Convivencia entre las almas en el Cielo empíreo – II
Además de los Ángeles y de la Santísima Virgen, en el Cielo empíreo los bien- aventurados tendrán la presencia del propio Nuestro Señor Resucitado. Comentando respecto a la convivencia de las almas, Dr. Plinio habla acerca del idioma en que se comunicarán; considera que cada uno hablará su propia lengua llevada al apogeo, y que todos entenderán, por un don de Dios.
coronación de la Virgen María – Galería degli Ufiizi, Florencia, Italia
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El padre Cornélio a Lápide, describiendo el Paraíso en sus varios escalones, habla de Aquella que es la supra suma de todo: Nuestra Señora.
Continuamente en presencia de Nuestra Señora
El Evangelio dice: “María veía todas esas cosas y sobre ellas meditaba.”1
La meditación de Nuestra Señora, ¿cómo sería? Cuando el Ángel la saludó, Ella quedó perturbada y pensaba “qualis esset ista salutatio 2 – cuál sería el significado de ese saludo.”
Mucho más que Santo Tomás – ni siquiera tiene comparación – era la elevación del pensamiento de María Santísima. Podemos imaginar que ahora, en el Cielo, mientras conversamos sobre esto, Nuestra Señora, tiene conocimiento de que estamos juntos rememorando con veneración Su meditación. Y es posible que, en este momento, ¡varios bienaventurados sean favorecidos por Ella con un lumen especial, donde la vean especialmente mientras meditaba!
No digo que eso sea cierto, pero es posible. Comprendemos así la belleza que el interrelacionamiento de esa naturaleza puede ofrecer, y lo que será estar en el Cielo continuamente en la presencia de la Virgen María.
Los pies divinos de Nuestro Señor tocan el suelo del Cielo empíreo
Pero Cornélio a Lápide hace una consideración aún más elevada.
La humanidad santísima de Nuestro Señor Jesucristo, unida hipostáticamente con su naturaleza divina, está presente en el Cielo empíreo, porque Él tiene cuerpo, el cual se encuentra junto con los otros bienaventurados. En el Cielo empíreo, también estarán los Ángeles, pero de un modo diferente: siendo espíritus puros, ellos tienen presencia, quiero decir, actúan allí. Cómo sería si Nuestro Señor Jesucristo, ¡Rey del Cielo y de la Tierra, no estuviera en el Cielo empíreo!
Todavía, afirma Cornélio, Nuestro Señor, en su humanidad santísima, es supereminente en relación a todas las creaturas y apenas toca, con sus pies divinos, el piso empíreo, pues Él – nunca había oído decir eso – llena con su presencia los espacios vacíos.
Es decir, Cornélio a Lápide imagina, probablemente, un espacio esférico o plano, sobre el cual Nuestro Señor se encuentra, y más allá del cual hay otras cosas y después, digamos, la nada; pero, siendo Él la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, eso hace con que Dios esté presente en todas partes.
¡Comprendemos la grandeza augusta de todo eso! Y la planta divina de esos pies, sólo por posarlas sobre el Cielo empíreo, da más alegría que todas las cosas que están allá. ¡Sin comparación con nada más! Podemos imaginar esos pies, tan heridos durante la Pasión y, al fin, atravesados por un clavo atroz; de acuerdo con la mejor versión, parece que un clavo traspasó los tobillos, que estaban cruzados el uno sobre el otro, y ese mismo clavo había perforado los pies divinos, los cuales irradian de gloria, de un modo magnífico. Y nosotros, en esta luz, viendo lo mejor de la luz que en cosas físicas no se puede ver.
Y él hace una comparación: Nuestro Señor Jesucristo es la lámpara de Israel; Él es la luz por donde se ve la Creación. Pero que Su humanidad está para su divinidad tal cómo una lámpara está para el sol. Y la Persona divina de Nuestro Señor, en unión con la Santísima Trinidad, allí está irradiando su luz.
Una orquestra deslumbrante que toca una partitura improvisada a cada instante
Yo debería hablar alguna cosa relacionada con la convivencia de los Ángeles, que es otro modo de acercarnos a una idea sobre la convivencia con el Altísimo, de lo que es la visión de Dios frente a frente. Los Ángeles conocen perfectamente las almas de los bienaventurados. Y como estas saben lo que sucede en las otras almas, ellas conocen a los Ángeles. Y en esa cognición ven toda la perfección de cada Ángel.
Sucede que el Ángel, como ser espiritual, es sencillísimo y tiene una virtud dominante que lo define. Entonces podríamos decir que hay un Ángel de la pureza; otro del coraje, de la fortaleza; otro de la sabiduría; otro de la templanza; y de ahí en adelante. E imaginar las varias virtudes en sus mil modalidades posibles, y los millones de Ángeles reflejando de Dios una determinada virtud, de un modo acentuadísimo.
De manera que, considerando el conjunto de los Ángeles, se tendría un panorama del conjunto de todas las virtudes. Y, meditando acerca de los Ángeles mientras se relacionan entre sí, no esquemáticamente, pero por los movimientos de lo que acontece en el Cielo, tendríamos un cuadro de conjunto de una orquestra asombrosa, que toca una partitura improvisada a todo momento, diciendo una cosa que no se esperaba y que es magnífica a su modo. Así, las varias virtudes se entrelazan, se desenlazan, se agrupan y se reagrupan, pero con una fuerza de personalidad, de afirmación y una plenitud de la cual nosotros, simples creaturas terrenas, absolutamente no podemos tener ni idea. Un sólo Ángel ya nos dejaría deslumbrados. Y para que tengamos una idea de eso, basta decir que, si conversáramos con un sólo Ángel durante un millón de años, tendríamos la sensación de que él tiene algo nuevo que contarnos.
Los Ángeles son mucho más numerosos que los hombres; nosotros debemos llenar los lugares dejados por los ángeles malditos, cuando cayeron. En la naturaleza angélica deben ser contados, por lo tanto, los buenos y los malos.
Podemos así vislumbrar lo que será esa convivencia durable y admirable con esa cantidad incontable de Ángeles; y será necesaria la memoria en el Cielo, para no confundirnos unos con los otros y conocer a todos. Es un mar de deleites.
1 Lc 2, 51. 2 Lc 1, 29.