Al punto al que han llegado los estudios teológicos, no puede existir duda de que la Santísima Virgen es, realmente, la Medianera Universal de todas las gracias.
Efeso, 22 de junio del año 431. Era ya de noche cuando los obispos allí reunidos en concilio proclamaron el primer dogma mariano: el de la Maternidad Divina de la Virgen María. Imposible describir el entusiasmo con el que la población recorrió las calles de la ciudad en una procesión con antorchas aclamando jubilosa a la Theotokos – Madre de Dios.
A éste le siguió, en el 649, el de la Virginidad Perpetua de la Madre de Dios. Pasaron más de doce siglos y la Iglesia proclamó, en 1854, el de la Inmaculada Concepción de María. Finalmente, en 1950, fue declarado el de la Asunción de la Virgen al Cielo en cuerpo y alma.
¿Cuál será el próximo?, nadie lo sabe. Pero el título que más late en los corazones auténticamente católicos es el de María, Medianera de todas las gracias. Padres y doctores de la Iglesia sostienen con toda clareza esta doctrina. Ya se han pronunciado a favor varios Papas, así como santos canonizados e insignes teólogos.
Un circunstanciado análisis de este tema nos los proporciona Mons. João Scognamiglio Clá Dias,1 en sus comentarios al Pequeño Oficio, basándose, principalmente en uno de los mayores mariólogos de nuestros tiempos, el P. Gabriel María Roschini, OSM (1900-1977).2 En las siguientes líneas ofrecemos al lector un resumen de su brillante exposición.
¿Por qué María merece ese título?
La Santísima Virgen María coopera, de modo subordinado y dependiente de los méritos de Cristo, en la distribución de todas y cada una de las gracias divinas que son concedidas por el Padre eterno a todos y cada uno de los hombres, cristianos o paganos; así pues, con toda propiedad y justicia, puede ser denominada como la Dispensadora Universal de todas las gracias.
Bajo el nombre de gracia, se entiende todos los beneficios pertenecientes de forma directa o indirecta al orden sobrenatural: por lo tanto, cualquier gracia ordinaria o extraordinaria, externa o interna, habitual o actual, gratis data o santificante, sacramental o extra-sacramental, pedida o no a la Virgen Santísima.
Obviamente, no se pretende con ello decir que ninguna gracia nos es concedida sin que la hayamos pedido explícitamente a María. Afirmar eso sería confundir la oración que le hacemos con la oración que Ella hace a Dios por nosotros. La Santísima Virgen puede orar, y de hecho reza muchas veces por nosotros, sin que hayamos invocado su auxilio. En algunas plegarias litúrgicas, no se invoca de modo explícito a María ni tampoco a Jesús. En estos casos, sin embargo, no falta, de parte del que reza, la invocación implícita de la Virgen Santísima, pues es evidente que todo el que pide gracias a Dios lo hace con la intención de pedirlas de acuerdo con el orden establecido por la Divina Providencia, y ésta no ha querido ni quiere prescindir de la intervención de María. En consecuencia, incluso cuando rezamos el Padre nuestro, dirigiendo directamente a Dios nuestras súplicas, implícitamente lo hacemos por medio de María.
La voz del magisterio pontificio
En numerosos documentos, el magisterio ordinario de la Iglesia se ha manifestado de modo claro e inequívoco a respecto de la Mediación Universal de la Santísima Virgen.
