Tres ejemplos históricos de paternidad espiritual
Cristo resucitado con los discípulos de Emaús – Catedral de Notre Dame, París
|
Un cisterciense inglés, San Elredo, abad de Rievaulx, así explicaba su relación filial con San Benito: “Él es realmente nuestro padre; pues ha sido él quien, por el Evangelio, nos ha engendrado en Jesucristo. En efecto, todo lo que tenéis de pureza en la castidad, toda la dulzura espiritual que degustáis en la caridad, toda la gloria que os presta vuestra conciencia por vuestro desprecio por el mundo, vuestros trabajos, vuestras vigilias, vuestros ayunos, vuestra pobreza voluntaria, todo viene de su enseñanza […]. Por tanto, él está más cerca de vosotros que los otros santos”.7
Especialmente emocionante es la célebre carta que San Francisco de Asís le escribió de su propio puño a fray León: “Así te digo, hijo mío, como una madre, que todo lo que hemos hablado en el camino, brevemente lo resumo y aconsejo en estas palabras, y si después tú necesitas venir a mí por consejo, pues así te aconsejo: Cualquiera que sea el modo que mejor te parezca de agradar al Señor Dios y seguir sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor Dios y con mi obediencia. Y si te es necesario en cuanto a tu alma, para mayor consuelo tuyo, y quieres, León, venir a mí, ven”.8
Como San Francisco, también Santo Domingo —su amigo e igualmente fundador— era considerado como padre y modelo a ser imitado por sus discípulos. Sobre él escribía su primer sucesor, el Beato Jordán de Sajonia: “Sigamos, hermanos míos, según nuestras posibilidades, las huellas de nuestro padre y al mismo tiempo, rindamos gracias al Redentor que ha dado a sus servidores, en el camino que recorren, a un jefe de ese valor y que, por él, nos engendra de nuevo a la luz de su santa vida”.9
El corazón paternal de Don Bosco
Ejemplos tan conmovedores de santa convivencia entre fundador y discípulos no son privilegio de la Edad Media. También los hay en gran número en épocas más recientes, como este del fundador de los Salesianos, narrado por uno de sus hijos espirituales: “Don Bosco era padre, enviado por un Dios que es precisamente el Padre infinito, del cual toda la paternidad en el Cielo y en la tierra toma el nombre (cf. Ef 3, 15). La convicción de que estaba poseído hasta lo hondo de su ser, radicaba en que debía encarnar, a los ojos de sus niños, el amor paternal de Aquel que lo había enviado a ellos. Y en estos chicos que llegaban de todas partes, debía suscitar hijos, hijos que se apegarían a él, pero detrás de él mismo debían percibir la Fuente de su amor, y aprender con naturalidad, amándolo, a convertirse en hijos de Dios Padre y a realizar por ese medio su más verdadera vocación”.10
Debemos imaginar a San Juan Bosco rodeado por aquellos muchachos que veían en él una figura de Cristo, buscando la santidad en la alegría de practicar la virtud. Es impensable que el santo de Turín se entristeciera por la llegada de un hijo espiritual más o por creer excesiva la labor que realizaba. El corazón de un fundador está hecho para contener a muchísimos hijos espirituales, y su amor no descansa mientras no los ve a todos en el recto camino del Cielo.
Por esa razón, mayor amor manifestará el fundador cuanto más hijos Dios le concede. Al considerar una Orden religiosa, no se debe pensar en organizaciones meramente humanas, estructuradas sobre vínculos jurídicos, sino en familias de almas, en las que todos son hermanos y hermanas, hijos e hijas de un mismo padre o madre. “Hijas mías, decía Santa Teresa con entrañable voz maternal a sus religiosas. Hijos míos, pueden decir todos los fundadores a sus religiosos, a los cuales le dan el ser cada día”.11
Monte sagrado en el cual se manifiesta el Espíritu
A semejanza del antiguo pueblo de Israel, que tenía a Moisés por profeta y contemplaba en el monte Sinaí la presencia de Dios entre los hombres, así son los discípulos invitados a recorrer el camino de perfección abierto por su respectivo fundador. “Cada Orden religiosa encuentra en la persona de su fundador y en el carisma que éste ha recibido de Dios su propio Sinaí. En este Sinaí estarán como marcados en piedra para siempre los mandamientos que el Espíritu Santo escribió de su beneplácito para todos los llamados a hacer la peregrinación rumbo a la Patria celestial siguiendo a su fundador. Alejarse de esa vía es condenarse a la esterilidad y a la muerte del espíritu”.12
Moisés recibe las tablas de la Ley, por Bruno Spinello – Museo del Duomo, Pisa (Italia)
|
Cuando alguien está llamado a formar parte de una determinada familia religiosa y no quiere seguir las huellas del fundador, su pecado se asemeja al pecado cometido por los israelitas al pie del monte Sinaí, fabricando un becerro de oro para sustituir al verdadero Dios.
