En los tiempos de hoy día, en los que la rutina del hombre se ha transformado en una constante carrera, hay una cuestión que preocupa a quien desea progresar en virtud: ¿cómo conciliar la vida interior con los trabajos del día a día?
Es fácil observar cómo los quehaceres cotidianos, como el mantenimiento de la casa, la educación de los hijos, los estudios, el trabajo, e incluso el deseo de disfrutar al máximo del escaso tiempo de descanso y de ocio, transforman la rutina del hombre moderno en un verdadero maratón. Muchas veces, inmersos en actividades tan absorbentes, acabamos olvidándonos de lo principal: la vida interior, la meditación, la relación con Dios, con nuestros ángeles de la guarda, con el mundo sobrenatural.
Cristo en casa de Marta y María, por Giovanni da Milano – Basílica de Santa Cruz, Florencia (Italia)
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No importa el estado de vida al que hemos sido llamados. Tanto para los religiosos como para los laicos, el no olvidar las cosas de lo alto será siempre un punto que vigilar, principalmente en estos tiempos.
“María ha escogido la parte mejor”
La contemplación, en sí, vale más que la acción. Bien lo subraya el Señor en el Evangelio, cuando Santa Marta le pide que le mande a su hermana que le ayude, ya que mientras ella se afanaba en las labores domésticas, Santa María Magdalena permanecía inmóvil a los pies del sublime huésped.
Al recibir al Redentor en su casa, las dos tenían el deber de tratar de atenderlo de la mejor manera posible y, al ser Marta la hermana mayor y poseedora de una esmerada educación, se empeñó personalmente en preparar un banquete a la altura de su ilustre invitado.
Comentando ese pasaje del Evangelio Mons João Scognamiglio Clá Días explica: “Según las buenas maneras vigentes en aquella época, una visita de gran porte debía ser atendida por los propios anfitriones. […] María, sin embargo, tomada de alegría por la presencia del divino Maestro, se olvidó por completo de sus obligaciones de anfitriona, y dejó todo el servicio a cargo de su hermana”.1
Ahora bien, al pedirle a Jesús que María se apartara de su lado para ir a ayudarla, Marta dedicaba más atención a las providencias prácticas que a la Persona del Redentor. Faltaba así, probablemente de modo inconsciente, al primer mandamiento del Decálogo, como apunta Mons. João:
“Esforzándose en servir al Señor de la mejor manera posible, tal vez Marta tratara también de hacerlo para mantener el prestigio del que gozaba su casa. Por eso andaba perturbada, absorta en preocupaciones que no condecían totalmente con el amor a Dios: estaba en juego el nombre de su familia. Y cuando Dios no está en el centro de nuestras consideraciones, la agitación se establece con facilidad”.2
En respuesta a la petición de la hermana mayor, Jesús revela uno de los principios más bellos y profundos que la humanidad ha oído: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada” (Lc 10, 41-42).
Al reprocharle su agitación, el divino Maestro invita a Marta a que abandone su postura pragmática y naturalista, en la cual Dios no se encontraba en el centro.
Acción y contemplación no son realidades excluyentes
¿En qué consiste esa “parte mejor” que María supo escoger?
La respuesta parece que no presenta ninguna duda, al menos en lo esencial: estar lo más cerca posible de Jesús en toda y cualquier situación. Pero esto no justifica que abandonemos nuestras obligaciones.
Acción y contemplación no son realidades excluyentes. Como Marta era la principal anfitriona le competía a ella cuidar con esmero de las providencias prácticas, pero necesitaba haberlo hecho con los ojos completamente vueltos hacia Jesús. Y si María hubiera actuado movida por un amor perfecto, se habría “sometido a las determinaciones de su hermana mayor, cumpliendo con las obligaciones que le correspondían sin perder la admiración, conservando su corazón todo puesto en el Señor”.3
En este sentido, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira elucida que “el hombre ha de ser, primero, de vida interior, y después las demás cosas”. Y “cuando elige ser, ante todo, hombre de vida interior, pone la más importante de las condiciones para ser, en otros campos, lo que debería”.4
De esa actitud surge la perfecta unión entre la acción y la contemplación. Si sabemos reconocer que aquella dimana necesariamente de ésta, y en función de ella se ordena, nuestras tareas concretas pasarán a tener una relación de dependencia directa con las prácticas de piedad.
El alma, por ser inmortal, merece mucho más nuestra atención que las cosas materiales y, por tanto, pasajeras.
“Buscad sobre todo el Reino de Dios”
Conocedor de las debilidades y desórdenes de la naturaleza humana marcada por el pecado original, Jesús nos enseña a que busquemos en primer lugar el Reino de Dios y su justicia: todo lo demás se nos dará por añadidura (cf. Mt 6, 33).
