El mes de mayo y el Reino de María

Publicado el 05/11/2017

Las ceremonias de otrora a lo largo del mes de mayo

 

Los que no alcanzaron el mes de María tal como tradicionalmente se realizaba hasta hace unos quince años atrás, no tiene idea de cómo era una verdadera maravilla.

 

Todas las noches, generalmente cerca de las 7:30 – los horarios variaban un poco – en todas las iglesias y aún en las capillitas en el campo, se realizaban ceremonias en honor de Nuestra Señora.

 

La ceremonia constaba fundamentalmente de lo siguiente: las asociaciones religiosas – hijas de María, congregados marianos y otras congregaciones consagradas a Nuestra Señora – ocupaban completamente los bancos de la iglesia, a uno y otro lado. El sacerdote subía al púlpito portando sobre la sotana el roquete, una especie de media túnica blanca con encajes, que usaban los padres.

 

Desde lo alto del púlpito el sacerdote rezaba en silencio, mientras el coro entonaba el “Ave María”. El padre se mantenía arrodillado en el púlpito, y todo el pueblo, también de rodillas, constituía una masa popular enorme que llenaba la iglesia, ocupando todos los espacios, incluso por fuera de los bancos.

 

Todos cantaban el “Ave María”, pidiendo gracias para que el sacerdote predicase sobre la Santísima Virgen con bastante unción. Terminado el canto, él iniciaba el sermón.

 

Después de la prédica, el coro comenzaba nuevamente a cantar, entonaba las Letanías de Nuestra Señora y otras oraciones en su honor.

 

Al final era dada la bendición del Santísimo Sacramento. El momento culminante de la ceremonia ocurría cuando el sacerdote se volvía hacia el pueblo, portando en las manos el ostensorio bajo la forma de sol con rayos de oro, dentro del cual estaba el Santísimo Sacramento y, delante de todo el pueblo genuflexo, daba la bendición, volviéndose con la Sagrada Hostia hacia todos los lados de la iglesia.

 

Después depositaba el ostensorio nuevamente sobre el altar, se arrodillaba, rezaba algunas oraciones y guardaba el Santísimo Sacramento en el sagrario.

 

En seguida, el sacerdote salía, mientras el coro cantaba. La iglesia estaba tomada por el perfume del incienso, utilizado abundantemente durante la bendición del Santísimo para adorar la Sagrada Hostia.

 

Una atmósfera bendecida se difundía

 

Las asociaciones religiosas se retiraban a la sacristía y las personas retornaban a sus casas.

 

Mientras tanto, algunos fieles se quedaban rezando todavía en la iglesia. Era tal vez uno de los aspectos más bonitos. En la iglesia casi vacía se oían remanentes de melodías sacras, se sentían restos de incienso fluctuando en el aire, el sacristán iba apagando poco a poco las luces del edificio sagrado, revisando los confesonarios, atrás de los altares, para ver que no se hubiese quedado nadie en esos locales, y así iba preparando la iglesia para cerrar.

 

Hasta ese momento permanecían aún algunas almas afligidas, recogidas delante de este o de aquel altar: ora una viejita, ora un inmenso jovenzuelo, ora un señor obeso que alcanzaba ampliamente sus 50 o 60 años, ora una madre de familia de edad mediana, ora un niñito. Todos rezando con ahínco junto a una imagen y pidiendo una gracia espiritual o temporal, de la cual necesitaban mucho.

 

Por fin aparecía el sacristán, y para dar a entender que era necesario salir de la iglesia, en vez de sacar a las personas, sacudía un fajo de llaves. Todos entendían que era necesario salir, y sólo entonces el templo se vaciaba. Es decir, los hijos de la Iglesia se quedaban dentro de ella el tiempo que pudiesen.

 

Cuando terminaba la bendición eran las 9, a veces las 9:30, hora relativamente tardía para la São Paulo de ese tiempo. En las calles desiertas se podía acompañar a los últimos fieles, que salían andando lentamente: una señora con una bolsa en la mano; más adelante un hombre con aires de haber sufrido; otro que estaba alegre, esperanzado; se dispersaban poco a poco como si fuesen las últimas bendiciones de la iglesia, que se difundían por varios rincones de la ciudad.

 

El reloj de la torre de la iglesia: símbolo de la relación entre el pensamiento de la Iglesia y el del hombre

 

Quedaba la torre [de la iglesia] vuelta hacia el cielo, el reloj que indicaba las horas de la noche avanzada, el silencio alrededor, las nubes, la luna, el tiempo, todo pasando a la espera de la mañana siguiente, cuando el templo abriese de nuevo sus puertas bien de madrugada, y en la cual se verían volver muchas de las mismas personas de la víspera, a veces en las madrugadas frías y ventosas de São Paulo, a entrar en la iglesia que representaba, al mismo tiempo, un refugio para el alma y un abrigo contra las ventarrones que soplaban sobre el cuerpo. Se iniciaba, entonces, una ceremonia religiosa aún más augusta y más solemne que la de la víspera: la Misa. Era la vida de la iglesia que recomenzaba cuando la ciudad se despertaba. ¡Era una verdadera belleza!

 

¡El simbolismo del reloj en la torre de las iglesias es lindo! No es directa y principalmente para que el transeúnte lo mire y vea qué horas son; tiene accidentalmente también esa finalidad, pero el objetivo principal es otro. Los pequeños relojes particulares eran menos puntuales que los grandes que estaban en las torres. Por eso, éstos servían para que todos ajustasen con él las manecillas de los relojes chuecos.

 

Ese era el símbolo de la relación entre el pensamiento de la Iglesia y el del hombre. El hombre ajusta su pensamiento con el de la Iglesia – porque la Iglesia nunca se equivoca –, así como ajusta su reloj con el reloj estable, que los padres mantenían puntual. Esa era la belleza del reloj de la torre de la iglesia.

 

La coronación de Nuestra Señora

 

En el cierre del mes de María, el día 31, en todas las iglesias Nuestra Señora era coronada Reina. Se colocaba en el presbiterio, bien adelante, una pequeña construcción artística de madera, que variaba de acuerdo con la imaginación y el gusto del párroco y de las personas de la parroquia, pero que comportaba esencialmente un lugar muy alto, donde había una imagen de la Santísima Virgen toda cercada de flores, y una escalerita por donde, generalmente un niño, llevaba una corona y con ella coronaba a Nuestra Señora Reina.

 

Todo el pueblo permanecía genuflexo, mientras el órgano tocaba a todo volumen, el coro cantaba, y así se proclamaba la realeza de María Santísima.

 

Tan pronto era hecha la coronación, un grupo de personas designadas por el vicario tomaba la imagen de Nuestra Señora y formaba un cortejo: el vicario iba atrás con la capa magna, y daban una vuelta por las naves de la iglesia con la imagen coronada. En seguida la colocaban nuevamente en su trono. Después seguían diversas oraciones y estaba terminado el mes de María.

 

¡El mes de María acababa dejando unas nostalgias enormes! A todo el mundo le gustaría que el año litúrgico completo fuese un perpetuo mes de María.

 

Yo espero que cuando llegue el Reino de María eso sea así, y que desde la victoria de Nuestra Señora prevista en Fátima hasta el fin del mundo, tengamos un inmenso mes de María, en el cual todos los días la Santísima Virgen sea festejada y se aclame la gloria de Ella, vista como Reina del Universo.

 

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(Revista Dr. Plinio, No. 206, mayo de 2015, p. 18-21, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 31.5.1975).

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