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– EVANGELIO –
En aquel tiempo, dijo Jesús: 1 “En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; 2 pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. 3 A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. 4 Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: 5 a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”. 6 Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: 7 “En verdad, en verdad os digo: yo soy la Puerta de las ovejas. 8 Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. 9 Yo soy la Puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. 10 El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10, 1-10).
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COMENTARIO AL EVANGELIO – COMENTARIO AL EVANGELIO DEL IV DOMINGO DE PASCUA – El redil sólo tiene una Puerta
El Cielo, cerrado para la humanidad después del pecado original, nos ha sido abierto para siempre por Aquel que es el Cordero, el Buen Pastor y la Puerta del redil.
I – LOS GRADOS DE PERFECCIÓN EN LA OBRA DE LA CREACIÓN
Cualquiera que contemple la naturaleza creada percibirá fácilmente una gradación en la cual la verdad, la bondad y la belleza se vuelven más intensas y nobles a medida que se va subiendo en la escalera de esa magnífica obra de Dios.
Basta con observar, por ejemplo, en el reino animal, a una hormiga transportando alimento al hormiguero. Manifiesta tal tenacidad y rectitud en el cumplimiento de su objetivo que si se tomase como modelo de disposición para el trabajo llevaría a cualquier país a la prosperidad. O bien, a un colibrí cuando se mantiene en el aire batiendo las alas con encantadora elegancia, de forma tan rápida que no es posible distinguirlas con nitidez. O si no también a la ardilla, un animal tan ordenado que, además de ser monógamo, está dotado de cierto instinto de propiedad por el cual defiende enérgicamente su terreno, no permitiendo que nadie lo invada.
En el reino de los seres humanos, a su vez, existe la jerarquía de las diferentes cualidades individuales y, rebasando los límites de la mera naturaleza, destacan extraordinarias figuras como las de San Pedro o San Pío X, representantes de Cristo en la tierra. En el ápice del universo se encuentra el mismo Jesús, con dos naturalezas, la humana y la divina. Es el Creador unido a la Creación. Por lo tanto, todo cuanto hay de verdadero, bueno y bello en las criaturas encuentra en Él su arquetipo. En Cristo “fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles” (Col 1, 16). A ese respecto, Santo Tomás propone una interesante comparación: “El artífice hace una casa por la forma de ella que tiene en sí concebida. Y así se dice que Dios lo hace todo con su sabiduría, porque entre ella y las cosas creadas hay la misma correspondencia que entre el alarife y la casa ya edificada. Y esta forma y sabiduría es el Verbo”.1 He aquí la razón por la cual podemos vislumbrar reflejos de las sublimes perfecciones del Hombre Dios en todos los seres creados. Este antecedente nos ayudará a entender el Evangelio de este domingo, el cual recoge la primera parte del discurso del Buen Pastor.
II – LA PUERTA DEL VERDADERO REDIL
Debemos comprender la presente parábola dentro del cuadro socio-político y económico de Israel en la época de Jesús, que corresponde a una realidad muy diferente a la civilización industrial y globalizada en la que vivimos. El pastoreo ―que pocos tendrán una noción exacta en nuestros días― constituyó una de las principales actividades del pueblo elegido en el Antiguo Testamento, por lo que caló profundamente en la psicología, en la cultura y en las costumbres judaicas. Por consiguiente, las imágenes sacadas de lo cotidiano pastoril resultaban sumamente accesibles a los oyentes del divino Maestro. Las empleó para referirse a algo tan elevado que es imposible traducirlo a no ser mediante símbolos: Dios hecho hombre cuida con total perfección de cada uno de nosotros, como una oveja muy querida. Jesús se siente representado por un pastor ideal, celoso y dedicado. En consecuencia, la figura heroica del pastor adquirió un carácter sagrado y, con el tiempo, pasó a adornar paredes de catacumbas, objetos litúrgicos, tumbas y monumentos sacros, entre otros, como representación común de Aquel que vino al mundo para salvar a sus ovejas.
El redil, exigencia para el cuidado del rebaño
En aquel tiempo, dijo Jesús: 1 “En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido;…”
A menudo los pastores tenían que arriesgar su propia vida para defender a las ovejas, pues, además de que no existían armas eficaces como las actuales, en general eran personas pobres que disponían tan sólo de un cayado para enfrentarse a los lobos y a los ladrones. Tan frecuentes eran los asaltos a los rebaños que los pastores solían congregarse para estar más seguros y por la noche recogían a las ovejas en un gran redil. Uno de ellos se quedaba vigilando en la entrada y se turnaban a lo largo de las horas. Ésta era el único paso para entrar y salir del aprisco, usado tanto por los animales como por sus dueños.
