El respeto, la educación y las buenas maneras tienen un papel importante… hasta en laintimidad del hogar.
Napoleón III y Eugenia de Montijo
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Napoleón III, Emperador de Francia de 1852 a 1870, estaba casado con la condesa Eugenia de Montijo, una española de singular belleza, atractiva conversación y una pizca de “salero” en el espíritu.
En esa época existía algo que la sociedad actual, infelizmente, va perdiendo poco a poco sin casi darse cuenta: el arte de convivir.
Siendo así, el matrimonio imperial encontraba sus ocasiones de entretenimiento sobre todo en las recepciones de la Corte y en los tranquilos momentos de convivencia familiar.
Cierto día el Emperador recibió inquietantes informes al respecto de una conspiración con el objeto de deponerlo del trono. Por eso al entrar en su palacio, al final de la tarde, llegaba cargado de graves preocupaciones. Pero no quería afligir a su esposa con el fardo de esas perspectivas perturbadoras.
Encontró a la Emperatriz en su lujoso gabinete de toilette , frente al espejo, arreglándose para una fiesta donde sería el centro de las atenciones. Se sentó a su lado, aprovechando la oportunidad para distenderse con algunos instantes de amena conversación en la intimidad familiar.
Mientras se arreglaba, discurría ella despreocupadamente sobre el “todo y nada” de la vida doméstica, los dimes y diretes de la alta sociedad parisina y otros asuntos del género. Él se entretenía oyéndola, lo que aliviaba el peso de los inquietantes problemas políticos.
Pero parece que ese día la bella y culta española rebasó los límites normales de la locuacidad. En cierto momento, el Emperador se dejó llevar por un arranque de impaciencia frente las palabras irreflexivas de su esposa y la interrumpió con una pregunta inesperada:
–Señora, ¿sabe cuál es la diferencia entre usted y el espejo?
–Ni puedo imaginármelo, señor. Pero quien hace preguntas de tal género acostumbra saber la respuesta. Dígamela usted –replicó ella, tras algunos segundos de vacilación.
–Que el espejo refleja …
¡Era una fuerte provocación! Pero no desconcertante para esa noble dama dotada con una notable presencia de ánimo. La réplica no se hizo esperar:
–¿Y cuál es la diferencia entre el espejo y usted, señor?
Esta no se la esperaba el Emperador. Pensó durante unos instantes y, por fin, se declaró vencido:
–Señora, ha puesto en jaque al rey. No sé responder.
–Mire qué pulido es el espejo… –concluyó ella, triunfante.
Vino un corto espacio de silencio y suspenso. ¡Cuántas veces en circunstancias semejantes, un pequeño incidente como éste degeneró en una áspera discusión o quizás en divorcio!
¿Qué ocurrió con Napoleón III y la Emperatriz Eugenia?
Respeto, educación y buenas maneras
Infelizmente, no se les puede elogiar su vida de piedad. Pero vivían en una época en que las personas de todas las clases sociales estaban habituadas, hasta en la intimidad, a un trato muy respetuoso, a la educación y a las buenas maneras. Además, los unía una verdadera estima mutua, fortalecida por el vínculo matrimonial. Un simple intercambio de miradas y de sonrisas terminó el episodio.
Ella aprendió a ser un poco más reflexiva en sus palabras, y él recibió una pequeña clase de educación…
Trato respetuoso, educación y buenas maneras: tres valores fundamentales para la buena convivencia, sobre todo para mantener la concordia en el hogar.
Son elementos importantes de un arte muy útil a las personas de todas las edades, profesiones y clases sociales. Genuino producto de la Civilización Cristiana, bien puede ser llamado “el arte de convivir”.
Sabiendo manejarlo, el padre y la madre tendrán la virtud de hacer agradable la convivencia familiar y de ejercer sobre los hijos una benéfica influencia, indispensable para guiarlos por el recto camino.
Más importante aún es la práctica de la Religión
Ese arte de convivir tiene una gran importancia en la vida familiar. Pero no es suficiente.
Sin duda que la falta de buenas maneras, respeto y educación es la responsable de muchos pequeños incidentes domésticos, que provocan desentendimientos y que a veces terminan en separaciones. Sin embargo, la principal causa de la destrucción de incontables hogares es la descristianización de la sociedad moderna. Es decir, el alejamiento de la Ley de Dios, el abandono de la oración, de la práctica de la Religión.
Diariamente podemos comprobar esa realidad. Solamente en Brasil, por ejemplo, los Heraldos del Evangelio visitan a decenas de miles de familias por mes, distribuyendo rosarios y propagando la devoción a la Santísima Virgen, además de sus otras actividades apostólicas. Y por todas partes el testimonio elocuente de las personas puede ser resumido de la siguiente manera:
“Desde que comenzamos a rezar el rosario, todo cambió en nuestra vida” . O bien: “Después que empezamos a recibir el oratorio del Inmaculado Corazón de María, nuestro hogar recuperó la paz y la armonía” . La publicación de todas las declaraciones personales a este respecto llenaría no sólo centenares, sino millares de libros.
El consejo de un gran Santo
San Francisco de Sales, conocido en el mundo entero como perfecto modelo de dulzura y suavidad de trato, entrega un valioso consejo a los matrimonios:
“Las esposas deben desear que sus maridos tengan el azúcar de la devoción, porque el hombre sin devoción es severo, áspero y rudo. Y los maridos deben desear que sus esposas sean devotas, porque sin devoción la mujer es frágil y está sujeta a desfallecer en la virtud. El apoyo mutuo de uno hacia el otro ha de ser tan grande que ambos no se irriten al mismo tiempo, ni súbitamente, para que no haya discordia ni contienda. Si, pues, uno está encolerizado, que el otro se mantenga sereno, para que la paz vuelva lo más pronto posible.”
En resumen, lector; el “arte de mantener la concordia en el hogar” se compone de estos elementos: respeto, buenas maneras, educación, serenidad y, sobre todo, práctica de la Religión.
En su grado máximo, esto es lo que había en la Sagrada Familia de Nazaret, modelo supremo para todas las familias .