Celo por la gloria de María

Publicado el 09/07/2019

El nombre es símbolo de una realidad psicológica, moral, espiritual, contenida en la persona y, por esta causa, el nombre de Nuestra Señora, así como el santísimo nombre de Jesús, debe ser considerado como la afirmación de su gloria y de sus predicados interiores.

 


 

La Fiesta del Santísimo Nombre de María es una especial manifestación de la gloria de Nuestra Señora. No se trata sencillamente del nombre de María, sino de algo que está por detrás del nombre. Los antiguos consideraban el nombre como una especie de símbolo de la persona, y por años se difundió mucho el uso de las iniciales, que son una especie de símbolo del nombre.

 

Simbolismo del nombre

 

El nombre es símbolo de una realidad psicológica, moral, espiritual, más profunda, que la persona contiene, y por eso el nombre de Nuestra Señora, como el santísimo Nombre de Jesús, debe ser considerado simbólico de su virtud excelsa, de su misión, en fin, de todo lo que la Santísima Virgen es verdaderamente. El nombre de María es la afirmación de su gloria y de sus predicados interiores.

 

Gloria de María – Iglesia de Sant’Abbondio, Cremona, Itália

Conmemorando este nombre, festejamos la gloria que Nuestra Señora tuvo, tiene y tendrá en el universo, y la gloria que Ella posee en el Cielo. En cuanto a esta gloria no es necesario decir nada; ya está todo dicho: Ella es la Reina de todos los Ángeles y Santos, puesta inconmensurablemente encima de todas las creaturas, de manera que, en el orden creado, Ella es el vértice hacia el cual todo converge, siendo nuestra medianera junto a Dios Nuestro Señor.

 

La gloria que Ella tiene con eso es simplemente indecible; consecuencia de su condición de Madre de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Entretanto, en la Tierra también Nuestra Señora debe ser glorificada. Lo normal sería que la Virgen María fuera venerada en la Tierra y su nombre santísimo glorificado de modo inenarrable.

 

Indignación al ver que la Reina no es reconocida en sus correspondientes atribuciones

 

Imaginemos un mundo imbuido del espíritu de San Luis Grignion de Montfort, una Cristiandad en la que los discípulos de este Santo fueran la sal de la tierra, y dieran realmente el tono de la piedad mariana; comprenderemos entonces cómo la gloria de Nuestra Señora en el mundo sería incomparablemente mayor de lo que es hoy.

 

Vemos a María Santísima tan glorificada por la Santa Iglesia, y esa gloria nos parece inmensa, pero no es nada en comparación con la que Ella debería tener en el mundo, una glorificación según el espíritu de San Luis Grignion de Montfort.

 

Nosotros debemos amar ardientemente la gloria de Nuestra Señora, porque es inconcebible que Ella no reciba toda la gloria a la que tiene derecho. Es simplemente la cosa más odiosa, más execrable que el vicio, el crimen, la Revolución, la maldad de los hombres, el demonio, en fin, el hecho que logren disminuir la gloria que la Santísima Virgen debiera recibir de los hombres.

 

Y en relación a la gloria de Nuestra Señora nosotros deberíamos ser celosos, como hijos en la casa de su madre. Imaginen si alguno de nosotros puede sentirse bien, cuando ve que le son negados a María Santísima las atenciones que le son debidas. ¿Cómo podemos estar contentos en esta tierra, que debe estar sujeta al reinado de María Santísima, viendo que se le niegan las honras y consideraciones a los que a Ella tiene derecho?

 

Esto debe ser para nosotros una ocasión continua de dolor. Mucho más que dolor, de enorme indignación al ver que la Reina no es reconocida por todos, en el papel que le corresponde.

 

¡Pidamos a Nuestra Señora, tan injuriada por los hombres en nuestros días, que acepte nuestro desagravio por tantas ofensas que continuamente está recibiendo! Y que Ella disponga nuestras almas para una reparación completa.

 

Necesidad de una reparación digna

 

Debemos agregar a esto otra consideración. Necesitamos pensar cómo debería ser nuestra reparación, y hacer un examen de consciencia, preguntándonos si nuestra reparación está a la altura. Y, por tanto, si no es necesario ofrecer además una reparación por la insuficiencia de nuestra reparación. Porque no podemos, con poca ceremonia, pedir perdón a Nuestra Señora por lo que hicieron los otros, sin pedir perdón también por lo que nosotros hacemos.

 

Sería como aproximarnos al trono de María Santísima, sin culpas, como inocentes, pero los otros sí, cargados de culpas. No puedo aproximarme a su trono sin recordar lo que hice. Y por tanto, pedirle a Ella que acepte también una reparación por la reparación fofa de sus pobres reparadores.

 

¿Cómo será esa noción plena de todo cuanto es Ella? No se debe tener apenas una noción teórica, sino práctica, viva, concreta. Y preguntarnos después, si durante todas horas del día, en todas las ocasiones –cuando estamos trabajando, viendo una revista, leyendo un libro, o haciendo cualquier otra cosa –, el celo por la gloria de Dios y de Nuestra Señora nos devora verdaderamente. O si hay ocasiones en que somos flacos, flojos, y nuestros intereses personales, las cuestiones de amor proprio, las mil susceptibilidades y cosas de ese género, interfieren y empañan el celo que debemos tener por la gloria de María Santísima.

 

Porque si esos problemas interfieren y empañan, y si pensamos demasiado en nosotros y poco en Ella, nuestra reparación no será tan completa como debería ser.

 

Entonces, aquí aparece una vez más la oportunidad de recurrir a nuestros Ángeles de la Guarda y a los Santos protectores, pidiéndoles que se unan a nosotros para dar a nuestra reparación un valor que de sí no tiene, para que nuestra reparación sea adecuada, recta y que, en realidad satisfaga a todos.

 

Sugiero, entonces, que recemos para ser perfectos reparadores. Llevando estas disposiciones al altar de Nuestra Señora; tengo la mayor esperanza de que esto tenga como consecuencia que Ella nos otorgue abundantes gracias, y que su sonrisa recibirá, si no nuestra reparación, al menos nuestra humildad, la cual podemos y debemos poner a sus pies.

 

(Extraído de conferencia de 12/9/1964)

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