En Colonia, famosa ciudad alemana, puede verse hasta hoy en la iglesia de Santa María del Capitolio el sitio donde, según una piadosa leyenda, el Beato Hermano jugaba con el Niño Jesús.
Muy inocente, a Hermano no le gustaban las malas jugarretas de los demás niños de su edad, y prefería pasar largos períodos en esa iglesia contemplando una imagen de la Virgen con su Divino Hijo en los brazos.
Juan Bautista y Jesús, niños (vitral de la iglesia de San Severino, París)
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Un día al llegar allá, encontró –¡oh sorpresa!– nada más ni nada menos que al Niño Jesús jugando con San Juan Bautista. “¡Cómo me gustaría estar con ellos!”, pensó Hermano. Pero una elevada reja le impedía el pa so, y era tan pequeño… Se quedó ahí, extasiado, mirando y admirando.
De repente escuchó una voz celestial, inolvidable, que partía de la imagen de María Santísima:
–Hermano, hijo mío, ¿no quieres venir a jugar también?
–¡Sí, eso es lo único que quiero! Pero la reja es muy alta.
–Pues yo te enseñaré a pasar por encima. Vamos, coloca tu pie en ese pequeño barrote, luego apoya la mano ahí…
Siguiendo las indicaciones de la Virgen pudo reunirse el pequeño con Jesús y Juan Bautista, quienes lo recibieron con todo cariño. Y jugaron anima damente por largas horas.
Volviendo otro día, Hermano trajo de regalo para Jesús una linda manzana.
Con toda confianza la ofreció a la imagen, y la fruta fue recibida con una luminosa sonrisa de agradecimiento.
Así era la íntima convivencia del niño con María y Jesús.
Un crudo día de invierno llegó Hermano descalzo, tiritando de frío.
–Hermano, hijo mío, ¿por qué caminas descalzo en este frío?– inquirió la Virgen.
–Señora, soy pobre y no tengo zapatos– respondió, un poco cohibido.
–Anda a ese altar y toma la mo neda que encontrarás ahí, para que compres los zapatos. Y cada vez que te falte algo, anda allá y encontrarás lo que necesitas– dijo Ella maternal mente.
Muy agradecido, el buen Hermano recogió la moneda y se fue corriendo a comprar un robusto par de zapatos, regalo de la Madre de Dios.
Años más tarde se hizo religioso en el convento de Steinfeld, donde, por su pureza angelical, se agregó a su nombre el del esposo virginal de María.
Y así fue como entró en la Historia con el nombre de Beato Hermano José, el niño que jugó con Jesús.