Al respecto, un fraile carmelita del siglo pasado comenta: “No pienso haya una sola persona religiosa que no considere como altísima distinción el poder llamar padre suyo y maestro a su fundador. Y así ningún hijo o hija del Carmelo podría vivir un solo día en paz consigo mismo, si su conciencia le acusara de que es hijo descasta do de aquel gran padre. Ninguno de nosotros podría soportar el terrible peso de la sola duda de que nuestros santos fundadores pudieran aplicarnos alguna vez aquellas terribles palabras de San Juan: ‘Aunque estaba entre los nuestros puesto que de nosotros salieron, no eran de los nuestros’ (1 Jn 2, 19)”.13
A partir del momento en que Dios concede una vocación a alguien, condiciona en función de ella las gracias que le va a otorgar para alcanzar la perfección. Esta realidad está bien ilustrada por las palabras de un hijo espiritual de San Antonio María Claret: “Si hay alguna cosa urgente y de necesidad vital para el miembro de un instituto religioso, es estrechar los vínculos de todo género con el fundador, con su espíritu: por el afecto, diríamos instintivo; por el estudio y afán de penetrar más hondamente en su conocimiento; por la imitación sabiamente orientada y constantemente practicada. Esto es unirse a los veneros más profundos de la vida divina, que fluye de ellos, para enriquecerse en el espíritu de su vocación y nutrirse para el mejor servicio de la Iglesia”.14
Además, negar el carisma legado por el fundador, aparte de ser una infidelidad a la propia vocación, supone rechazar una de las infinitas perfecciones de Jesucristo. O se ama a Dios en su totalidad o se acaba creando un “dios” consecuente con nuestras comodidades.
Por sus frutos los conoceréis
En el famoso Sermón de la montaña, en que Jesús proclama las bienaventuranzas y enseña la más perfecta de las oraciones, el Padre nuestro, también muestra cómo distinguir quién es realmente de Dios y quién está contra Él, analizando los frutos que produce. El Salvador les enseñaba precisamente para que los hijos de Dios no fueran engañados: “Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces” (Mt 7, 15).
Si el ejemplo de vida no se ajusta a las enseñanzas, es como intentar cosechar “uvas de las zarzas o higos de los cardos” (Mt 7, 16). ¡Imposible! Por eso, por los frutos del buen ejemplo dado por el fundador es posible conocerlo, y eso es lo que anima a los discípulos a seguirlo en determinada vía de santificación.
El Beato Miguel Rua celebra su primera Misa asistido por Don Bosco – Iglesia de San Francisco de Sales, Turín (Italia)
|
“Los primeros compañeros de Francisco le siguen porque les conquista su ‘ejemplo’, porque desean participar de su experiencia de vida. También los compañeros de Ignacio desean compartir ‘su modo de vivir’. Ángela con su solo caminar, mostrando en sí la belleza de una vida consagrada en el mundo, ‘inducía a los corazones de otras muje res a imitarla’, atrayendo luego a las jóvenes en pos de sí. Los sacerdotes se unen a Vicente porque le ven en su fecundo trabajo misionero. Y lo mismo sucede con Francisca Schervier y con el P. Alberione”.15
Los buenos ejemplos del fundador siembran el deseo de santidad en el alma de sus discípulos. Y como el fundador ha sido llamado a reflejar de manera especial uno o varios aspectos de las infinitas perfecciones del divino Salvador, acaba formándose una escuela espiritual, en la cual todos sus miembros en mayor o menor medida son partícipes de la visión y de la forma de santidad practicada por el fundador.
Bien expresó esa realidad el Papa Pablo VI en su homilía el día de la beatificación del P. Miguel Rua: “Es el primer sucesor de Don Bosco, el santo fundador de los Salesianos. ¿Y por qué ahora Don Rua es beatificado, o sea, glorificado? Es beatificado y glorificado precisamente porque fue sucesor, es decir, continuador: hijo, discípulo, imitador; el cual hizo —junto con otros, sin duda, pero entre ellos él el primero— del ejemplo del santo una escuela, de su obra personal, una institución extendida —podemos decirlo— por toda la tierra; de su vida una historia, de su regla un espíritu, de su santidad un tipo, un modelo; hizo de la fuente, una corriente, un río”.16
De esta forma, cada fundador representará aspectos de Cristo crucificado y resucitado ante la humanidad hasta el fin del mundo. Con tal promesa divina, nadie podrá creerse huérfano delante de Padre tan amoroso, que nos acompaña como lo hizo con los discípulos de Emaús, en el momento en que ellos más lo necesitaban…