En su rica Liturgia, la Santa Iglesia dispone de himnos apropiados para cada ocasión. Conozcamos un poco a cerca del cántico de acción de gracias por excelencia, el “Te Deum”, con el que ella expresa su alabanza y gratitud al “Padre de inmensa majestad”.
Un aire de triunfo y alegría rondaba sobre la ciudad de Orleáns en aquel hermoso día de mayo de 1429. El estandarte de Santa Juana de Arco, sembrado de flores de lis y con las figuras de Jesús y de María, ondeaba al viento entre los gritos de júbilo del pueblo. Las campanas repicaban mientras por el puente entraba atravesando el río Loira la intrépida doncella que consiguió hacer resurgir a una Francia desmoralizada y dividida. Bajo las ojivas de la catedral de Sainte-Croix, miles de voces entonaban un himno de victoria y acción de gracias: el Te Deum .
De la Edad Media hasta nuestros días
A lo largo de los siglos, en ocasiones de especial relevancia —como una conquista insigne o algún gran don recibido de la Providencia—, el pueblo cristiano se ha servido del Te Deum para manifestar a los Cielos su agradecimiento. La Historia ha registrado varios de estos momentos.
El 20 de enero de 1554, por ejemplo, la ciudad de Lisboa exultaba por el nacimiento del heredero al trono luso, Sebastián apodado el Deseado, y la Iglesia se unió al regocijo colectivo promoviendo un solemne Te Deum acompañado del alegre tañido de las campanas.
Y el 12 de septiembre de 1683 el rey polaco Juan III Sobieski, tras la famosa Batalla de Viena, entraba victorioso en la ciudad y junto con la población lo cantó, en reconocimiento a la intervención de la Madre de Dios que les había prestado su invencible auxilio.
Hoy las comunidades cristianas del mundo entero se reúnen para entonar solemnemente ese himno todos los 31 de diciembre con motivo de las Primeras Vísperas de la Solemnidad de María Santísima. Sobre esta hermosa costumbre el Papa Benedicto XVI afirma que Dios: “se hizo como nosotros para hacernos como Él: hijos en el Hijo y, por tanto, hombres libres de la ley del pecado. ¿No es éste un motivo fundamental para elevar a Dios nuestra acción de gracias? Y nuestra gratitud tiene un motivo ulterior al final de un año, si tenemos en cuenta los numerosos beneficios y su constante asistencia que hemos experimentado a lo largo de los doce meses transcurridos”.1
Himno de alabanza y súplica
Cántico de arrebatadora belleza, tanto por la admirable evocación de la Iglesia triunfante y militante, como por la efusiva proclamación de los atributos y beneficios divinos, está compuesto por tres partes bien diferenciadas.
La primera se destaca por la glorificación que todos los seres racionales hacen de la Santísima Trinidad: los Ángeles y los Santos se postran en adoración ante este augusto Misterio.
La segunda es una exaltación de Jesucristo, el Verbo Encarnado, el Redentor, que vendrá al final de los tiempos como Supremo Juez para juzgar a vivos y a muertos. La tercera, por último, contiene una vehemente súplica: “Haz que en la gloria eterna nos asociemos a tus Santos”.
Aquí termina el himno propiamente dicho, pues lo que sigue es un apéndice compuesto por versículos extraídos de varios salmos 2 que posteriormente fueron añadidos al texto original.
“Hermano gemelo del Gloria”
San Ambrosio
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Numerosas analogías vienen a relacionar a ese canto con el Gloria in excelsis Deo , a tal punto que se les denomina “hermanos gemelos”. La propia Liturgia también los asocia en cierta manera, ya que ambos se rezan habitualmente en domingo, en las solemnidades y en algunas fiestas: elGloria en la Santa Misa y el Te Deum en el Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas (Oficio Divino).
En la época medieval —dado el carácter de humildes peticiones que tienen los versículos acrecentados a la versión primitiva— era común recitar el Te Deum para rogar también por el alejamiento de alguna calamidad, mientras que el Gloria era cantado tan sólo en momentos más alegres.
Diálogo entre San Ambrosio y San Agustín
Hay quien atribuye su autoría a San Hilario, Obispo de Poitiers; a Nicesio, Obispo de Treveris; a Niceta di Remesiana, y a otros tantos. Algunos son de la opinión de que propiamente no hubo autor, sino compilador que se dedicó a recoger extractos de diversas obras.
No obstante, una piadosa tradición narra que fueron sus creadores dos insignes Padres de la Iglesia: San Ambrosio y San Agustín.
A finales del 384 Agustín, que tenía unos 30 años, decide ir a Milán para ocupar un puesto de profesor de retórica; por entonces el Obispo de la ciudad era San Ambrosio. El virtuoso prelado lo acogió paternalmente en la primera visita de rigor que le hizo.
“Vos erais quien me conducíais y llevabais a él ignorándolo yo, para que después, sabiéndolo, me llevase y condujese él a Vos” —escribiría más tarde, impresionado con la bondad con la que fue tratado por Ambrosio. 3 Agustín prestaba atención en el contenido de los sermones del gran predicador, sin embargo, lo que más le cautivaba eran la persona y las virtudes de ese hombre de Dios. Y después algún tiempo, según él mismo declaró, “no podía separar una de las otras. Y abriendo mi corazón para recibir la discreción y elocuencia de estas palabras, entraba al mismo tiempo la verdad de sus sentencias”. 4
De tal manera las palabras del santo Obispo tomaban cuenta de su alma que resolvió abandonar el maniqueísmo y convertirse al Catolicismo.
