El santuario del monte Gargano, San Miguel.

Publicado el 09/28/2019

La historia del santuario más antiguo de Occidente dedicado a San Miguel está llena de un misterioso encanto. De allí se extendió a toda la Iglesia la devoción al combativo arcángel. ¿Acaso será hoy solamente un pintoresco recuerdo de un pasado remoto?

 


 

Situado a 800 metros de altura, sobre un imponente promontorio que avanza en dirección al mar Adriático, el santuario de San Miguel Arcángel del monte Gargano llama la atención por su singular arquitectura y posición geográfica.

 

En el momento en que se enteraron de lo ocurrido,

los habitantes de Siponto le pidieron a su

obispo, San Lorenzo Maiorano, que interpretara

el misterioso acontecimiento

 

Escenas del retablo de San Miguel Arcángel – Capilla

de Santa Inés, Museo Diocesano y Catedralicio,

Valladolid (España)

Un conjunto de edificios pintorescamente superpuestos sobre la cresta de la montaña lo componen, y cuyo punto de referencia es una pequeña cueva donde el Custodio de la Iglesia se apareció a inicios de la Edad Media.

 

Desde aquella remota época se convirtió en un centro de irradiación de la devoción al santo arcángel para toda la Iglesia. A lo largo de los tiempos millones de peregrinos, entre ellos Papas, reyes y emperadores, príncipes y nobles, y muchos santos, visitaron el célebre santuario, cuya historia, sin embargo, se pierde en la bruma de los siglos.

 

La flecha se vuelve contra el arquero

 

Narran las antiguas crónicas que en el 490 un noble de Siponto, territorio integrado hoy en el municipio italiano de Manfredonia, se puso a buscar en los alrededores de la población a uno de sus toros que se había segregado de los demás. Estuvo varias horas buscándolo y sólo lo encontró cuando ya había decidido regresar a su casa, vencido por el cansancio.

 

El animal se hallaba en la entrada de una cueva pedregosa de difícil acceso, situada en la parte más alta del monte que domina la ciudad. Su rescate se hacía imposible. Tomado de impaciencia, el noble le disparó una flecha con la intención de matarlo, pero la saeta, para sorpresa de los que presenciaban la escena, retornó al sitio desde el que había sido lanzada e hirió al arquero.

 

En el momento en que se enteraron de lo ocurrido, los sipontinos le pidieron a su obispo, San Lorenzo Maiorano, que interpretara el misterioso acontecimiento. Como respuesta, el piadoso prelado decretó tres días de ayuno, durante los cuales debían rogarle a Dios que les revelara sus sublimes designios en relación con lo sucedido.

 

La respuesta a las oraciones y a los sacrificios no se hizo esperar. En la aurora del cuarto día, un 8 de mayo, mientras San Lorenzo estaba rezando en la iglesia de Santa María la Mayor, antigua catedral de Siponto, se le aparece el glorioso príncipe de las milicias celestiales y le dice: “Has hecho bien en tratar de descubrir el misterio de Dios oculto a los hombres, razón por la cual les golpeé con mi lanza. Sabe, no obstante, que esta es mi expresa voluntad. Soy Miguel Arcángel y siempre estoy en la presencia de Dios. Vengo a habitar este lugar, guardarlo y probar por medio de un signo que seré su vigía y custodio”.1

 

El espíritu angélico también prometió que concedería cualquier favor que allí le fuera pedido en oración y dispuso que se dedicara la cueva al culto cristiano. Y, como prueba de su poder, hizo que el noble alcanzado por la flecha quedara prodigiosamente curado, hasta tal punto que le desapareció todo vestigio de las heridas.

 

San Miguel les obtiene la victoria

 

La noticia de lo ocurrido se extendió por Europa y por el Mediterráneo, hasta llegar a la lejana Constantinopla. Mientras tanto, en Siponto los fieles tomaron como costumbre subir al monte Gargano a fin de pedir la intercesión del santo arcángel, que les obtenía gracias con gran munificencia.

