DIOS SIEMPRE CUMPLE SU PALABRA

Publicado el 04/27/2017

Ningún profeta es aceptado en su pueblo” (Lc 4, 24), afirmó Jesús. Podríamos añadir que raras veces los profetas son reconocidos por los hombres de su época. Esos enviados de Dios, a menudo perseguidos por sus contemporáneos hasta el derramamiento de su sangre (cf. Lc 11, 49-51), también son olvidados enseguida y por eso sus escritos difícilmente llegan íntegros a la posteridad. Por cierto, San Esteban exclamó antes de morir: “¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran?” (Hch 7, 52).

 

Sin embargo, por más sorprendentes que sean los caminos utilizados, las profecías siempre acaban cumpliéndose: vino el Diluvio, el pueblo elegido fue liberado, la Virgen dio a luz a un hijo, la humanidad fue redimida, el Espíritu bajó sobre los escogidos… Se engañaría, no obstante, el que pensara que la época de las profecías concluyó con el inicio del Nuevo Testamento. Una prueba de ello la encontramos en la persona de San Luis María Grignion de Montfort, figura durante mucho tiempo relegada al olvido, y cuya verdadera altura viene surgiendo con fuerza cada vez mayor desde finales del siglo XX.

 

Este gran maestro de la vida espiritual, canonizado por Pío XII en 1947, hizo lindísimas previsiones sobre una era histórica toda ella dedicada a María, por medio de la cual se instauraría el verdadero reinado de Cristo. Pero sus coetáneos no le creyeron. Vivió en una época (siglos XVII-XVIII) muy conturbada: en un mensaje a Luis XIV, rey de Francia, Jesús le pidió que consagrara ese católico reino a su Sagrado Corazón, prometiéndole especial protección si su petición era atendida; de lo contrario, se desencadenarían graves desastres sobre la nación. Infelizmente el rey terreno no escuchó al Rey del universo y cien años más tarde estalló la revolución que derribó a la monarquía, no sólo en Francia, sino, progresivamente, en toda Europa. Además con Noé sucedió algo similar: cien años después de la divina advertencia, empezaron a caer las primeras gotas del Diluvio. Es como si existiera algo a manera de plazo, tras el cual la paciencia de Dios finalmente se agota…

 

El creciente número de devotos de San Luis Grignion que hay en la actualidad parece ser muy significativo de la inminencia de grandes acontecimientos. En efecto, como suele ocurrir con las profecías, las señales se multiplican a medida que se aproxima su realización.

 

Tal vez este síntoma no es ajeno al hecho de que estamos en el centésimo aniversario de las apariciones de la Santísima Virgen en Cova da Iria. ¿Habrá alguna íntima relación entre la devoción predicada por San Luis Grignion y los acontecimientos prenunciados en Fátima, entre ellos el triunfo del Inmaculado Corazón de María? Todo lleva a creer que sí, pues en ambos casos se pronostica el establecimiento del Reino de Nuestra Señora sobre la tierra y los corazones, algo que constituye sin duda una constante en las profecías, entre las que debemos contar el Padrenuestro: de hecho, una oración dictada por el propio Dios sólo puede ser una promesa de realización.

 

¿Estaría completamente fuera de propósito esperar que, antes de finalizar el centenario de Fátima, se haya cumplido todo lo revelado por la Virgen en sus apariciones, tanto lo que se conoce al respecto, como lo que aún ignoramos?

 


 

San Luis María Grignion de Montfort

 

San Luis María Grignion de Montfort nació en 1673 en la pequeña ciudad bretona de Montfort la Cane, actual Montfort sur Meu, Francia. Fue el segundo de dieciocho hijos de una familia profundamente católica. Cursó Secundaria en el colegio jesuita de Rennes. Sentía desde niño inclinación hacia el sacerdocio, la cual se confirmó como vocación un día mientras estaba rezando ante la imagen de Nuestra Señora de la Paz y oyó claramente una voz interior que le decía: “Serás sacerdote”.

 

A los 20 años ingresó en el célebre seminario de San Sulpicio, de París, tal vez el más importante de Francia en aquella época. Éste había surgido bajo la influencia de la Escuela Francesa de Espiritualidad, formada por auténticos varones de Dios, como el cardenal Pedro de Bérulle, el P. Jean Jacques Olier, San Juan Eudes, entre otros. Reinaba allí inicialmente una gran devoción a la Sagrada Eucaristía y a la Santísima Virgen.

 

Como no tenía suficientes medios económicos para los gastos del curso, los superiores pusieron al joven seminarista a trabajar en la biblioteca del seminario. Acción providencial, pues allí entró en contacto con las obras de los principales teólogos, de los Padres de la Iglesia y de numerosos santos que iluminaron con su doctrina el mundo cristiano. Sin perjuicio de sus estudios de Teología, se dedicó a organizar una colección de comentarios de todos esos autores con respecto a la Madre de Dios.

 

Lamentablemente, ese seminario se había alejado de las buenas influencias del pasado y se había dejado contagiar por la herejía jansenista que, entre otros males, asfixiaba la piedad, la devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen. Por esta razón, San Luis fue objeto de menosprecio y de persecución.

 

Ordenado sacerdote en 1700, a los 27 años de edad, se lanzó con ardor al trabajo de evangelización, pero los jansenistas levantaron contra él tantos obstáculos y objeciones que decidió emprender un viaje a Roma a fin de pedirle al Papa Clemente XI que lo enviara como misionero a Canadá. El Vicario de Cristo le dio el título de misionero apostólico, con la orden de regresar al apostolado en Francia.

 

Entonces regresó a Francia, pero, lejos de parar, las persecuciones aumentaron hasta tal punto que acabó reducido a predicar tan sólo en dos diócesis: Luçon y La Rochelle.

 

Al presentir que se acercaba el fin de su corta vida —murió a los 43 años—, se retiró a una gruta en las proximidades de La Rochelle, en busca de tranquilidad. Allí compuso el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, escribiendo “rápidamente, lleno de entusiasmo y como impulsado por inspiración divina” (PÉREZ, SJ, Nazario. Introducción. In: SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Obras. Madrid: BAC, 1954, p. 425).

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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