Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, religiosos y laicos han ido componiendo a lo largo de los siglos las ricas figuras de santidad del caleidoscopio divino. ¿Cómo serán en el futuro?
Ora una linda flor dorada adornada con puntitos rojos aparece ante nuestros ojos; ora un marco de color amatista rodea rombos verdes y naranjas; ora matices distintos de un azul encantador dominan el conjunto, dando especial nobleza a la figura presentada…
Basta girar levemente un caleidoscopio para que surjan nuevas imágenes. El instrumento es siempre el mismo, pero las escenas nunca se repiten por mucho que, aparentemente, hayamos vuelto al punto de partida.
En sentido horario: San Pedro, por Pedro Mates – Museo de Arte, Gerona (España); San Antón, Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona (España); San Benito, por Spinello Aretino – Museo del Hermitage, San Petersburgo (Rusia); San Agustín – Catedral de Manresa (España); San Ignacio – Museo del Santuario de Loyola, Azpeitia (España); Santa Teresa de Jesús – Iglesia de los Padres Carmelitas, Segovia (España)
|
Simple en su esencia, variado en sus manifestaciones, evoca la Historia de la humanidad. A lo largo de los siglos van sucediéndose almas que, con los colores y formas propias a su llamamiento particular, reflejan las infinitas perfecciones de Dios. Hombres y mujeres, ricos y pobres, jóvenes y ancianos, religiosos y laicos coadunan el fulgor de sus virtudes personales para componer, bajo la acción del Espíritu Santo, las ricas multicolores figuras de santidad que marcan cada época.
Ya en los comienzos de la Iglesia vemos refulgir dentro del Colegio Apostólico el alma fogosa y contrita de San Pedro y, junto a él, el brillo suave, contemplativo y profundamente teológico del discípulo amado. El cuadro, un tanto rústico, pero lleno de vida, es contemplado por los demás apóstoles, evangelistas y mártires como San Esteban.
En el transcurso del siglo cuarto nos encontramos con la personalidad audaz de San Atanasio combatiendo la herejía arriana. Su santidad se conjuga con la de San Antón, anciano anacoreta de vida austera penetrada de misticismo.
Mirando hacia la misma época, no pasa desapercibida a nuestros ojos la imagen del fogoso maniqueísta que la bondad del Altísimo transformó en una de las más grandes lumbreras de la Iglesia: el obispo Agustín, apodado el Águila de Hipona por sus elevados vuelos de espíritu.
Y en ese giro del caleidoscopio divino, ¿cómo olvidar las luminosas figuras de los fundadores, que dieron vida a las Órdenes y Congregaciones religiosas, haciéndolas brillar con los colores de sus respectivos carismas?
En Subiaco, refulge San Benito de Nursia armonizando el trabajo y la contemplación: “ora et labora” era su lema. De este padre venerable brotó una floreciente familia de almas que llenó de esplendor la Edad Media. El gran número de santos canonizados entre sus miembros atestigua la expansión alcanzada por la espiritualidad benedictina.
Siglos después Santo Domingo de Guzmán combate la herejía cátara fundando en Toulouse la Orden de Predicadores, transformada enseguida en sólida columna de doctrina, sobre la cual descansaría la obra evangelizadora de la Santa Iglesia.
Contemporáneo a él, el Poverello de Asís reúne a un pujante conjunto de amantes de la pobreza, dispuestos a seguir con inusitada radicalidad los consejos evangélicos. Su ejemplo habría de conducir a nobles, reyes y plebeyos por los caminos de la austeridad y de la penitencia.
En ese caleidoscopio de almas bienaventuradas que se van conjugando y sucediendo, encontramos también a la gran Teresa de Jesús, espíritu de fuego, reformadora de la Orden del Carmen. Y al noble heredero de la casa de Loyola, San Ignacio, quien renuncia a una brillante carrera y adopta una vida militante “para mayor gloria de Dios”; de él nace la Compañía de Jesús, formada por los mejores y más aguerridos “soldados” que le había sido posible reclutar.
Todos estos santos y santas, y muchos más que sería imposible recordar aquí, son valiosísimos elementos en el caleidoscopio divino compuesto por el Espíritu Santo a lo largo de la Historia y movido por Él sin cesar, también en los tiempos actuales.
¿Cómo serán las nuevas y extraordinarias figuras que el futuro nos permitirá contemplar? ¿Con qué fantásticos y desconocidos colores serán producidas? ¿Qué altura espiritual e íntima unión con lo sobrenatural no alcanzarán las almas llamadas a refulgir en los días venideros?
Aunque no sepamos responder a estas preguntas podemos dar por sentado que brillarán con una belleza mucho mayor que las del pasado, pues Dios es infinito y siempre que suscita algo nuevo supera con creces lo anterior.