 

Uno de los mayores favores que concedió tuvo lugar dos años después de la primera aparición. Habiendo sido sitiada la ciudad por un poderoso ejército bárbaro, San Lorenzo subió a la celestial cueva para implorarle al arcángel la victoria y le aconsejó al pueblo que pidiera una tregua de tres días, durante los cuales debían hacer ayunos y oraciones en honor al Dios de los ejércitos.

 

Los invasores aceptaron el armisticio y, cumplido el tiempo estipulado, San Miguel se le apareció nuevamente al prelado mientras rezaba en la catedral de Siponto. Era la aurora del 29 de septiembre del 492. Iba para anunciarle la victoria y le advertía de que no atacaran a los invasores sino después de la hora cuarta de aquel mismo día.

 

El santo obispo convocó al pueblo y le transmitió las instrucciones recibidas del Cielo. Inundados de alegría, los defensores de la ciudad pasaron las primeras horas del día en oración y, en el momento determinado por el arcángel, se dirigieron al encuentro de sus adversarios.

 

Los invasores, cuenta un cronista, confiaban en su propio orgullo y los sipontinos, en la promesa angélica.2

 

Iniciada la batalla, una espesa nube cubrió el Gargano. La tierra empezó a temblar, el mar se agitó rugiendo con furor y se desencadenó una horrible tormenta, cuyos rayos caían sobre los bárbaros sin alcanzar a los sipontinos. Aterrorizado, el ejército enemigo enseguida se dio a la fuga.

 

En agradecimiento, el obispo salió con el pueblo en procesión hasta la cueva del arcángel, ante la cual encontraron grabadas en la roca unas huellas similares a las de un hombre. Inmediatamente las atribuyeron a San Miguel y, no osando entrar, se pusieron a venerar los vestigios dejados por el espíritu angélico como signo inequívoco de su presencia y protección.

 

“Yo mismo consagré este lugar”

 

En el octavo día del mes de mayo del 493 el obispo Lorenzo subió de nuevo a la cueva para conmemorar el tercer aniversario de la primera aparición. Andaba preocupado con la idea de transformar aquel solitario lugar en un verdadero santuario, donde Dios fuera alabado y la Santa Misa celebrada con frecuencia, pero no sabía cuál sería el mejor método de hacerlo.

 

“Soy Miguel Arcángel y siempre estoy en la presencia de Dios.

Vengo a habitar este lugar, guardarlo y probar por medio de un signo

que seré su vigía y custodio”

Acceso de entrada al santuario de San Miguel Arcángel,

Monte Gargano (Italia)

Para resolver el dilema decidió plantearle el problema al Papa San Gelasio I, que acababa de asumir el solio pontificio, quien acogió con benevolencia a los mensajeros del obispo. Pero en vez de darle una solución a la cuestión, le invitó a que descubriera la voluntad del arcángel con estas palabras: “Si dependiera de Nos determinar el día de la dedicación de la iglesia elegida por San Miguel, diríamos que se hiciera el día de la victoria contra los bárbaros; pero como es cosa que le toca al santo príncipe, esperemos su oráculo”.3

 

En esa misma misiva, el Pontífice le pedía a San Lorenzo que determinara en Siponto un ayuno de tres días, en el cual deberían acompañarlo siete virtuosos prelados de diócesis vecinas, que enumeraba a continuación. El propio Santo Padre prometía unirse en Roma a las oraciones así promulgadas.

 

Las plegarias de un Papa santo, unidas a las de tan virtuosos prelados, no podían dejar de ser escuchadas. El 26 de septiembre del 493 comenzó el triduo solemne preceptuado por San Gelasio y la noche del día 29 San Lorenzo recibió el tercer oráculo del arcángel, que se le apareció diciéndole: “No te corresponde a ti dedicar esta basílica que yo erigí, sino a mí, que puse sus cimientos. A medida que sus paredes crezcan, los pecados de los hombres que la visiten disminuirán, pues en el seno de esta casa tan especial las malas acciones desaparecen. Entrad en ella, orad asiduamente en su interior, asistidos por mí, su patrón. Y, cuando sean celebradas Misas, que el pueblo comulgue conforme la costumbre. Yo mismo me encargaré de santificar este lugar”.4

 

En la aurora del día siguiente, prelados y fieles se dirigieron a la cueva y los signos prometidos por el arcángel comenzaron ya en el propio camino, a lo largo del cual el sol era muy fuerte. En determinado momento, cuatro enormes águilas empezaron a acompañarlos: dos les hacían sombra a los obispos y al pueblo, y las otras dos producían con sus alas una agradable brisa.