Los ladrones, sin embargo, nunca cruzaban la puerta para realizar sus fechorías, sino que hacían un agujero en la cerca, por donde entraban y se llevaban a las ovejas.
Las ovejas sólo conocen la voz de su pastor
2 “… pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. 3 A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. 4 Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: 5 a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.
En cierta ocasión, el autor de estas líneas tuvo la oportunidad de asistir a escenas como esa, asombrándose al constatar cómo, de hecho, el pastor habla con sus ovejas. Aunque sean bastante numerosas, las identifica por su nombre, sabe cómo se comporta cada una y distingue a las que necesitan mayores cuidados. Sin embargo, lo que más impresiona es ver cómo las ovejas reconocen la voz de quien las apacienta. A veces, basta un silbido o un simple gesto para que todas se junten a su alrededor y permanezcan allí quietas, mirándolo atentas como si estuviesen entendiendo sus palabras. Y cuando nombra a alguna, ésta reacciona, moviéndose. Si, por el contrario, un extraño intenta imitar al pastor, no le prestan atención. El ladrón podrá llevarse una u otra oveja, pero nunca conseguirá robar el rebaño entero, pues éste sólo se mueve al mando del pastor.
La situación que el Señor describe en estos versículos ocurría todas las mañanas, cuando el pastor iba a buscar a los animales al redil. A tal punto se creaba una especie de intimidad entre el pastor y sus ovejas que éstas adquirían cierto instinto por el cual lo reconocían con precisión y saliendo de entre las otras se ponían delante de él, que las conducía afuera. Reunido todo el rebaño, comenzaba la marcha en dirección a los pastos con el pastor siempre al frente, a fin de enfrentar a los que pretendiesen asaltarlo.
Esta imagen es muy bonita y muy apropiada para que el divino Maestro sea comprendido. Y, a lo largo de la Historia, ¡cuántos lobos, ladrones y mercenarios han venido haciendo que esta parábola sea cada vez más clara!
Pero ellos no entendieron…
6a Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba.
¿Quiénes eran los que oían ese sermón del Señor? Los fariseos, que no querían admitir el reciente milagro de la curación de un ciego de nacimiento (cf. Jn 9, 1-41). En medio del revuelo que se había producido, Jesús empezó ese discurso procurando explicarles el porqué de su divino empeño en hacer el bien. Narra la parábola de un modo diferente de lo habitual, pues se la aplica a sí mismo a medida que la va componiendo. Sin embargo, para entenderla era necesario tener fe y el corazón abierto a la acción del Espíritu Santo, que era lo que les faltaba a los fariseos. Como eran “rectores espirituales de Israel, no podían sospechar que ellos fuesen ‘salteadores’ espirituales del rebaño”.2
Jesús es la única Puerta
6b Por eso añadió Jesús: 7 “En verdad, en verdad os digo: yo soy la Puerta de las ovejas”.
Aunque la figura del pastor es la más conocida de esta parábola, Jesús se presenta primero como Puerta del redil. ¿Cuál es su simbolismo? Dios creó a Adán en gracia y cuando lo puso en el Paraíso lo sometió a una prueba: “del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir” (Gn 2, 17). Bastaba con obedecer el mandamiento divino para que el hombre no experimentara nunca la muerte, ya que “su cuerpo no era incorruptible por virtud propia, sino por una fuerza sobrenatural impresa en el alma que preservaba el cuerpo de la corrupción”.3 Su existencia trascurriría feliz en aquel lugar de delicias mientras habitase allí todo el tiempo de su vida física y cuando alcanzara la vida espiritual sería trasladado al Cielo.4 En determinado momento el alma pasaría a gozar de la visión beatífica —en virtud de la cual su cuerpo se volvería glorioso—, dando inicio a la eterna convivencia con Dios. Sin embargo, con el pecado original el Cielo se cerró para toda la humanidad y nunca habría entrado nadie en él si no hubiese sido abierto otra vez por Jesucristo, el Cordero inmolado, el Buen Pastor y la Puerta del redil, nuestra Pascua, es decir, el paso de este mundo a la bienaventuranza. Sólo aquellos que lo acepten habitarán en esa sublime morada, porque Él es el camino seguro para alcanzar la perfección. Sin Él no hay santidad, sin Él no hay salvación.
Los ladrones de almas…
8 “Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon”.