Benedicto XIV escribió: “Ella es como canal celestial del que descienden las corrientes de las gracias divinas a los corazones de los mortales”.3
Pío VII la llamó “nuestra amantísima Madre y dispensadora de todas las gracias”.4
León XIII se manifestó así de categórico: “Verdadera y propiamente se puede afirmar que de aquel grandísimo tesoro de todas las gracias que trajo el Señor, nada absolutamente nada se nos concede, según la voluntad de Dios, sino por María; de suerte que a la manera que nadie puede llegar al Padre sino por el Hijo, casi del mismo modo nadie puede llegar a Cristo sino por la Madre”.5
San Pío X afirmó la misma doctrina, añadiendo una bella explicación: “Por esta comunión de voluntad y de dolores entre María y Cristo, ella mereció convertirse con toda dignidad en reparadora del orbe perdido y, por tanto, en dispensadora de todos los bienes que Jesús nos ganó con su muerte y con su sangre. Así pues, la fuente es Cristo y de su plenitud todos hemos recibido. A su vez María, como señala San Bernardo, es el acueducto; o también el cuello, a través del cual el cuerpo se une con la cabeza y la cabeza envía al cuerpo la fuerza y las ideas. Pues Ella es el cuello de nuestra Cabeza, a través del cual se transmiten a su Cuerpo Místico todos los dones espirituales”.6
Benedicto XV continuó y enriqueció la doctrina de sus antecesores: “Co-redentora con Cristo significa haber colaborado con Él en todo lo que constituye la obra de la Redención, y es muy cierto que María en eso colaboró maravillosamente. Mereció y satisfizo con el Salvador, nos reconcilió con Dios por la ofrenda de la hostia que Ella misma había preparado, y Ella también nos distribuyó los bienes sobrenaturales, pues es suprema entre los ministros en la distribución de la gracia”.7
Como vemos, el magisterio ordinario de la Iglesia, al cual le está garantizada una asistencia ordinaria del Espíritu Santo, ha enseñado muchas veces, en documentos públicos y solemnes, en materia gravísima relativa a la fe, y de modo afirmativo y categórico, la cooperación de la Virgen Santísima en la distribución de todas las gracias.
La voz de los Padres, de los doctores y de insignes teólogos
La doctrina de la Mediación de María viene siendo enunciada de modo cada vez más explícito con el paso de los siglos. San Juan Damasceno, San Pedro Damián, San Anselmo, San Bernardo, San Alberto Magno y San Buenaventura afirman explícitamente esa prerrogativa de la Madre de Dios.
A partir del siglo XVI —debido, sobre todo, a la impugnación planteada por los protestantes, jansenistas e incluso algunos católicos— esa doctrina mariana ha hecho notables progresos, hasta convertirse en sentencia común de los teólogos. Entre sus defensores, merecen una mención especial San Roberto Berlarmino, San Alfonso María de Ligorio, San Luis María Grignion de Montfort y otros insignes maestros de la teología, como el P. Francisco Suárez, SJ, el P. Jean- Jacques Olier, fundador de la Compañía de Sacerdotes de San Sulpicio, y Mons. Jacques-Bénigne Bossuet, el famoso predicador.
Numerosas voces, por tanto, de Oriente y de Occidente se alzaron para proclamar de muchas maneras esta ley fundamental, tan bien formulada por San Bernardino de Siena de este modo: “Esta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”.
No puede existir ninguna duda prudente
Dicho todo esto, el P. Roschini llega a esta categórica conclusión: “Así pues, sobre el hecho de la cooperación actual de María Santísima en la distribución de todas y cada una de las gracias, en el punto a que ha llegado la especulación teológica, no puede existir ninguna duda prudente, por mínima que sea. La Virgen es, realmente, la dispensadora de todas las gracias”.8
1 Cf. CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Pequeno Ofício da Imaculada Conceição comentado. 2.ª ed. São Paulo: ACNSF; Lumen Sapientiæ, v. II, 2011, pp. 125-146.
2 Cf. ROSCHINI, OSM, Gabriel María. Instruções Marianas. São Paulo: Paulinas, 1960, pp. 99-107.
3 BENEDICTO XIV. Gloriosæ Dominæ, 27/9/1748.
4 PÍO VII. Ampliatio privilegiorum Ecclesiæ Beatæ Mariæ Virginis ab Angelo salutatæ, 24/1/1806.
5 LEÓN XIII. Octobri mense, 22/9/1891.
6 SAN PÍO X. Ad diem illum laetissimum, 2/2/1904.
7 BENEDICTO XV. Inter sodalicia, 22/3/1918.
8 ROSCHINI, op. cit., p. 107.