¡El Cielo es de los que confían! – Parte 3

Publicado el 04/27/2018

Suprema prueba de poder y de amor

 

Pecadores o santos, todos deben confiar en el auxilio del divino Redentor. Tanto en los momentos de aparente abandono como en los de alegría interior, Jesús siempre procura nuestro bien. “Hará todo lo posible para ayudarnos en el negocio sumamente importante de nuestra salvación. He aquí la gran verdad que Jesucristo escribió con su sangre y que vamos ahora a releer juntos en la historia de su Pasión”.10

 

Preso y humillado, Cristo nos dio la suprema prueba de su amor y de su poder. Al andar sobre las aguas y resucitar a los muertos, nos mostró su dominio sobre la naturaleza y la vida. Sus adversarios habían intentado matarlo en su propia ciudad, Nazaret, al querer lanzarlo al precipicio, pero no tuvieron éxito en su intento. Jesús escapaba de la muerte cuando Él quería, mas en el momento señalado para su Pasión se entregó voluntariamente.

 

Los verdugos que fueron a prenderlo en el Huerto de los Olivos también escucharon su voz. Pero no la voz tranquilizadora oída por los discípulos en el mar tempestuoso. Al contrario, cuando le dijo a los guardias enviados para apresarlo: “Yo soy”, ellos “retrocedieron y cayeron a tierra” (Jn 18, 6). ¿Quién puede resistir a la voz del Omnipotente? Solamente un Judas, ápice de la traición y de la vergüenza.

 

Poco antes, Judas había oído del Maestro una última invitación a la conversión; pero, descendiente espiritual de Caín, se cerró a la voz de la gracia y a la mirada compasiva del Maestro. “Judas le traiciona y le da un beso hipócrita. Jesús le habla con una dulzura conmovedora; le llama ‘amigo’; intenta a fuerza de ternura tocar ese corazón endurecido por la avaricia. ‘Amigo, ¿a qué vienes?’ (Mt 26, 50). ‘Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?’ (Lc 22, 48). Es la última gracia que el Maestro concede al ingrato. Es una gracia de una fuerza tal, que nunca comprenderemos toda su intensidad. Pero Judas la rechaza: se condena, porque así lo ha querido”.11

 

Pedro aceptó la invitación al arrepentimiento

 

También Pedro había pecado gravemente: abandonó al Señor en el Huerto de los Olivos y, poco después, lo negó tres veces en el patio del palacio del sumo sacerdote. Juzgándose fuerte y determinado a seguir al Maestro por donde quiera que fuera, el apóstol confió en sus fuerzas y… flaqueó. El canto del gallo, no obstante, le recordó la profecía de Jesús: “Esta noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces” (Mt 26, 34). Y la voz de la gracia le invitó al arrepentimiento.

 

Muy diferente del infame Judas, Pedro aceptó en lo más hondo de su alma esa invitación. No fue necesario que Jesús le dijera una palabra siquiera, pues en horas como esa una mirada vale más que mil palabras: “Sus miradas se cruzan. Era la gracia, una gracia fulminante que esa mirada le trajo a Pedro. El apóstol no la rechazó: salió de inmediato y lloró amargamente”.12

 

También a nosotros la gracia nos hace una invitación: tener una confianza absoluta en el Señor y en su Madre Santísima. Ellos jamás nos abandonarán, por muy graves y numerosos que sean nuestros pecados. Dios nos presenta en el Evangelio esos dos ejemplos. Escojamos el camino de la confianza, de San Pedro; huyamos de las veredas de la desesperación, de Judas. “Al igual que a Judas y a Pedro, Jesús nos ofrece gracias de arrepentimiento y conversión. Podemos aceptarlas o rechazarlas: somos libres. A nosotros nos toca decidir entre el bien y el mal, entre el Cielo y el infierno. La salvación está en nuestras manos”. 1

 

10 Ídem, p. 47.

11 Ídem, p. 48.

12 Ídem, p. 49.

13 Ídem, ibídem.

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