El Cielo, ¿también es un lugar material?

Publicado el 10/26/2017

El concepto de Cielo Empíreo como lugar real es una idea justa, tradicional y que se impone a nuestro espíritu.

 


 

Me gustaría saber qué piensa Ami du Clergé con respecto a la opinión que reproduce el Dictionnaire de Théologie Catholique , de que el cielo, morada de los ángeles y los elegidos, es un lugar material.

 

San Agustín parece más cercano a la verdad cuando dice que Dios es “el lugar de nuestras almas” .

 

Falso antagonismo entre dos concepciones

 

En la eternidad, después del Juicio Final, los

bienaventurados conservarán sus cuerpos,

aunque glorificados.

Composición gráfica con elementos del pórtico del

Juicio Final – Catedral de Notre-Dame, París

Se trata de una cuestión sutil y difícil de responder, por no decir imposible, de manera que no intentaremos ofrecer una solución completa, sino solamente definir con precisión los aspectos bajo los cuales, según la tradición eclesiástica, este problema recibió un comienzo de solución con el que la sabiduría aconseja contentarse, a falta de datos posteriores.

 

Nuestro consultante contrapone la opinión del Cielo como lugar material a la concepción agustiniana que ve a Dios como residencia de los espíritus.

 

Esta oposición no tiene razón de ser, como demostraremos en seguida.

 

Reflexionemos al respecto con la sola luz de la razón: si la hipótesis de Dios como morada de los espíritus es aceptable tomando en consideración a las almas antes de la resurrección final de los cuerpos, la misma idea se vuelve incompleta, insuficiente, cuando no positivamente falsa, si nos preguntamos dónde quedarán los cuerpos gloriosos luego de la resurrección, o ya desde ahora, dónde están la santa humanidad de Nuestro Señor y el cuerpo glorioso su Madre, la Bienaventurada Virgen María.

 

El bienaventurado conservará su cuerpo en la eternidad, aunque glorificado

 

Los cuerpos de los bienaventurados, aunque glorificados, siguen siendo cuerpos, y su sutileza no impide que tengan presencia física, y por consiguiente, la necesidad de situarse en un lugar real. Esta es la consideración genérica, a la cual querríamos añadir algunas precisiones y explanaciones.

 

1º. Dios, morada de los espíritus – El pensamiento de san Agustín a este respecto no es tan firme como parece.

 

Si releemos el artículo “Cielo” del citado Dictionnaire de Théologie Catholique , encontraremos un eco de las vacilaciones del gran Doctor en lo concerniente al momento y lugar de la retribución completa.

 

El santo duda sobre la distinción que hacer, o la identidad que establecer, entre el Paraíso, morada de los elegidos antes de la última venida de Cristo, y el Cielo, morada de los elegidos resucitados. A veces parece identificarlos y se pregunta si estas varias denominaciones no expresarán una sola y misma realidad, esto es, la morada común de todos los bienaventurados. Ahí es cuando declara que dicha morada de las almas bienaventuradas semeja un lugar material: “loca similla corporalibus”.

 

Si san Agustín acepta estas conjeturas, no podemos pensar en contraponer la idea de un Cielo como lugar material a la afirmación contenida en las expresiones del santo doctor sobre Dios como residencia de las almas: “¿Os gustaría saber –dice él– dónde se encuentra esa plácida morada en la cual se ve a Dios cara a cara? Pues bien, ¡que Dios mismo sea el lugar de nuestras almas después de esta vida!”.

 

Este deseo de san Agustín para sus ovejas expresa perfectamente la única solución práctica

 

admisible para los simples fieles con respecto al lugar del Cielo. Es como si el santo doctor hubiera dicho: “No me hagan profundizar esta cuestión, totalmente especulativa, de la morada de los bienaventurados. Hay una sola cosa importante: después de nuestra muerte, nuestra alma se encuentra junto a Dios”.

 

Podemos verificar de inmediato el alcance de esta aseveración, íntegramente moral y que evade el aspecto metafísico del problema de la residencia de los elegidos.

 

Postura fundamental de los Padres de la Iglesia

 

2º. El Cielo, residencia o lugar de los elegidos – Esta segunda aserción representa, en efecto, el pensamiento fundamental de los Padres de la Iglesia.

 

Se la debe entender en su significado tradicional, muy genérico y desprendido de toda especulación metafísica, en caso que queramos separar el ámbito de la doctrina comúnmente admitida –de la cual no es posible apartarse sin temeridad– y el ámbito de la conjetura y especulación puramente escolásticas.

 

Cualesquiera hayan sido los errores o dudas de los Padres de la Iglesia en los tres primeros siglos en lo relacionado con la admisión inmediata de las almas de los justos en el Cielo, su doctrina respecto del Cielo como morada o lugar de los elegidos no deja de ser firme e invariable. El autor del artículo del Dictionnaire de Théologie Catholique pretende responder perentoriamente ciertas afirmaciones arrojadas sin fundamento contra esa doctrina tradicional. En efecto, para los Padres antenicenos el Cielo es la morada de las almas de los elegidos, el lugar de la recompensa incorruptible, la estancia del reposo eterno en Dios. Se trata de un mundo que trasciende a la tierra, una región superior y etérea. Dice el Dictionnaire de Théologie Catholique que “la doctrina católica sobre el Cielo estableció sus líneas principales de modo inalterable por obra de los Padres antenicenos: todos son unánimes en afirmar la existencia de una vida ultraterrena común a todos los bienaventurados, en un lugar propio que es el Cielo”.

 

Esta es la idea fundamental e invariable sobre la cual se irán añadiendo después las hipótesis, las cuestiones suplementarias y a veces sutiles. Pero, mientras la idea fundamental tiene un valor doctrinal real y absoluto, las teorías y especulaciones escolásticas no llegarán a imponerse.

 

Cielo Empíreo y lugar material

 

La principal de dichas especulaciones se relaciona con el concepto de Cielo Empíreo, ya presente en germen en la obra de san Basilio, y al cual san Beda y posteriormente Pedro Lombardo darán la consistencia de una auténtica doctrina en términos de escuela. Una vez tomado ese camino, los teólogos procuraron determinar la naturaleza del Cielo Empíreo y sus propiedades físicas; cuestiones sutiles, a veces ociosas, a las que no podría darse ninguna solución seria.

 

Conviene observar que –dando al vocablo “corporal” un sentido tal vez analógico, como conviene a las cosas del más allá, y retirando las sutilezas e hipótesis inherentes a la doctrina del Cielo Empíreo– la idea genérica y todavía imprecisa de un lugar real es justa, tradicional y se impone a nuestro espíritu como doctrina de la cual no puede uno apartarse sin temeridad.

 

(Traducido con adaptaciones de L'Ami du Clergé, 1922, pp. 667-668)

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