El milagro eucarístico de Tumaco

Publicado el 06/21/2017

En una pequeña isla del litoral Pacífico, en pleno siglo XX, ocurrió un hecho cuya grandeza recuerda a ciertos acontecimientos extraordinarios narrados en las Escrituras.

 


 

Oficial – Circular – Urgente. Bogotá, 6 de febrero de 1906. Gobernadores, por orden del Excelentísimo Señor Presidente transcribo siguientes noticias: Tumaco, 31 de enero.– Hoy a las 10 a. m. terrible terremoto. Algunas casas desmanteladas; barracas hundidas; varias bodegas destruidas, […]. Pánico en general, pues mar amenaza terriblemente”.1

 

Con este dramático telegrama enviado desde la capital a todo el país, Colombia tomaba conocimiento de lo ocurrido en Tumaco, isla de la costa sudoeste, escasamente habitada en aquel tiempo: un movimiento sísmico de enormes proporciones prenunciaba la llegada de un devastador tsunami. Y no era la primera vez que una gigantesca ola amenazaba con sumergirla…

 

 

Una isla castigada por el mar

 

Dos siglos antes, en 1738, Pedro Vicente Maldonado, gobernador de la antigua provincia de Esmeraldas, a la que pertenecía la isla, describía la realidad con la que se encontró al visitar la ciudad: “Tumaco estaba apartada 6 leguas —unos 34 km— de la costa, […]. Tenía 3/4 de legua de circunferencia, el suelo arenisco, con árboles frutales, el mar había desenterrado a los difuntos sepultados en la iglesia. Tenía 300 habitantes…”.2

 

¿Cuántas veces las aguas habrán castigado a ese territorio insular? Es curioso destacar que en 1906 la isla contaba con 2.500 habitantes y doce años más tarde, incluso habiendo pasado por varias catástrofes, la población excedía ya el número de 22.000… ¿Acaso su gente se sentía atraída por el riesgo?

 

Un pintoresco relato de esa época, elaborado por un escritor natural de dicha región, responde al parecer a esa cuestión, cuando describe la relación que había entre el mar y aquellas islas: “Nacidas, embellecidas y habitadas ya las criaturitas, empieza este Saturno3 desapiadado a pretender comérselas. Cambia el curso de la corriente, para cogerlas desprevenidas; levanta avalanchas inusitadas, para atacarlas por detrás; se revuelca en su lecho de conchas y coralinas este monstruo inquieto, para quitárselas de encima, cual si le hicieran cosquillas como las moscas al caballo. Entonces los hombres incautos que edificaron sobre arena, levantan los gritos al Cielo y hacen memoriales al Gobierno”.4

 

Por lo general, se produce un tsunami cuando un terremoto submarino alcanza una enorme magnitud. Lo que acometió a Tumaco en 1906, de 8,8 grados (Mw) en la escala de Richter, fue “considerado como uno de los más grandes registrados en la historia sísmica del mundo. […] El evento se sintió en toda la región Pacífica y Andina de Colombia y Ecuador”.5

 

Lo que desconocían los fundadores de esa pequeña localidad era que a 100 km de la playa, en las profundidades oceánicas, se encontraba la principal falla sísmica del territorio colombiano… Si lo hubieran sabido quizá se lo habrían pensado dos veces antes de establecer allí sus residencias. Tal vez lo haya permitido Dios para manifestar, de modo admirable, cómo su protección se derrama abundantemente sobre los que en Él confían.

 

Región agraciada por Dios

 

En el primer mapa de la provincia, elaborado en 1749, aparece Tumaco como una población caracterizada por un arraigado fervor católico: un conjunto de quince casas alrededor de una iglesia.

 

A unos 200 km de Tumaco, en el departamento de Nariño, se encuentra Ipiales, ciudad favorecida por la presencia milagrosa de Nuestra Señora de las Lajas. Sobre la gruta, en cuyas paredes la misteriosa imagen fue encontrada grabada en la piedra, en 1754, se levantó un santuario, en el que miles de peregrinos reciben incontables favores sobrenaturales hasta nuestros días.

 

En 1888, Nariño acogía a un grupo de misioneros agustinos recoletos, procedentes de España. Al frente de ellos estaba el padre Ezequiel Moreno y Díaz que, poco después de su llegada, fue nombrado obispo de la diócesis de Pasto, a la que estaba vinculada Tumaco. El incansable celo por las almas de este misionero agustino lo elevó a la honra de los altares: en 1975 sería beatificado por Pablo VI y en 1992 el Papa Juan Pablo II lo inscribiría en el catálogo de los santos.

 

No obstante, una de las mayores pruebas de la predilección divina por aquella región está relacionada precisamente con el célebre acontecimiento de Tumaco.

 

Misteriosa preservación de las aguas del maremoto

 

La siguiente narración, publicada por expertos del servicio geológico colombiano acerca de la catástrofe sísmica de 1906, nos deja con un interrogante sobre la llegada del tsunami a la ciudad.