Esto significa que hemos de erigir en nuestra alma un trono para el Creador y someternos enteramente a su dominio soberano. Además de ser un deber de todo cristiano, tal conducta nos atraerá numerosas gracias y dones, pues “el Señor se ocupará mucho más de nuestros intereses, cuanto más nos ocupemos de los suyos”.5
La resurrección de Lázaro, por Giovanni da Milano – Basílica de Santa Cruz, Florencia (Italia)
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“Sometamos todas nuestras facultades bajo el cetro misericordioso del Altísimo. Que nuestra inteligencia se acuerde incesantemente de su presencia; que nuestra voluntad se conforme en todas las cosas a su voluntad adorable; que nuestro corazón vuele frecuentemente hacia Él con actos de caridad ardiente y sincera. […] Entonces seguiremos al pie de la letra el consejo del Maestro: buscaremos el Reino de Dios”.6
Éste es el consejo que, en su conocida obra: El libro de la confianza, nos da un acurado autor espiritual: el P. Thomas de Saint-Laurent. Al actuar así, realizaremos nuestros quehaceres de manera más perfecta, sin dejar de tener, al mismo tiempo, la mente elevada hacia lo sobrenatural.
He aquí, por consiguiente, un motivo más para vivir constantemente en la presencia de Dios: la certeza de que todos nuestros actos, hasta los más simples, pueden transformarse en oración. Para ello basta que, en lugar de dejarnos asumir por ellos, los hagamos con la intención de dar gloria a Dios.
La vida interior aumenta la capacidad de conocer y amar
Tratando sobre la vida interior en una de sus conferencias el Dr. Plinio destacaba, además, cómo la capacidad de conocer y de amar de quien se abandona a los designios divinos acaba siendo notablemente ampliada por el Creador, pues se complace con las almas humildes, que reconocen su insuficiencia.
Decía que “la vida interior verdadera, plena, hace que el hombre ejecute la voluntad de Dios con toda perfección y le da al alma recursos que son, en parte, la plenitud de sus recursos naturales y, en parte, carismas y dones que le hacen centuplicar sus posibilidades”.7
Antes de ser amonestada por el Señor, Santa Marta poseía un admirable grado de virtud. Amaba a Jesús, lo seguía como discípula y en todo trataba de servirlo. Pero a partir de aquel instante su vida espiritual se robusteció y se sublimó. Así lo muestra el diálogo desbordante de espíritu sobrenatural que mantuvo con el Maestro en los momentos previos a la resurrección de Lázaro, que culminaba con esta sólida profesión de fe: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11, 27).
Además, creemos que es lícito conjeturar que, si antes del episodio narrado por San Lucas ella cuidaba con eficacia de los abundantes bienes que la familia poseía, a partir de aquella ocasión se transformó en una eximia administradora de su casa y de su patrimonio.
Marta creció en amor después de la corrección
En sus comentarios al Evangelio, Mons. João hace un agudo análisis que refuerza la primacía de la contemplación: “Es curioso notar que cuando Nuestro Señor se dirige a María Magdalena después de la Resurrección, no repite su nombre. Sólo le dice: ‘María’. Y ella inmediatamente exclama: ‘¡Rabboni!’ (Jn 20, 16). Le bastó oír su nombre una sola vez para entrar en entera sintonía con el Maestro. Sin embargo, en Betania se sintió en la necesidad de repetir: ‘¡Marta! ¡Marta!’ ”.8
Ahora bien, “la vida de los hombres tiene momentos de acción y de contemplación y, tanto en unos como en otros, hay que ser ‘perfectos como el Padre celestial es perfecto’ (Mt 5, 48)”.9 Por lo tanto, sea cual sea la clase de vida que llevemos, no nos olvidemos de imitar el ejemplo de esas santas hermanas. Realicemos las actividades cotidianas con el amor de María Magdalena, sin dejar de cumplir nuestras obligaciones con total precisión, como Marta después del episodio narrado por San Lucas.
La vida activa consiste, para quien desea recorrer el camino de la santidad, en servir al Señor en aquellas cosas que se llevan a cabo diariamente, dedicándole a Él el estado de alma vigoroso, combativo y contemplativo de quien anhela las más altas cumbres a las que ha sido llamado en cuanto coheredero de la gracia.
Pidamos para ello la intercesión todopoderosa de la Madre de Dios. Nadie nos enseñará mejor que Ella a desempeñar con perfección nuestras labores cotidianas.
1 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Lo inédito sobre los Evangelios. Città del Vaticano: LEV, 2012, v. VI, pp. 229-230.
2 Ídem, p. 232.
3 Ídem, p. 236.
4 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Refulgente destruidor das heresias. In: Dr. Plinio. São Paulo. Año XXI. N.º 248 (Noviembre, 2018); p. 21. 5 SAINT-LAURENT, Thomas de. O livro da confiança. São Paulo: Retornarei, 2019, p. 48.
6 Ídem, ibídem.
7 CORRÊA DE OLIVEIRA, op. cit., p. 21.
8 CLÁ DIAS, op. cit., pp. 231-232.
9 Ídem, p. 238.