¿Recuperar el espíritu primigenio de la Iglesia? De acuerdo. Pero conservando aquello que la ha ido enriqueciendo a lo largo de los siglos, tanto en su enseñanza como en sus ritos.
San Antonio María Zacarías promotor de la Adoración de las 40 Horas, por Virgilio Monti Iglesia de San Carlo ai Catinari, Roma
|
La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo formado por el pueblo de Dios, es una realidad viva, “sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada” (Ef 5, 27), a pesar de los defectos que tenemos sus miembros.
Un organismo vivo en constante crecimiento
Animada por el Espíritu Santo, atraviesa los siglos en permanente regeneración. Nada es más contrario a la verdad que imaginarla como una especie de paraíso ideal, compuesto por seres impecables, ajenos a la cotidianeidad del mundo; o entonces, como un museo lleno de venerables —o despreciables…— piezas de colección que serían sus dogmas y ritos. Son dos ideas corrientes y erradas que sus enemigos y sus hijos tibios suelen tener de la Iglesia.
Otro error o malentendido consiste en pensar que el modelo definitivo y acabado a respecto de ella es el de los Hechos de los Apóstoles, y que, por lo tanto, habría que “rehacer” la Iglesia tal como se vivía en las primeras comunidades. Se trata de una simplificación irrealizable.
¿Recuperar su espíritu primigenio? De acuerdo. Pero conservando aquello que la ha ido enriqueciendo a lo largo de los siglos, tanto en su enseñanza como en sus ritos. Porque, al ser un organismo vivo, la Iglesia produce vida y está en permanente crecimiento, al igual que su divino Esposo, del que nos dice el evangelista que “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia, ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52).
De la fracción del Pan a la Adoración Eucarística
Ese crecimiento lo podemos percibir claramente en lo que se refiere al culto eucarístico. Hagamos una breve reseña de su desarrollo en el tiempo.
En los primeros diez siglos, los fieles siempre se congregaban para la fracción del pan eucarístico, la Misa, y prácticamente sólo se adoraba públicamente al Señor sacramentado durante el momento de la celebración. Acabada ésta, quedaba la reserva del Santísimo para llevarlo a los ausentes y a los enfermos.
Pero en el segundo milenio, en la Iglesia en Occidente, de rito latino, los homenajes a la Eucaristía fueron desarrollándose gradualmente.
En el siglo XI, la reserva del Santísimo Sacramento se va trasladando progresivamente de las sacristías a los templos. En el siglo siguiente aparece la elevación en la celebración de la Misa: se muestra la Hostia para que los fieles la adoren, con lo que sacian su deseo de ver y de participar mejor en el culto. Ya en el siglo XIII comienzan las procesiones públicas con el Santísimo y se establece en los calendarios litúrgicos la fiesta del Corpus Christi.
En el siglo XIV en ciertos lugares de Europa empieza a ponerse la Hostia en el ostensorio para que pueda ser vista y adorada por los fieles fuera de la Misa. En el siglo posterior surge la celebración de las Cuarenta Horas, en recuerdo del tiempo que el Señor pasó en el sepulcro; se realizaban en ocasiones de necesidad o acción de gracias.
Durante el período llamado “Renacimiento” (siglos XV y XVI) el sagrario se colocó sobre el altar mayor, quedando así en el centro de las atenciones. Toda esta exaltación de la Eucaristía iba acompañada de un sólido desarrollo doctrinal, dentro del cual la teología de Santo Tomás de Aquino y los documentos del Concilio de Trento tienen un papel saliente.
En España, el culto público a la Sagrada Eucaristía toma nuevo vigor a partir de las iniciativas de Teresa Enríquez (1450-1529), la “Loca del Sacramento”, que hacen multiplicar las cofradías de adoración.
En la Edad Moderna y en la Contemporánea se difunde la práctica de las visitas regulares a Jesús Sacramentado gracias al impulso dado por San Alfonso María de Ligorio.
La gracia de la comunión frecuente
En el siglo XIX surge en Francia la figura profética de San Pedro Julián Eymard que está en el origen de la Adoración Eucarística con exposición y bendición solemne, una práctica que fue siendo adoptada por todas las parroquias, congregaciones y movimientos eclesiales. También tienen inicio los Congresos Eucarísticos Internacionales que a lo largo del siglo XX adquirieron enorme relevancia en la vida de la Iglesia.
A principios del siglo XX, el Papa San Pío X publicaba importantes documentos que abrieron las puertas a la comunión frecuente y cotidiana, y a la comunión precoz de los niños, dos novedades que contribuyeron bastante al bien de la comunidad cristiana en particular, y de la sociedad en general.
Y durante el largo pontificado de Juan Pablo II vino a la luz en el 2003 la encíclica Ecclesia de Eucharistia, que pone nítidamente al Sacramento del Altar en el origen, corazón y meta de la vida de la Iglesia.
Dos décadas antes, el Código de Derecho Canónico promulgado en 1983, permite a los fieles la posibilidad de comulgar dos veces al día, siempre que la segunda comunión se reciba participando en una Misa (Canon 917) ¡Y pensar que hace no mucho tiempo se podía comulgar sólo de vez en cuando, con autorización del confesor, y que algunos grupos de fieles, como comerciantes o personas casadas, raramente tenían esa gracia!
A decir verdad, sería interminable referir aquí todas las manifestaciones del crecimiento de la presencia de la Eucaristía en la vida de la Iglesia. Pero este breve enunciado, nos servirá para ver cómo es ella: una Madre generosa, que crece en dadivosidad para con sus hijos a los que alimenta con el divino Manjar. ¿Qué nos reservará el siglo XXI como nueva riqueza en relación a la Eucaristía? ²
(Publicado originalmente como Mensaje del Asistente Eclesiástico, en www.opera-eucharistica.org) Revista Heraldos 131