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Relicario que contiene el velo de la Virgen María, Catedral de Chartres – Francia
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El siglo XXI nos presenta, sin duda al guna, nuevos desafíos en la difusión de la fe y en la práctica de los manda mientos. El Papa San Juan Pablo II convocó las piedras vivas de la Iglesia a un esfuerzo conjunto particularmente intenso para cate quizar nuestra época, él quiso bautizar esta meta como “nueva evangelización”. Así, las puertas quedaron abiertas a las otras pro puestas para la difusión de la fe.
¿Cómo atender la llamada a la nueva evangelización, para reavivar el legado de Cristo, en el crepúsculo de un mundo tan secularizado en el que vivimos? Sin duda el Arte es un instrumento apropiado, quizás el más eficaz para llevar el mensaje del Evange lio a la “generación de la imagen.” La cultura católica se ha mostrado un instrumento par ticularmente eficaz, a lo largo de los siglos, para conducir al hombre a lo sobrenatural.
En efecto, el arte sacro por medio de su belleza, es capaz de dar un fuerte estímulo al hombre en la búsqueda de lo trascendente. Su fuerza de actuación sobre la sensibilidad humana supera las fronteras de las propias palabras. “La belleza, como también la ver dad o el bien, nos conducen a Dios, Verdad Primera, Bien supremo y Belleza. Mas lo be llo habla más que la verdad o el bien. Decir de un ser que es bello no significa apenas re conocer en él una inteligibilidad que lo torna amable. Es decir, del mismo modo que al es clarecer nuestro conocimiento él nos atrae”. 1
El arte cristiano por tanto, abre el alma humana para el misterio de Dios haciéndola vivir una verdadera experiencia sobrenatural. Nos enseña el Libro de la Sabiduría: “pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor” (Sabiduría 13,5). Sin embargo la belleza a la que nos referimos no se reduce apenas a la belleza seductora y efímera. Es antes de todo el reflejo de aquella belleza “tan antigua y tan nueva” que San Agustín encontró en su itine rario de conversión, a la cual se adhiere como objeto de su amor purificado, confesando de modo exclamativo: “¡tarde te amé!”. 2
1 ASSEMBLEIA PLENÁRIA DOS OBISPOS. Via pulchritudinis: O caminho da beleza. São Paulo: Loyola, 2007, p. 17.
2 AGUSTIN, San. Conf., X, 27 (PL 32, 795).
