Dios me ve

Publicado el 11/25/2019

¿Queremos servir a Dios con más amor y perfección? Acordémonos de su mirada sobre nosotros día y noche.

 


 

Cuando contemplamos la bóveda celeste en un bello anochecer de verano, poco a poco percibimos miríadas de estrellas que se van encendiendo por doquier.

 

Aparte las que vemos, existen millones de otras que sólo podríamos ver con la ayuda de lentes poderosos. Y más allá queda un número casi incontable que la ciencia misma, con todos sus recursos, no ha logrado observar hasta el momento.

 

Pues bien, siendo el universo inmenso al punto de parecernos ilimitado, existe un ser que lo supera del todo, un ser que lo creó, lo gobierna y lo ve todo: Dios infinito. Está presente en todo y no hay lugar donde no pueda estar, como dice el Salmista: “Tú me envuelves por detrás y por delante y sobre mí colocas tu mano.

 

¿Dónde podría alejarme de tu espíritu? ¿Adónde huir de tu faz? Si subiere a los cielos, allí estás tú; si desciendo al mundo de los muertos, allí estás presente” (Sal 138, 5.7-8) También leemos en los Hechos de los Apóstoles que en Dios “vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28)

 

La manera como Dios está presente en la Creación

 

Nos enseña el gran santo Tomás de Aquino que Dios tiene tres maneras de estar presente en la obra de la Creación. Primero, por potencia, influencia o poder, pues todo está sometido a su dominio; si Dios “se durmiera” un momento, todo volvería a la nada. Segundo, por presencia, visión o conocimiento, pues todo está patente y como desnudo a sus ojos; nada se le escapa, ni siquiera los más recónditos pensamientos.

 

Tercero, por esencia o sustancia, pues Él está en todo como causa del ser.

 

Hablando en términos más específicos, existen otras presencias de Dios, como la inhabitación en la alma del justo, realizada a través de la gracia. También la presencia personal o hipostática, única y exclusivamente de Cristo, por la cual su humanidad adorable subsiste en la propia persona del Verbo Divino.

 

Por eso Él es personalmente Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnada. Tenemos además la presencia sacramental o eucarística, en la cual Cristo está realmente presente bajo las especies del pan y del vino.

 

Está por fin la presencia de visión o manifestación, que es la del Cielo. Dios está presente en todas partes, pero no se deja ver en todos los lugares, sino solamente en el Cielo.

 

Sólo en la Visión Beatífica Él se manifiesta cara a cara a los bienaventurados.

 

Día y noche recordemos la mirada de Dios

 

Vitral de San Francisco de Sales

Por lo tanto, Dios está presente en todas partes y nos mira continuamente.

 

¡Cuántos crímenes se evitarían, cuántos problemas se resolverían, cuántas lágrimas se enjugarían, cuántas angustias se aliviarían si la humanidad tomara conciencia de que Dios siempre nos está mirando! “El Señor está en su santo palacio, y en los cielos tiene su trono; sus ojos contemplan la tierra habitada, sus párpados escudriñan a los hijos de Adán” (Sal 10, 4).

 

¿Estamos tristes, necesitamos una palabra de consuelo y ánimo para superar algún obstáculo? ¿Nos hace falta un corazón con quien poder abrirnos, o un amigo con quien hablar? ¿Por qué no recurrir al mejor de los amigos, al más amable, comprensivo y lleno de compasión, que es el propio Dios? Él nos conoce hasta el fondo y sabe todo lo que necesitamos; su Divino Corazón se inflama en deseos de ayudar y consolar a las almas abatidas y de aliviar las espaldas cargadas de fardos: “Venid a Mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, que Yo os aliviaré” (Mt 11, 28).

 

¿Queremos servir a Dios con más amor y perfección? Acordémonos de su mirada sobre nosotros día y noche.

 

Un día san Ignacio de Loyola vio a uno de sus hermanos trabajar con descuido, y le preguntó: –Hermano, ¿para quién trabajas? –Para Dios– le respondió el otro.

 

–Si me dijeras que trabajas para un hombre, comprendería tu relajo, pero es imperdonable cuando se trabaja para Dios.

 

San Francisco de Sales vivía tan compenetrado de la presencia de Dios que siempre conservaba un porte digno, modesto y grave, estuviera solo o acompañado. Solía repetir que no sentía vergüenza frente a reyes o príncipes porque estaba habituado a estar en presencia de un rey mucho más grande que le inspiraba respeto.

 

La oración hace la vida más llevadera, suave y amena

La oración frecuente es un medio eficaz para recordar la presencia de Dios. Durante nuestros quehaceres, en el trabajo o la escuela, en casa o caminando por la calle, conduciendo o acostados para descansar, es tan fácil elevar una oración o una simple jaculatoria a Dios, al Sagrado Corazón de Jesús, encomendarle nuestro problemas y pedir su ayuda y protección.

