Transcurría el año de 1879. El párroco de la pequeña iglesia de la Villa de Cap-de-la-Madeleine, en Quebec, Canadá, se encontraba delante de un serio problema: el invierno había sido demasiado suave…
Imagen milagrosa de Nuestra Señora del Rosario, venerada en el Santuario de Cap-de-la-Madeleine, Canadá
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Los que ya experimentaron la intensidad del invierno en América del Norte, con sus vientos cortantes, fuertes nevadas y temperaturas de calar los huesos, evidentemente encontrarían extraño ver al párroco en oración, no para agradecer una estación tan benigna, como para implorar a la Santísima Virgen con fervor, frío, mucho frío…
Nuestra Señora, como verdadera madre, comprendió lo que él quería y lo atendió generosamente. Y ésta es nuestra historia, en la cual veneraremos la solicitud y el celo con los que María guía a sus hijos para la gloria de Cristo Nuestro Señor.
Cuando el P. Desilets recibió, en 1864, la pequeña iglesia en esa provincia francófona, encontró una parroquia en crisis.
Por haber quedado mucho tiempo sin párroco, recibiendo apenas la visita de padres viajeros que administraban los sacramentos en numerosas iglesias de aquel vasto territorio, muchos fieles se tornaron indiferentes a la Fe católica. La capillita, a pesar de ser tan pequeña, era demasiado amplia para el reducido número de fieles que aún asistían a Misa.
En esa lamentable situación, el nuevo párroco se dirigió a la Santísima Virgen, bajo la invocación de Nuestra Señora del Rosario. Celosamente animaba a sus parroquianos a rezar el Rosario con piedad. Predicaba la belleza y eficacia de esta oración tan amada por María y consagró a ella la comunidad.
A los pocos, los resultados se hicieron sentir. La gracia fue operando prodigios en las almas, y el sacerdote, después de 15 años de haber llegado, se vio delante de un serio y agradable problema: debía construir una iglesia más grande.
De común acuerdo con sus parroquianos, decidió dar inicio al proyecto en el invierno, cuando el ancho río San Lorenzo, que pasaba cerca de la iglesia, se congela y su superficie se transforma en un firme camino de hielo, por donde pueden pasar caballos y trineos, cargando piedras y otros materiales necesarios para la construcción; proceso mucho más económico que el transporte por barco.
Llega noviembre y el P. Desilets y sus parroquianos inician rogativas para que el hielo se forme rápidamente. Entretanto, un invierno inesperadamente suave en los meses de diciembre, enero y febrero fue postergando la realización del plan. El párroco, redoblando su fervor, prometió a Nuestra Señora que, si ella obtuviese un puente de hielo, él no sólo construiría una nueva iglesia, sino que preservaría la anterior y la dedicaría a su honra, bajo el título de Nuestra Señora del Rosario.
Llegó el mes de marzo y comenzaron las lluvias. Los parroquianos con sentido común y poca Fe, sugirieron al párroco que esperase hasta el invierno siguiente.
Pero el sacerdote continuó rezando, lleno de confianza en María, argumentando que, si no construyese la iglesia en aquel año, muchas misas no serían celebradas y, por tanto, muchos pecados tal vez no serían evitados.
Ya se aproximaba la primavera, pero, curiosamente, o quizá milagrosamente, la temperatura comenzó a caer repentinamente. La fiesta de San José, patrono y protector de Canadá, se aproximaba. El padre coadjutor anunció que habría una misa solemne el día 19 de marzo en honra del casto esposo de la Santísima Virgen, en la cual se pediría, por su intercesión, la formación del puente de hielo.
Después de la misa, junto con algunos parroquianos, el sacerdote fue a examinar como estaba el río. Cual no fue la sorpresa de todos, cuando vieron que el fuerte viento del día anterior había traído grandes bloques de hielo, que se encajaron perfectamente de modo que formase un puente. Llenos de alegría, corrieron de vuelta para contar lo ocurrido al P. Desilets y a todo el pueblo.
Con redoblada energía, la comunidad entera se puso manos a la obra, aprovechando esa maravilla operada por Dios. El párroco, que había rezado innumerables rosarios por la obtención del milagro, infelizmente no pudo estar junto a sus parroquianos, debido a una súbita enfermedad. Pero escribió una carta animando a los fieles, que les fue leída por el padre coadjutor: “Vuestras oraciones perseverantes están siendo ahora atendidas. Contra toda expectativa, tenemos ahora un puente por el cual podemos pasar cargando las piedras para nuestra iglesia. Vean el poder de la oración…”
La señal milagrosa para el P. Desilets: la imagen de la Virgen del Rosario levanta los ojos y permanece un largo tiempo con ellos enteramente abiertos
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El trabajo comenzó en la propia fiesta de San José y continuó por algunos días. En una sola jornada pasaron 175 trineos llenos de piedras por el “Puente del Rosario” (como fue bautizado popularmente el puente de hielo). Todos se dedicaban a la labor sin interrupción. “¡Era extraordinario, un verdadero milagro! ¡Algo verdaderamente imposible! – relató uno de los presentes, años después.
El párroco convocó a todas las mujeres y a todos los niños a rezar el Rosario, en cuanto el proyecto se transformaba en realidad, y él mismo era visto en muchas oportunidades, de rosario en mano, rezando delante de una imagen de la Virgen, dentro de la iglesia. Los hombres acostumbraban a rezar innumerables “Ave Marías” mientras trabajaban.
Por fin, en el preciso momento en que se completó la cantidad de piedras necesarias para la construcción de la nueva iglesia, el puente se comenzó a deshacer. Entonces, la acción sobrenatural se tornó evidente.
En la fiesta del Santo Rosario del año siguiente, la nueva iglesia fue inaugurada y la vieja iglesita anterior empezó a ser conocida como capilla del Santo Rosario, convirtiéndose, rápidamente, en un lugar de peregrinación.
A pesar de todo, el P. Desilets ansiaba una nueva señal del cielo, que confirmase que sus deseos estaban conformes a los de Nuestra Señora.
En el día de la dedicación oficial de la capilla en honra a María, el sacerdote estaba rezando delante de la imagen de Nuestra Señora del Rosario, cuando algo extraordinario sucedió. El hecho, presenciado por varias personas, fue así descrito por uno de los testigos: “La imagen de la Virgen, cuyos ojos están dirigidos hacia abajo, los levanta repentinamente y permanece largo tiempo con ellos totalmente abiertos. La mirada de la Virgen era firme y dirigida hacia delante. No podía ser una ilusión, pues su rostro estaba enteramente iluminado, debido a los brillantes rayos de sol que entraban por las ventanas, los cuales, además, iluminaban todo el santuario. Los ojos bien formados eran negros y en perfecta armonía con los rasgos de su cara.”
¡Estaba concedida la señal! Nuestra Señora mostraba de esta manera a sus hijos canadienses, y a los del mundo entero, que ella no sólo atiende los pedidos hechos por medio del rezo del Rosario, sino que también acompaña, con una atenta mirada materna, a aquellos que a ella recurren con confianza.
Cap-de-la-Madeleine se convirtió en el Santuario Nacional de Canadá, reavivando así la devoción a Nuestra Señora del Rosario, magnífica invocación de aquella que siempre será la medianera universal de todos los fieles católicos.