En este versículo, Jesús establece una distinción muy clara entre lo que Él hace por las ovejas y el modo de actuar de los bandidos. A través de los patriarcas y de los profetas, Dios había revelado al pueblo elegido la Religión verdadera. No obstante, cuando el Redentor vino al mundo, sus representantes —perdido el deseo de salvar las almas— la desviaron de aquel rumbo inicial, preocupándose sólo por mantener su posición de prestigio en la sociedad. Así eran los fariseos, verdaderos mercenarios que, en vez de proteger al rebaño, lo oprimían, transmitiéndole una doctrina deformada y egoísta, por la cual exigían el cumplimento de los actos exteriores y despreciaban “lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad” (Mt 23, 23). Ahora bien, el divino Maestro exponía la verdad y mostraba cómo debería ser el auténtico trato entre los ministros de Dios y el pueblo, contrario a lo que los fariseos preconizaban con sus prácticas. Cada palabra de Jesús sonaba como una acusación a la actitud que adoptaban, al negarse a aceptar su mensaje y la Redención que les ofrecía. Así pues, los fariseos no sólo desempeñaban el papel de ladrones, sino que también les cerraban la puerta del redil a las ovejas: “Cerráis a los hombres el Reino de los Cielos. Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren” (Mt 23, 13).
Es posible que también nos encontremos con alguien que se diga pastor, pero que en realidad no lo es. Son mercenarios codiciosos, que viven en busca del dinero, más preocupados con su subsistencia y con la acumulación de riquezas que con el bien de las almas. Hemos de rezar para que nos veamos identificados con el ejemplo de las ovejas que son dóciles a la voz del pastor y no escuchan a los bandidos. Permanezcamos siempre atentos para saber qué es lo que la gracia quiere de nosotros, procuremos apartarnos de los peligros y no nos separemos nunca de la grey del Señor.
Al mismo tiempo, el demonio y las pasiones también actúan en relación a nosotros como un salteador. Todos nacemos con la Ley de Dios grabada en el corazón, la cual nos impulsa a buscar la verdad, el bien, lo bello, el unum, y a repeler sus opuestos.5 Por consiguiente, para abrazar el mal y optar por el error nos vemos obligados a deformar nuestra conciencia, construyendo una doctrina falsa que justifique nuestra elección. De este modo, aceptamos sin obstáculos al ladrón ―o sea, al demonio, al pecado― que entra en el aprisco y nos entregamos a él.
Cristo es quien robustece el sentido moral
9 “Yo soy la Puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”.
En sentido contrario a lo indicado en el versículo anterior, el divino Maestro se presenta como la Puerta que da acceso a los pastos, porque es Él quien nos lleva a robustecer el sentido del ser, el sentido moral que el pecado debilita.6 La voz de Jesucristo nos invita a la inocencia, a la práctica de la virtud; en ella reconocemos el timbre de la santidad. Al decir: “Yo soy la Puerta”, se declara el Mesías, el único camino para la salvación, el único que posee el derecho de conducir al rebaño.
Una aplicación a la Iglesia
Esta idea se armoniza enteramente con la promesa de inmortalidad de la Iglesia, hecha por su divino Fundador al Príncipe de los Apóstoles: “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16, 18). La voz de Jesucristo es inconfundible para las ovejas que realmente se unen a Él, y nadie las puede engañar. Por mucho que los medios de comunicación o los enemigos de la Iglesia intenten desviarlas, haciendo propaganda de aquello que es ajeno a Él, los que siguen al Buen Pastor sienten en el fondo de sus almas donde está la verdad. Y Él siempre le concede a su rebaño gracias especiales para dispersar a sus adversarios.
Dios quiere dárnoslo todo en abundancia
10 “El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.
Continuando con un lenguaje parabólico, señala el pecado de aquellos que desvían a los demás de la Religión verdadera: matan a las almas, apartándolas de Jesucristo, que es la vida. Y la misión del Señor, al contrario, es darles a los hombres esa vida, la cual es muy superior a la que anima a la hormiga, al colibrí, a la ardilla, al hombre e incluso a los ángeles, pues es la vida del proprio Dios. La introduce en nuestra alma en el Bautismo y la reafirma cuando recibimos la Confirmación.
ero… ¿qué vida tiene Dios? Parece tan simple y nuestra inteligencia no consigue alcanzarla, porque es eterno, infinito, omnipresente, omnipotente, omnisciente. Y es tan rico que el Padre, al pensar en sí mismo, engendra una segunda Persona, igual a Él, que es su Palabra, el Hijo. Los dos se miran y se aman tanto, que del encuentro de esos dos amores procede el Espíritu Santo, la tercera Persona, idéntica al Padre y al Hijo. He aquí la vida de Dios: desde toda la eternidad y por toda la eternidad, los tres se contemplan, se entienden y se aman mutuamente. La creación del universo fue parecido a un desbordamiento de lo que hay en Dios, más o menos a la manera del champán que sale de la botella y se vierte en copas. Quiso crearnos para hacernos partícipes de su felicidad y por eso “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Se hizo Pastor, se hizo Puerta, porque “de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia” (Jn 1, 16), para que tuviésemos vida “en abundancia”.
