa, Monseñor Segur, prelado francés del siglo XIX, llamaba esas tres devociones de “rosas de los bienaventurados”.
Aunque todos comprendan una misma verdad objetiva, cada uno pone la tónica de la atención en un punto determinado
Todo acto de piedad tiene su justificación teológica; si no funda su raíz en la Doctrina Católica, no vale de nada. Pero no basta que tenga fundamento en la Doctrina Católica, porque nuestras almas no son como las páginas en blanco de un libro, en las cuales se puede escribir libremente. Son almas vivas, que reciben las cosas y viven en relación con estas. Todas las personas comprenden una misma verdad objetiva, pero cada una pone la tónica de la atención en un punto determinado, de un modo diferente de las demás personas.
Y uno de los encantos del relacionamiento humano consiste en eso: comunicar lo que, empero, no se puede decir. Viendo al otro a nuestro lado, percibimos que él notó algo que a nosotros no nos llamó tanto la atención; hubo una repercusión en su alma, diferente de la nuestra; no lo sabemos expresar, pero sentimos algo.
Una de las cosas que hacen más agradable la compañía de una persona sucede cuando, por ejemplo, al visitar un museo, al apreciar una escena humana, al considerar un panorama, esa persona deja entrever lo que piensa, pero no lo dice.
Aunque se hable poco sobre ese asunto, esto se aplica a las verdades de la fe.
La acción de Nuestra Señora se adapta a cada alma
Cuando conocemos una verdad de fe, sentimos en nuestra alma una repercusión que, aunque no la consigamos expresar, es lo mejor de aquello que degustamos.
Analicemos, por ejemplo, el modo en que nuestras almas reaccionan delante de la imagen de Nuestra Señora de Fátima1 Es imposible mirarla sin sonreír; es imposible mirarla sin que una forma de optimismo de la fe sople en nuestra alma.
La acción de Nuestra Señora sobre cada alma se adapta de acuerdo a su carácter único, de un modo irrepetible. Y en la historia de todas las gracias concedidas por María Santísima – en el Cielo se verá eso –, hay incontables reacciones posibles en vista de esa imagen, que indican las innumerables modalidades por las cuales Nuestra Señora es amena.
Aquí todos están prestando atención en la reunión, pero a veces, por el movimiento natural de la cabeza, del cuerpo, de los ojos, miran hacia la imagen. Y notan que ella reluce en sonrisas, así como relucen también las piedritas de la imagen. De acuerdo al lugar en el que la persona está sentada, se encienden pequeñas piedras de color verde, rojo o azul. La persona, entonces, se alegra y dice: “¡Oh!, ¡Nuestra Señora!”2
Es un cariño único que Ella tiene con cada uno de nosotros. Porque cada uno es hijo único de María Santísima. Ella es tan completa y tan perfecta como madre, que, en realidad, es como una persona para cada hijo. Nuestra Señora es la Madre del Unigénito, del Hijo por excelencia, y a San Luis Grignion de Montfort le gusta mucho considerar una frase de la Escritura: Homo et homo natus est in Ea3. O sea, una sucesión indefinida de hombres nacerán de Ella; engendrando a Nuestro Señor Jesucristo, la Santísima Virgen engendró a todos los hombres para la vida espiritual.
Eso podrá ser visto en el Cielo, y creo que casi que se podría hacer una invocación especial de Nuestra Señora, o hasta muchas invocaciones, para cada ser. Yo pienso que incluso todos los seres en el Paraíso cantan las invocaciones de la Santísima Virgen que les son propias, que son las invocaciones de la Iglesia, pero con una acento propio a cada ser, y ese conjunto forma la armonía de los coros celestiales.
1) Las conferencias del Dr. Plinio tenían lugar, normalmente, en presencia de una imagen de Nuestra Señora de Fátima.
2) N. del T.: En portugués: ¡Nossa Senhora! Exclamación admirativa muy común en Brasil.
3) Sal 86, 5 (Vulgata): “Informó de que Él nació en Ella”.
(Revista Dr. Plinio, No. 156, marzo de 2011, p. 28-31, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 13.11.82).