El órgano, el vitral y la ojiva

Publicado el 05/27/2017

Tres luces emanadas de la Civilización que, siendo representaciones sensibles de Dios, elevan las almas a una atmósfera inocente y armoniosa, sublime y paradisíaca.

 


 

El órgano tiene esto de maravilloso: es una “penumbra sonora”, hecha justamente de sonido y de silencio. Porque, aun cuando suene con todos los registros, el órgano tiene dentro de sí algo aterciopelado y silencioso, lo que constituye uno de sus mejores charmes1, que armonizan más con la penumbra visible de la iglesia. Así es la combinación de silencio y de sonido que hay en el órgano.

 

El instrumento de todas las inocencias

 

Sin embargo, el órgano casi no comporta la discontinuidad sonora total. Aquél sonido sigue y sigue… Manteniendo siempre una unión armoniosa con los sonidos anteriores.

 

La persona que le dio al órgano, a partir de un instrumento rudimentario, las características que hoy conocemos, podría ser llamada de “profeta” en materia de música.

 

A mi modo de ver, el órgano tiene esto de fabuloso: hay en él registros que remiten directamente a lo más admirable de la inocencia y que hacen de él, cuando es bien tocado, el instrumento de todas las inocencias.

 

Si fuésemos a hablar propiamente de la inocencia en su mayor abertura de alas, deberíamos imaginarla como un órgano. Ella transforma el alma del hombre en un instrumento capaz de tocar todas las músicas, a la manera del órgano.

 

Así, mientras no consigamos hacer salir de las profundidades de nuestro ser, no la catedral engloutie2, sino el órgano engloutie, no habremos hecho nada.

 

Toda alma tiene, con variaciones, un “órgano metafísico”, para tocar en función del universo, y el descubrimiento de ese “órgano” es el fin de nuestra vida. Cuando descubramos eso, estaremos listos para ir al Cielo. Eso se refiere, inclusive, a la finalidad de la vida de piedad.

 

Representaciones sensibles de Dios

 

La Santa Iglesia tiene algo por donde ella relaciona a los hombres a la manera de los tubos de un órgano. Por eso, la Iglesia Católica, bien constituida y vista en su entera normalidad, puede ser comparada a un inmenso órgano o a un inmenso vitral, porque el vitral hace con los colores lo que el órgano realiza con los sonidos; es el mismo principio aplicado en materia cromática.

 

Se trata, por lo tanto, de formar una visión del orden temporal sacral, dentro del orden del universo en el cual el hombre se encaja, iluminado por este lumen3 uno de la Iglesia, que ella supo expresar a través del órgano y del vitral, y que es un estado de alma, una supra-virtud, una superposición de temperamento, que yo tengo la impresión de que es una de las gracias más genuinas del Espíritu Santo.

 

En Pentecostés bajó una llama y después se dividió en varias lenguas de fuego. Así también, el unum4 de esa gracia estaría en esa llama originaria, que después se transformó en los diferentes tubos de un órgano o en los diferentes colores de un vitral. Aquí está reflejada la regla de la reversibilidad entre unidad y variedad. Variedad llevada casi hasta el infinito, partiendo de una unidad que se desdobla en guirnaldas sin depauperarse en nada.

 

Y, a decir verdad, con una semejanza estupenda con Dios, que crea [todos los seres] en el fulgor de su gloria, sin empobrecerse y sin cansarse para nada. Ese unum tampoco se extenúa, no se empobrece, y hasta se alegra al emitir dentro de sí las más valiosas variedades, sin sufrir el menor abatimiento.

 

Es casi el motor inmóvil de todo lo que él mismo puso en movimiento. Este es el unum del órgano, el mismo del vitral: son representaciones sensibles de Dios, motor inmóvil.

 

El órgano tiene una forma de belleza propia de la polifonía, diferente de la belleza austera del canto llano. Sin embargo, el canto gregoriano y el órgano no se contradicen, ambos son sublimes. Mientras el gregoriano afirma: “vanidad de vanidades, todo no es sino vanidad”5, el órgano parece decir: “armonía de armonías, todo no es sino armonía”.

 

Por otro lado, veo en el órgano lo mismo que en la ojiva y en otras cosas de la Edad Media: un orden magnífico.

 

Lo sublime, lo paradisíaco y lo alcandorado6

 

En esta Tierra no todo lo humano es sublime, pero el órgano selecciona, dentro de los sonidos humanos y terrenos, los sublimes, procurando elevarlos a un estado paradisíaco. El estilo gótico, a su vez, busca lo mismo en materia de arquitectura.

 

Podríamos decir que la mitad del espacio ocupado por el gótico y por el órgano es sublime, y la otra mitad es paradisíaca. En la punta aparece lo alcandorado y la esperanza del Reino de María.

 

La coexistencia tan ordenada de esos tres valores – lo sublime, lo paradisíaco y lo alcandorado – da a su vez una plenitud muy reposada y que prepara para el alcandor. El gótico es una especie de santa preparación para llegar al alcandor. Reúne lo que nuestra naturaleza es capaz de captar y va ordenando para percibir la punta de lo sublime, y en eso me parece que está lo más bello del gótico.

 

Vemos, así, el equilibrio con el cual debemos pensar en el alcandor del Reino de María, que no despreciará lo sublime ni lo paradisíaco. Pero así como Nuestro Señor subió, caminando con sus pies divinos, hasta lo alto del Monte de los Olivos para allí operar su Ascensión a los cielos, en la cual ya no necesitaría emplear la fuerza de sus miembros, así también en el Reino de María se ordenarán esos valores sublimes y paradisíacos para, a partir de esa elevación, ascender a lo alcandorado.

 

Me acuerdo de la primera vez que vi una ojiva de estilo gótico flamboyan7. Exclamé: “¡Ah, qué maravilla! Era lo que faltaba y yo no tenía talento para imaginar. ¡Qué cosa estupenda, maravillosa!”

 

Después oí a alguien criticarla, mostrando lo que allí había de transición revolucionaria hacia el Renacimiento. Pensé: “Ahí está el famoso mal espíritu demoledor, esa tal acusación seca y destruidora del buen espíritu”. Pero después comprendí que la persona tenía razón, pues en el modo en que aquella llama se agitaba ya entraba algo del Renacimiento.

 

Sin embargo, el principio en sí de que la ojiva tan bonita florecería en un orden que la trascendería, me encantó. Era algo que subía hacia lo alcandorado, cuyo vuelo el pre-Renacimiento desfiguraba.

 


 

1) Del francés: Encanto, gracia.

2) Del francés: sumergida. Referencia a una leyenda bretona, según la cual las campanas de una catedral sumergida en el mar hacían oír su repicar en ciertas ocasiones, trayendo a la memoria el magnífico templo y la bellísima ciudad donde había sido erigido.

3) Del latín: Luz.

4) Del latín: Unidad.

5) Cf. Ecl 1, 2.

6) N. del T.: Palabra portuguesa, que significa colocado a gran altura.

7) Del francés: Llameante.

(Revista Dr. Plinio, No. 206, mayo de 2015, p. 32-35, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencias del 6.4.1978 y del 16.11.1979).

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