 

Muestran que después de que una primera ola se dispersara al romper con violencia contra dos islotes, “llegó una segunda ola, la cual igualmente pasó sin causar daños, sin embargo, más tarde se notó que una de las dos islas que protegían a la ciudad había sido arrasada por el mar. Varias casas ubicadas en la costa fueron tumbadas por la ola, otras fueron averiadas fuertemente, pero no hubo ninguna víctima”.6

 

Pero en la costa del continente la situación fue muy diferente. “En una distancia de 80-100 km había muchas poblaciones y plantaciones que fueron destruidas sin excepción, como también lo fueron aquellas localizadas a lo largo de los muchos ríos, la mayoría probablemente por la gran ola de marejada que siguió al terremoto. La pérdida en vidas humanas se estima en total en 500- 1000; sin embargo, es probable que la cifra exacta jamás se conozca”.7

 

¿Cómo se explica que localidades vecinas e incluso otras muy distantes fueran arrasadas por las aguas del maremoto y que de Tumaco sólo se diga que el movimiento sísmico “dejó destruidas y averiadas algunas casas”?8

 

Fray Bernardino García de la Concepción, también agustino recoleto de la provincia de Panamá, al noroeste colombiano —bastante lejano del epicentro—, cuenta que su ciudad “estaba en la mayor bajamar, y de repente (lo vi yo) vino la pleamar y sobrepasó el puerto, entrando en el mercado y llevándose toda clase de cajas: las embarcaciones menores que estaban en seco, fueron lanzadas a grande distancia”.9

 

Se ve claramente que Tumaco se había librado de la inundación que se generalizó a su alrededor. ¿A qué se debió tan misteriosa preservación?

 

Inminencia de un trágico cataclismo

 

Unos años antes de tales acontecimientos, dos agustinos recoletos fueron asignados por el santo obispo de Pasto, Mons. Ezequiel Moreno y Díaz, para que cuidaran de las almas de aquellos parajes. Eran fray Gerardo Larrondo de San José, nombrado párroco de Tumaco, y fray Julián Moreno de San Nicolás de Tolentino.

 

Hasta el 31 de enero de 1906 habían ejercido su ministerio sin mayores dificultades, en medio de un pueblo de acentuada apetencia religiosa. Sin embargo, la mañana de aquel día, a las 10:36 h, la tierra tembló de un modo horrible, derribando todas las imágenes que se veneraban en la iglesia parroquial. Asumidos por el pánico, los fieles acudieron al encuentro de los religiosos, rogándoles que organizaran una procesión para implorarle a Dios su protección en esa emergencia.

 

Los sacerdotes trataron de calmar a la multitud, infundiéndoles confianza. Pero cuando les llegó la noticia de que el mar ya había retrocedido un kilómetro de la playa, se dieron cuenta de que estaban ante la inminencia de un trágico cataclismo.

 

La inmensa ola se detuvo

 

El padre Larrondo se apresuró a ir a la iglesia y sacó del sagrario una gran hostia consagrada y un copón para protegerla. Se dirigió rápidamente hacia la gente y levantando la Sagrada Forma exclamó: “Vamos, hijos míos, vamos todos hacia la playa, y que Dios se apiade de nosotros”.10 La multitud, antes sobrecogida por el miedo, se vio animada por un valor inexplicable y, sin dudarlo, se encaminó hacia el peligro, impelida por la presencia de Jesús Sacramentado y por la fe de su pastor.

 

Pronto el P. Larrondo ya se encontraba pisando el terreno antes bañado por las aguas. En la playa los feligreses no paraban de rezar, mientras divisaban a lo lejos una aterradora pared de agua que avanzaba a gran velocidad. Atónitos, contemplaban cómo el sacerdote, esperando impávido que la ola se acercara, erguía hacia lo alto la Sagrada Especie y con ella trazaba una gran señal de la cruz…

 

¡Un momento inolvidable! Si en el mar Rojo antaño las aguas se abrieron, aquí “la ola avanzó todavía un poco, pero antes de que el P. Larrondo y el P. Julián se pudieran dar cuenta de lo que estaba pasando, la población, emocionada y conmovida, gritaba: ‘¡Milagro! ¡Milagro!’. La inmensa ola que amenazaba con destruir el pueblo de Tumaco se detuvo de repente como bloqueada por una fuerza invisible más grande que la de la naturaleza, mientras que el mar volvía a su estado habitual”.11

 

A los sollozos de terror se sucedieron lágrimas de alegría, y el P. Larrondo mandó que se dieran prisa en traer la custodia para entronizar la Sagrada Hostia, dos veces milagrosa. Entonces recorrió, con toda pompa, las calles y alrededores de la ciudad salvada del exterminio. A partir de esa fecha, el pueblo empezó a reunirse en la iglesia parroquial todos los años, para agradecer el estupendo milagro realizado por la presencia del Santísimo Sacramento, comparable en grandeza —nos atrevemos a decirlo….— a los que se narran en la Sagrada Escritura.

 


 

1 MEYER, Hansjürgen (Org.). Nosotros, Tumaco y el ambiente: un texto para reconocer el sitio en que vivimos. Bogotá: Ministerio del Interior y de Justicia de Colombia, 2005, p. 24.

2 Ídem, p. 25.

3 En la mitología romana, Saturno era la deidad que devoraba a sus propios hijos.

4 TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia. Excursión pintoresca y científica al Putumayo. Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1950, p. 34.

5 GONZÁLEZ URBINA, Francisco Javier; SÁNCHEZ PASTAS, María Carolina. Evaluación de amenaza por tsunami. Trabajo de grado para optar al título de ingeniero civil. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2011, p. 193.

6 RUDOLPH, Emil; SZIRTES, Sigmund. El terremoto colombiano del 31 de enero de 1906. Publicaciones ocasionales del OSSO (Observatorio Sismológico del Sur Occidente) N.º 1. Cali: Universidad del Valle, 1991, p. 8.

7 Ídem, ibídem.

8 GONZÁLEZ URBINA; SÁNCHEZ PASTAS, op. cit., p. 194.

9 CORRO DEL ROSARIO, OSA, Pedro. Agustinos amantes de la Sagrada Eucaristía. 3.ª ed. Monachil: Santa Rita, 1957, p. 237.

10 Ídem, p. 235. 11 MELONI, Sergio. Les Miracles Eucharistiques dans le monde. París: François- Xavier de Guibert, 2009, pp. 140-141.

 

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