 

Nos corresponde crecer en la devoción a este arcángel,

seguros de que unidos a tan invicto general nos

convertiremos en invencibles y fuertes

 

Altar principal del santuario de San Miguel Arcángel

del monte Gargano, situado en el interior de la cueva

consagrada por el propio arcángel

Al llegar a la cueva se encontraron con la efigie de San Miguel impresa en la pared y al entrar en su interior, un altar excavado en la roca y adornado con una cruz de cristal, como símbolo de la prometida consagración.

 

Siglos de devoción a San Miguel

 

Cuando el Papa Gelasio I supo por San Lorenzo las maravillas que ha bían ocurrido ese día, estableció para siempre que el día 29 de septiembre fuera dedicado a San Miguel en la Iglesia universal. Más tarde se conmemorarían también en esa fecha a San Gabriel y a San Rafael, dando origen así a la actual memoria litúrgica de los tres arcángeles.

 

En los siglos sucesivos, la historia del santuario acompaña las vicisitudes de la época, marcada por las luchas entre bizantinos y lombardos. En el siglo XI se erige la antigua iglesia, cuyos vestigios aún hoy contemplamos.

 

Entre los ilustres peregrinos que visitaron el santuario cabe mencionar a los santos medievales San Bernardo de Claraval, San Guillermo de Vercelli, Santo Tomás de Aquino, Santa Catalina de Siena, y San Francisco de Asís. Este último, no sintiéndose digno de ingresar en la gruta, se recogió en oración a la entrada del recinto, besó el suelo y grabó en una de las piedras el signo del tau.

 

En 1656 habría de darse aún una cuarta aparición, motivada por la terrible peste que por entonces asolaba Italia, llevándose consigo a numerosas víctimas. En esa ocasión Mons. Giovanni Alfonso Puccinelli, arzobispo de Manfredonia, determinó que se hicieran ayunos y oraciones para implorar el auxilio del protector celestial, dejando en las manos de la imagen de San Miguel una súplica por escrito. Mientras rezaba, el arcángel se le manifestó y le ordenó que bendijera fragmentos de piedras de la cueva, en los cuales esculpiría su nombre y el signo de la cruz. Todo aquel que los utilizara sería curado de la peste, y es lo que sucedió.

 

Unidos a San Miguel venceremos

 

En nuestros días, el santuario del monte Gargano continúa siendo un concurrido centro de peregrinación, potenciado por la proximidad de San Giovanni Rotondo. Sin embargo, la mentalidad moderna parece haber relegado su venerable historia y la devoción al arcángel allí practicada al pintoresco recuerdo de un pasado remoto, sin mayor utilidad para los tiempos actuales.

Nada más erróneo. Hoy la Iglesia está envuelta en una terrible guerra espiritual, durante la cual el demonio se lleva consigo a un número cada vez mayor de almas. En esa lucha, San Miguel posee un importantísimo papel. Al ser no sólo el escudo de la Iglesia sino también su espada, el príncipe de los ejércitos del Señor está llamado no sólo a protegernos contra las insidias del enemigo sino a infligirle una de sus más amargas derrotas.

 

Por consiguiente, nos corresponde a nosotros crecer en la devoción a este celestial arcángel, seguros de que unidos a tan invicto general nos convertiremos en invencibles y fuertes como las milicias celestes lo fueron, haciendo resonar por todo el imperio de Satanás el decisivo y triunfante grito: “Quis ut Deus!”.

 

1 LUCERA, Giuseppe Marinelli di. Ragguaglio del venerabile ed insigne Santuario dello Arcangelo S. Michele nel Monte Gargano. Napoli: Tipografia di Gennaro Fabricatore, 1858, p. 8.

2 Cf. Ídem, p. 17.

3 Ídem, p. 24.

4 Ídem, pp. 25-26.

 

 

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