 

Querido lector, le invito a hacer esto diariamente, con amor y confianza, y verá que en poco tiempo su vida ira haciéndose más llevadera, suave y amena.

 

Dice Jesús en el Evangelio: “Pedid y se os dará; buscad y encontrareis; llamad y se os abrirá” (Lc 11, 9). ¿Por qué despreciamos esa promesa hecha por labios divinos, lo que es garantía absoluta de ser oídos? Se podría decir que Nuestro Señor se inclina hacia la tierra a la espera de que le hagamos pedidos, desde los más simples hasta los más osados, para darle la alegría de atendernos y llenarnos de dones y gracias.

 

El ejemplo de dos santos

David encontraba fuerza y consuelo pensando que el Señor conocía sus sufrimientos, y exclamaba lleno de confianza: “Aunque haya de pasar por un valle tenebroso, no temo mal alguno, porque tú estás conmigo” (Sal 22, 4) Efrén era un joven que se entregaba a todo tipo de vicios, pero reconoció sus desvíos, se arrepintió y se retiró a la soledad. Un día fue a él una mujer de costumbres poco recomendables, para tentarlo.

 

Dios siempre está a nuestra disposición

en el Sacramento de la Eucaristía.

El hombre de Dios le prometió hacer todo cuanto ella quisiera con la condición de que primero lo siguiese. Pero la infeliz, viendo que el santo la conducía a una plaza pública, le dijo que no tenía valor para entregarse en público. Le respondió Efrén: “¡¿Tienes vergüenza de pecar delante de los hombres y no te avergüenzas delante de Dios que todo lo ve y todo lo conoce?!” Estas palabras llegaron muy profundamente a la pecadora, que cambió de conducta y llevó hasta el fin de sus días una vida santa.

 

Dios nos hace herederos y merecedores del Cielo

Había antiguamente en Alemania la costumbre de pintar un “ojo de Dios” en las iglesias, en las escuelas o en las casas, para recordar al pueblo que la mirada del Altísimo nos acompaña en cada paso de nuestra existencia.

 

Ese hábito saludable se perdió del todo y actualmente muchas personas viven en el olvido casi completo de Dios.

 

Imaginemos un artista que esculpe una bellísima estatua, y un ángel le otorga el poder de infundir a esa obra su misma vida humana. La estatua empieza a moverse y a hablar, a tener deseos y apetito, las potencias del alma se despliegan en ella y la vemos dotada con personalidad, mentalidad, espíritu. El escultor se siente maravillado y aplica todo su amor y desvelo en educar ese “nuevo hijo suyo”.

 

Se ocupa de su instrucción, él mismo le da clases hasta hacer de él un joven perfecto y acabado.

 

¿Cuál debería ser la gratitud y la reciprocidad de aquella criatura tan afortunada? Sobra decirlo.

 

Pero un buen día el padre nota que algo cambió en su hijo. Al poco tiempo deja de ser el niño dócil, afable, cariñoso y deseoso de aprender; se vuelve intratable, se niega a saber nada de su benefactor, llega a despreciarlo y a responderle con brusquedad; por fin, deja de dirigirle la palabra y hasta de mirarlo. El pobre padre intenta de nuevo atraer al joven redoblando su afecto y recordándole su estado anterior, pero es en vano.

 

¡Monstruosa ingratitud! Pues bien, esta metáfora nos da sólo una pálida idea de nuestro proceder cuando damos la espalda a Dios, cuando lo rechazamos, olvidándolo, sin recordar que está a nuestro alcance, que quiere favorecernos y prodigar su cariño y su misericordia infinita.

 

Dios nos eligió de una infinita multitud de seres posibles. Nos sacó de la nada, nos dio la vida, nos infundió un alma racional dotada con inteligencia, voluntad y sensibilidad, nos llenó con dones naturales, y como si fuera poco nos dio el Bautismo, haciéndonos vivir de su propia vida. Está siempre a nuestra disposición en el Sacramento de la Eucaristía, esperando que lo recibamos y así beneficiarnos con su convivencia llena de dulzura y suavidad. Y nosotros, ¿cómo corresponderemos a ese torrente infinito de bondad, a ese amor que lo llevó a entregarse y morir crucificado como vil malhechor para redimirnos y hacernos herederos y merecedores del Cielo? “Si pudierais hoy oír su voz: no endurezcáis vuestro corazón” (Sal 94, 7-8). Entreguemos nuestro corazón y nuestra vida entera a Aquel que se hizo todo para nosotros y nos dio su vida. Pongámoslo en el centro de nuestra existencia, y Él, a ruegos de su Madre llena de misericordia, Madre que también nos dio, un día nos recibirá en la eterna bienaventuranza.

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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