Si Dios pone a nuestra disposición esa vida con tal generosidad, basta pedírsela que nos la dará. Y no poco a poco, porque Dios no es como una pobre madre a la que sólo le queda un poco de harina y de aceite para prepararle pan a su hijo que quiere comerse un bizcocho. ¡Dios posee todo lo que necesitamos! No podemos ser cortos de miras, ser mediocres en la oración, sino que debemos ser personas de grandes deseos, que imploran cosas osadas en la línea de la perfección. Y como todos estamos llamados a la santidad, si rezamos con decisión y energía, por medio de la Santísima Virgen, seguro que Él nos atenderá.
III – ¡NO PERMITAMOS QUE NOS ROBEN LA VIDA!
En las elocuentes palabras de San Pedro, que la primera Lectura (Hch 2, 14a.36-41) nos presenta para nuestra consideración, encontramos una afirmación íntimamente relacionada con el Evangelio de hoy: “Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, y para los que están lejos, para cuantos llamare a sí el Señor Dios nuestro” (Hch 2, 38-39). ¡Convertíos! ¡Es menester corresponder a esta invitación!
ero, ¿no habrá algo que haga el papel de ladrón en nuestro día a día? ¿No habrá algo en nuestra vida que necesitemos cortar? De la misma forma que se practicaba la idolatría y había desvíos en la época de Jesús, ¿no habrá hoy alguna voz que nos confunda y nos desencamine, llevándonos a olvidar que Él es la verdadera Puerta? En aquel tiempo eran los fariseos, los saduceos, los herodianos. ¿Y hoy? Es el momento de hacernos esa pregunta: internet, televisión, cine, relaciones… ¡hay tantos ladrones, que todo cuidado es poco! Debemos oír la voz de Dios que siempre nos habla al alma y que en esta Liturgia de la Palabra nos advierte de que está siendo desdeñada, mientras los falsos pastores entran, a través de los agujeros hechos por ellos mismos en la cerca del redil, para robar, matar y destruir.
El Buen Pastor ama incluso a las ovejas miserables
Es posible que nuestro examen de conciencia nos acuse alguna vez de habernos unido a los ladrones. Recordemos, pues, que Jesús ama tanto a sus ovejas que desea darles la vida, a pesar de sus miserias. Y una vida tan exuberante que sobrepasa la muerte merecida por el pecado de nuestros primeros padres y por nuestros propios pecados: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Así pues, si queremos ser grandes en la santidad, reconozcamos nuestra incapacidad para practicar la virtud y, atribuyéndole a Dios todo el bien que hacemos, ofrezcámosle, con confianza, nuestra flaqueza, porque el Buen Pastor se sirve de esto para manifestar su poder, como afirmó a San Pablo: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad” (2 Co 12, 9).
La principal lección que debemos aprender de este cuarto domingo de Pascua, es que Jesús nos tiene un cariño que supera cualquier afecto existente sobre la faz de la tierra. Él es tan supremamente nuestro Pastor que eligió sufrir los tormentos del Calvario para salvarnos. ¡Señal de que nos ama hasta un límite inimaginable! Anhela nuestra santidad y cuida de nosotros, como dice el salmo responsorial (Sal 22, 1): “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Es dueño de todos nosotros, ovejas que el Padre le entregó y, mientras que no queramos separarnos, no permitirá que seamos arrancados de sus manos. Por eso, tengamos total confianza en Él al acercarnos a la Confesión, seguros de que perdonará nuestros pecados, si estamos arrepentidos. Pero, sobre todo, sepamos buscarlo en la Eucaristía, donde se ofrece en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad y nos prepara para recibir la vida en plenitud. Esto sucederá cuando pasemos por la Puerta del redil y entremos en el Cielo, donde veremos a Dios cara a cara. Allí estaremos en la alegría del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en una gloriosa participación en esa familia, que es la Santísima Trinidad, junto con la Virgen Santísima, los ángeles y los bienaventurados.
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1 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Super Epistolam Sancti Pauli Apostoli ad Colossenses lectura. C. I, lect. 4.
2 TUYA, OP, Manuel de. Biblia Comentada. Evangelios. Madrid: BAC, v. V, 1964, pp. 1170-1171.
3 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I, q. 97, a. 1. 4 Cf. Ídem, q. 102, a.
4. 5 Cf. Ídem, I-II, q. 94, a. 2. 6 Cf. Ídem, a. 6.