Las lágrimas y oraciones de su madre, Santa Mónica, las enseñanzas y los ejemplos de San Ambrosio consiguieron que llegase, por fin, el día en el que el futuro Doctor de la Gracia dejara de ser mera criatura para transformarse en hijo de Dios y, entonces, fue bautizado por el ilustre mitrado el Sábado Santo del año 386, junto con su hijo Adeodato y su amigo Alipio.
Durante aquella celebración, según cuenta la tradición, Ambrosio en un arrebato de fervor, quizás al prever cuánta gloria daría a la Iglesia esa alma escogida, proclamó en voz alta:
— Te Deum laudamus: te Dominum confitemur (A Ti, oh Dios, te alabamos; a Ti, Señor, te reconocemos).
Y Agustín, también desbordante de entusiasmo, agregó:
— Te æternum Patrem omnis terra veneratur (A Ti, Eterno Padre, te venera toda la creación).
Y así, alternándose cada uno en un santo e inspirado diálogo, habrían compuesto el Te Deum . El antiguo Breviario Romano le dio el título de Himno de San Ambrosio y San Agustín . Más tarde la versión promulgada por San Pío X lo llamaría Himno ambrosiano .
Grandes compositores se dedicaron a él
San Agustín
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Es explicable que grandes compositores a lo largo de los siglos al sentirse atraídos por la fuerza y grandeza de este antiguo himno emplearan su talento en ponerle música al texto latino. Entre ellos encontramos a Verdi, Berlioz, Dvorak, Haydn, Mozart o Henry Purcell. Handel llegó a componer tres versiones. Y el “Preludio al Te Deum” de Charpentier es hoy apreciado en todo el mundo.
A pesar de ello, la melodía más conocida es, sin duda, la del canto gregoriano, en el que el Te Deum se revela como el himno de acción de gracias de la Iglesia.
Ya sea entonado por algún gran coro, acompañado por el sonido del órgano, bajo la bóveda de las catedrales, ya sea cantado por el pueblo fiel en sencillas capillas, expresa la gratitud, la alabanza y la súplica al Dios Eterno: Fiat misericordia tua, Domine, super nos, quemadmodumsperavimus in te — Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti.
1 Homilía del Papa Benedicto XVI, 31 de diciembre de 2007.
2 Cf. Sl 27, 9; 144, 2; 122, 3; 32, 22; 30, 1.
3 AGUSTÍN, San. Confesiones , V Libro 13, 2.
4 Idem, V Libro 14, 24.
Te Deum
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A Ti, oh Dios, te alabamos; a Ti, Señor, te reconocemos. A Ti, Eterno Padre, te venera toda la creación. Los ángeles todos, los cielos y todas las potestades te honran. Los querubines y serafines te cantan sin cesar: Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del Universo. Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria. A Ti te ensalza el glorioso coro de los Apóstoles, A Ti te ensalza la multitud admirable de los Profetas, A Ti te ensalza el blanco ejército de los Mártires. A Ti la Iglesia Santa extendida por toda la tierra, te proclama: Padre de inmensa majestad, Hijo único y verdadero, digno de adoración, Espíritu Santo Paráclito. Tú eres el Rey de la gloria, Cristo. Tú eres el Hijo único del Padre. Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana, sin desdeñar el seno de la Virgen. Tú, rotas las cadenas de la muerte, abriste a los creyentes el Reino del Cielo. Tú te sientas a la derecha de Dios en la gloria del Padre. Creemos que un día has de venir como Juez. Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos, a quienes redimiste con tu preciosa Sangre. Haz que en la gloria eterna nos asociemos a tus Santos. Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad. Sé su Pastor y ensálzalo eternamente. Día tras día te bendecimos. Y alabamos tu Nombre para siempre, por eternidad de eternidades. Dígnate, Señor, en este día guardarnos del pecado. Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti. En Ti, Señor, confié, no me vea defraudado para siempre.
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Te Deum laudamus: te Dominum confitemur. Te æternum Patrem, omnis terra veneratur. Tibi omnes Angeli, tibi Cæli et universæ potestates: tibi Cherubim et Seraphim incessabili voce proclamant: Sanctus, Sanctus, Sanctus Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt Cæli et terra maiestatis gloriæ tuæ. Te gloriosus Apostolorum chorus, te prophetarum laudabilis numerus, te martyrum candidatus laudat exercitus. Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia, Patrem immensæ maiestatis; venerandum tuum verum et unicum Filium; Sanctum quoque Paraclitum Spiritum. Tu rex gloriæ, Christe. Tu Patris sempiternus es Filius. Tu, ad liberandum suscepturus hominem, non horruisti Virginis uterum. Tu, devicto mortis aculeo, aperuisti credentibus regna cælorum. Tu ad dexteram Dei sedes, in gloria Patris. Iudex crederis esse venturus. Te ergo quæsumus, tuis famulis subveni, quos pretioso sanguine redemisti. Æterna fac cum Sanctis tuis in gloria numerari. Salvum fac populum tuum, Domine, et benedic hereditati tuæ. Et rege eos, et extolle illos usque in æternum. Per singulos dies benedicimus te; et laudamus nomen tuum in sæculum, et in sæculum sæculi. Dignare, Domine, die isto sine peccato nos custodire. Miserere nostri Domine, miserere nostri. Fiat misericordia tua, Domine, super nos, quemadmodum speravimus in te. In te, Domine, speravi: non confundar in æternum.
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