Con relación a todo el mundo Doña Lucilia era afable, pero a aquellos que se encontraban en un estado de debilidad, ella les manifestaba un grado de afabilidad estudiado, no en el sentido académico, sino calculado por el afecto. Tanta era su bondad, que tenía cierta predilección por las personas portadoras de alguna deficiencia.
Ese deseo de ayudar y ese modo de ser de ella lo noté mucho en lo siguiente: Doña Lucilia era afable con relación a todo el mundo, pero respecto a las personas que ella percibía que estaban en un estado de debilidad, cualquiera que fuese ese estado, mi madre tenía un grado de afabilidad estudiado; no en el sentido académico, científico, sino calculado por el afecto. ¿En qué consistía eso?
Ella veía a una persona con alguna laguna, con algún defecto, y analizaba de qué naturaleza era el efecto que eso podía producir en la persona. En la persona en tesis y después in concreto.
Una bondad proporcionada, adecuada, estudiada y adaptada a cada persona
Entonces, en el modo de tratar, ella animaba a la persona y le daba a entender que se ponía enteramente en ese plano por afecto y por bondad, y hasta tenía cierta predilección por esa persona por causa de esa debilidad. De manera que la persona quedaba muy a gusto, como no es costumbre que quede un inferior con relación a un superior. Con ella era lo contrario. Y por otro lado, ella hacía eso sin el más mínimo aire de quien insinúa que está haciendo una limosna o una bondad, sino como quien está atendiendo a un apelo de su propia sensibilidad.
Por ejemplo, en el trato con los niños, con los ancianos y con gente sufridora. Hay viejos que se vuelven más o menos como ciertos servicios de mesa: a veces se quiebran tantas piezas a lo largo de los años en una casa, que sólo queda uno o dos platos. Algunos ancianos quedan así en la vida: como el último plato de un servicio de mesa que ya se quebró. ¿Qué hacer con ese plato? Es un problema. Y también hay personas con deficiencias físicas: había un primo ciego y Doña Lucilia tenía un sobrino sordo.
Mi madre nació en Pirassununga y su familia vivió mucho tiempo en esa ciudad. Y dejó parientes, conocidos, etc., pero era gente que inserida en el ambiente de una ciudad del interior, como acostumbraba a ser en aquella época, naturalmente se enrudeció. Y a veces, uno u otro de ellos aparecía en nuestra residencia en São Paulo para hacer una visita; entraba en la casa y notaba que todo el ambiente era diferente.
¿Cómo los trataba ella? Siempre con una bondad proporcionada, adecuada, estudiada, adaptada, que se transformaba en una respiración, en un oasis, en un alivio para esas personas.
El primo ciego que tenía un gran apetito
Por ejemplo, ese ciego al cual me referí, era pariente de ella en un grado relativamente lejano. Creo que hoy en día ya no se considera primo. Era primo en tercer o cuarto grado. Y para ella sería muy fácil deshacerse de él. Bastaba con recibirlo un día un poco menos amablemente, que ella lo haría a un lado y él no tendría ánimo para volver.
Ella recibía al ciego con mucha alegría. Porque él tenía el recelo de ser recibido así: “¡Ay, aquí está él nuevamente!” Ella entonces hacía lo contrario de lo que el hombre podía temer:
– ¡Oh!, Fulano, ¿cómo está Ud.?
Y al salir:
– Venga siempre, ¡me da mucho gusto!
De acuerdo a la distribución de los lugares en la mesa, si el ciego estaba sentado cerca de mi madre, ella llamaba a la empleada y ella misma completaba el plato de él sin hacer ruido, de manera a darle la impresión de que su alimento predilecto todavía no se había terminado. ¡Y el plato del ciego nunca quedaba vacío!
Él no preguntaba nada. No sé si desconfiaba, pero el hecho es que él comía valientemente y con apetito. Y de allí resultaba una atmósfera que dilataba el corazón el pobre ciego, que lo dejaba a gusto y contento.
En la extrema vejez, jugando con el bisnieto
Yo la vi en su extrema vejez tratando a su bisnieto. Y me pregunté: “¿Cómo va a encontrar un terreno en común mi madre– siendo ella bisabuela – con ese niñito nacido en la punta de la descendencia y portador de otros impulsos, de un medio muy diferente al nuestro?”
Él entraba en el salón o en el cuarto donde Doña Lucilia estuviese, y ella le abría los brazos a él, que iba corriendo y recostaba la cabeza en su pecho. Ella lo agradaba: “Hijito”. Yo veía que él quedaba enteramente consolado.
Mi madre dejaba que él estuviera ahí un instante y le decía algo en el siguiente sentido: “¿Vamos a jugar los dos afuera?”, para salir del ambiente de las personas mayores, donde había una conversación que el bisnieto no entendía; y salían los dos a hacer una corta conversación a la altura de él.
Se dirigían a un cuarto donde ya había unos juguetes para él. Ese entretenimiento iba generalmente hasta la hora en que la madre o la abuela se lo llevaba. Y se notaba que el niño salía porque no había otro remedio; él quería quedarse allí jugando.
Él tenía una pronunciación ligeramente extranjera, diferente de la portuguesa. No la llamaba bisabuela – a propósito, en Brasil ningún bisnieto dice bisabuela, sino “vovó” –, pero tenía una pronunciación acentuada y decía “pizavó”. A ella le parecía eso gracioso y no decía nada. Al entrar al local donde estaba Doña Lucilia, él decía: “¡Pizavó! ¡Pizavó! ¡Pizavó!”, y comenzaba a conversar con ella.
A través de esos pequeños hechos se puede ver cómo era su conducta.
(Revista Dr. Plinio, No. 179, febrero de 2013, p. 6-9, Editora Retornarei Ltda., São Paulo.
Extraído de conferencia del 15.4.1982)