El contemplar cualquier tipo de grandeza, el alma recta se llena de una admiración que resulta en deseo de entrega, porque el amor auténtico es, en sí, generoso. Ahora bien, todo lo que existe de verdaderamente grande remite al Dios Creador, y la estrategia del demonio para impedirle al hombre que siga ese camino consiste en presentarle como regla universal para todas las cosas la banalidad, comúnmente llamada mediocridad.
Las vírgenes necias Puerta sur de la catedral de Estrasburgo
|
El pavor que sienten los espíritus mediocres ante cualquier extremo los lleva a tener fobia de toda clase de excelencia. No pretenden ser ni buenos ni malos, y piensan que son correctos sólo porque bailan en medio, entre el vicio y la virtud. Esta mentalidad de medianía, que se presenta bajo las apariencias de moderación y equilibro, es una forma especialmente vil de negarle a Dios el amor que le debemos, pues en el fondo le acusa de ser demasiado grande.
El demonio como “león rugiente, ronda buscando a quien devorar” (1 Pe 5, 8); se adapta a cada persona, intentando encontrar el modo más eficaz de perderla. Nótese que no se lanza sobre algunos mientras deja que otros se escapen, sino que escoge los medios más adecuados para engullir a cada uno. Ahora bien, el mediocre es aquel a quien el enemigo infernal ha logrado arrancarle el fervor; no se trata, por tanto, de alguien que practica el primer mandamiento únicamente a medias, sino que, so pretexto de “moderación”, se niega a cumplirlo por completo. De hecho, San Francisco de Sales enseñaba que la medida de amar a Dios consiste en amarlo sin medida, porque Él mismo así lo mandó: “Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6, 5), y no sólo con medio corazón, con media alma y con la mitad de las fuerzas… Esto explica el odio superlativo de Dios a la mediocridad. En efecto, la sentencia dictada por el supremo Juez contra los templados es presentada como siendo más grave que la que está reservada a los malos declarados: “No eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca” (Ap 3, 15-16).
¿A qué se debe esta severidad? Al hecho de que lo que el mediocre tiene de peor es esto: pretende disfrazar su maldad bajo el velo de una bondad falaz, pues está hecha de medianía. De una medianía basada en la convicción de que todo bien se caracteriza por la mediocridad, y de que, por consiguiente, en último análisis, Dios debe ser mediocre. Esas almas se horrorizarán ciertamente de su propia condenación, pero irán a un Infierno nada mediocre…
Contrariamente a la opinión de los mediocres y filomediocres, más gente se condena por la mediocridad que por la maldad declarada porque el vicio no ha de ser notorio para que sea real. Los mediocres piensan que consiguen engañar a Dios, como Caín, que quemó frutos podridos y “andaba abatido” (Gén 4, 5) porque el Señor no se fijó en él ni en su sacrificio. Así es todo mediocre, en la víspera de convertirse en un asesino como Caín: forma parte de la veta de criminales que llega hasta el Anticristo, pasando por Judas y Barrabás.