La vinculación de María con el misterio de Cristo lleva a la teología a explicar cada vez más el importante papel de la Virgen Madre en la historia de la Salvación.
Al finalizar la constitución dogmática sobre la Iglesia con un capítulo completo dedicado a la Virgen María1, el Concilio Vaticano II quiso poner de relieve la importancia esencial de la Santísima Virgen en la teología y en la piedad católica.
En él se recuerda la larga e ininterrumpida tradición de veneración y señaladísimo amor a aquella doncella de Nazaret, por su participación fundamental en la Redención y en la historia de la Salvación. En el Cenáculo, los Apóstoles, los demás discípulos y las santas mujeres tenían ya una viva noción del papel relevante de esa bondadosísima Madre.
“Más que tú sólo Dios”
En el Nuevo Testamento encontramos pocas referencias a la Virgen, pero basta analizarlas con detenimiento para darse cuenta de que son de máxima importancia. Y en los primeros símbolos de la fe se incluye siempre a María Santísima como madre de Jesús por obra del Espíritu Santo. Esta mención a la Virgen es de elevado valor teológico, en ello vemos su papel especialísimo.
A este respecto, un teólogo contemporáneo destaca: “Gracias a Ella, Él es el descendiente de David, el heredero del trono, el portador de las promesas mesiánicas, Aquel sobre el que descansa el Espíritu de Yavé (cf. Lc 1, 32-36; Is, 11, 1-3). La participación activa de la ‘mujer’ en el misterio de la Encarnación es algo positivamente querido por Dios hasta tal punto que no se puede captar el misterio de Cristo, si no se acepta también que la manera por la que entró a formar parte del género humano fue encarnándose ‘por obra del Espíritu Santo’ de Santa María Virgen”.2
Pero no sólo es eso. Enseña San Luis M. Grignion de Montfort que Dios quiso servirse de María en la Encarnación como el medio más perfecto para que el Verbo viniera hasta nosotros a obrar la Redención.
Esa vinculación de María con todo el misterio de Cristo —el misterio de su ser y de su misión— llevó a la teología a explicar cada vez más la persuasión de que la Virgen Madre ocupa un lugar importantísimo en la historia de la Salvación. Y por esa razón la Iglesia la coloca en una posición de superioridad con relación a todos los santos, rindiéndole un culto de hiperdulía. En completa consonancia con las enseñanzas de los Papas y de los doctores de la Iglesia, cantan los fieles en España y en Hispanoamérica un himno muy antiguo, nacido de la piedad popular, cuyo estribillo dice: “Más que tú sólo Dios, sólo Dios…”.
“Paraíso del nuevo Adán”
Al escribir sobre la maternidad divina de María, los grandes santos marianos afirman que Ella es la “digna” Madre de Dios. Es muy importante este calificativo, pues significa que Ella, sin dejar de ser una mera criatura, estaba a la altura de ese papel inimaginable: ser Madre de Dios. Considerando la expresión “digna Madre de Dios”, notamos tal santidad, altura y elevación de alma que únicamente nos queda repetir el viejo estribillo “más que tú sólo Dios”.
En el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, San Luis M. Grignion de Montfort la llama “paraíso del nuevo Adán”, título nada fácil de encontrar en los manuales de mariología. El hecho de referirse a la Virgen como el “paraíso del nuevo Adán” nos hace ver la grandeza de esa alma y todo lo que Dios Padre ha puesto en ella.
La importancia del estudio de la mariología
Son tan sólo algunos aspectos que nos ayudan a comprender la inmensidad del papel de la Santísima Virgen en la Redención y, por consiguiente, en la teología católica.
De ahí surgió la mariología, ciencia que estuvo presente en el pensamiento de los fieles desde los primeros Padres de la Iglesia y fue tomando cuerpo en la teología hasta que, alrededor del siglo XVII, empezó a distinguirse como una rama más de ésta.
Ahora bien, ¿qué importancia tiene el estudio de la mariología? Debemos estudiarla para amar más a esta buena Madre. Sólo el estudio no basta, debe estar acompañado por el amor y hacer que cuanto más estudiamos, más amamos y más deseamos servir a la Reina del Cielo. Entre los católicos existe un error muy común que consiste en una especie de temor a “exagerar” el amor y el culto a la Santísima Virgen, porque dicha “exageración” podría desagradarle al Señor. Nada más falso. Cuanto más amemos y le rindamos culto a María, más nos acercaremos al Sagrado Corazón de su divino Hijo. Ese error tiene sus raíces en la antigua herejía jansenista, que tanto daño causó a la piedad mariana y eucarística.
No debemos, pues, tener miedo de amar, conocer y trabajar para que la Santísima Virgen sea conocida. A ello nos ayude la consideración de estos pequeños puntos introductorios para entrar en el sagrado camino de la mariología.
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1 Se trata del capítulo VIII de la Lumen gentium, titulado “La Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia”. 2 BASTERO DE ELIZALDE, Juan Luis. María Madre del Redentor. 2.ª ed. Pamplona: EUNSA, 2004, p. 18. |
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