El Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen nos presenta, como hemos dicho, la importancia suprema de María en la obra de la Creación, su lucha contra el demonio y su profético papel, especialmente en el período histórico que San Luis llama últimos tiempos.
El santo autor concluye la Introducción de su obra aclarando que “la divina María ha permanecido desconocida hasta ahora” y por eso Jesucristo “aún no es conocido como debe serlo.6 Y termina afirmando que el conocimiento y el Reino de Cristo sólo vendrán al mundo “como una consecuencia necesaria del conocimiento y del Reino de la Santísima Virgen María”,7 pues, como Ella lo trajo al mundo la primera vez, le corresponde hacerlo resplandecer en su segunda venida. Osada afirmación, difícil de encontrar en otros autores…
Según la lógica del Tratado, éste está destinado a propagar la devoción a la Virgen para que venga el Reino de Cristo. “Se trata, por tanto, de una obra de una visión amplia y de un alcance histórico muy extenso, fijándose en el deseo de traer el Reino de Cristo a un mundo que no lo posee, haciéndolo preceder en cierto sentido por el reinado de María Santísima”.8
San Luis Grignion expone su fundamento teológico en las primeras palabras del Tratado: “Por medio de la Santísima Virgen María vino Jesucristo al mundo y también por Ella reinará en el mundo”.9 Ahora bien, si el Reino de Cristo ha de venir al mundo a través de María, difundir la devoción a Ella es, desde esta perspectiva, “la mayor obra a la que un hombre puede aspirar”.10
Por consiguiente, la devoción enseñada por este gran santo es de una importancia capital para la implantación del Reino de Cristo. He aquí otro punto nada fácil de encontrar en los manuales de mariología.
Ella es el paraíso terrenal del nuevo Adán
Aún en la Introducción, se extiende en alabanzas a la augustísima Reina de los Cielos. “Digo con los santos: La divina María es el paraíso terrenal del nuevo Adán, donde Él se ha encarnado por obra del Espíritu Santo para realizar allí maravillas incomprensibles”.11 Ella es el gran y divino mundo de Dios, la magnificencia del Todopoderoso, donde ha escondido a su Hijo único “y en Él todo lo que hay de más excelente y de más precioso”.12
Tras hacer observar que los espíritus mundanos ignoran las grandezas de la Virgen por ser indignos e incapaces de conocerla, Grignion de Montfort pone de relieve una verdad algo relegada al olvido en los días actuales: “Los santos han dicho cosas admirables de esta santa ciudad de Dios; y nunca han estado más elocuentes y ni más contentos, como ellos mismos admiten, que cuando han hablado de ello”.13
De hecho, una especialísima e intensísima devoción a la Virgen es una característica de todos los santos. Más adelante, San Luis Grignion va a demostrar cómo esta devoción es necesaria a todos los bautizados, es una exigencia de toda auténtica vida espiritual.
El papel de la Virgen en la Encarnación
Pero no se detiene en este punto. Profundizando en las razones teológicas de la devoción a la Santísima Virgen, aborda un tema de enorme trascendencia: el Todopoderoso quiso servirse de María en la Encarnación; y sostiene que tal devoción se basa en el papel central que Ella desempeñó en este evento fundamental.
En efecto, la Encarnación del Verbo es un episodio culminante de la Historia de la humanidad; en el campo de los acontecimientos humanos, no hay nada que pueda, ni de lejos, ser tan importante como este sublimísimo hecho: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). De ello resulta que, en el plan divino de la Creación y la Redención, la Madre de Dios tenga el papel más importante y fundamental.
Debido a esta insuperable posición de la Virgen María, San Luis Grignion traza elevadas consideraciones sobre las relaciones de Ella con las tres Personas de la Santísima Trinidad.