En Fátima, la Santísima Virgen no se dirigió solamente a la generación de comienzos del siglo XX, sino, sobre todo, a las que vinieron después. Y a medida que las décadas fueron pasando y el segundo milenio fue agonizando entre aprensiones y tragedias, las palabras proféticas de la Madre de Dios se tornan más reales. Parecen dichas para nuestros días, para nuestra Patria, para cada uno de nosotros, para ti, lector…
En Fátima, el 13 de mayo de 1946, el Cardenal Masella corona la imagen de la Virgen, en nombre del Papa Pio XII.
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En este sentido escribe con clarividencia el Obispo de Avellaneda Mons. Rubén H. Di Monte: “Quien piense en Fátima sólo como tiempo pasado, se equivoca. Quien la interpreta sólo como ‘hechos’ históricos que fueron, no la puede entender. Fátima es un acontecimiento que se está desarrollando, cumpliendo. Es pasado, presente y futuro” … “La Virgen vino en Fátima a comprometernos con nuestro tiempo” (Devocionario de Ntra. Sra. del Rosario de Fátima, Editorial Bonum, Bs. As. pág. 7).
¿Qué fue lo que la Santísima Virgen vino a anunciar a la humanidad pecadora? ¿Qué vino a implorar?
Dios hace preceder sus grandes intervenciones en la historia por numerosas y variadas señales. Frecuentemente, se sirve de personas de virtud insigne para transmitir a los pueblos sus advertencias o predecir acontecimientos futuros.
Así procedió el Padre Eterno en relación con la venida del Mesías, su Hijo Unigénito. La magnitud de tal suceso, en torno al cual gira la historia de los hombres, exigía una larga y cuidadosa preparación. Así, fue anunciado durante muchos siglos por los Profetas del Antiguo Testamento, de manera tal que, en el momento de nacer Nuestro Señor Jesucristo, todo estaba maduro para su venida al mundo. Incluso entre los paganos, muchos esperaban algún acontecimiento que diese una solución a la crisis moral en que los hombres de entonces estaban inmersos.
Casi se podría decir que, cuanto más importante es el acontecimiento previsto, tanto mayor la grandeza de las señales que lo preceden, la autoridad de los profetas que lo anuncian, y el tiempo de espera.
Es fácil, a la luz de esta regla, evaluar la importancia de las previsiones de Fátima, pues quien nos las anuncia no es un ángel, ni un gran santo, sino la propia Madre de Dios.
Ya en la época de las apariciones de Fátima, en los primeros años de nuestro siglo, los acontecimientos mundiales hacían entrever lo que sería la triste historia contemporánea. Por un lado, un progreso material casi ilimitado, parejo a una decadencia en las costumbres como nunca se vio antes. Por otro lado, guerras y convulsiones sociales de proporciones terribles. La Primera Guerra Mundial fue un ejemplo de esa realidad, ampliamente superada por la Segunda Guerra Mundial y por todo cuanto la siguió.
A todos esos males, como Madre solícita y afectuosa, María Santísima quiso poner remedio, evitándoselos a sus hijos. Por eso descendió del Cielo a fin de alertar a la humanidad de los riesgos que corría si continuase en las vías tortuosas del pecado. Vino, al mismo tiempo, a indicar los medios de salvación: el rezo del Rosario, la práctica de los Cinco Primeros Sábados, la devoción al Inmaculado Corazón de María.
No obstante, hay algo más, y de una importancia primordial, que motivó a la Madre de Dios a venir en persona a transmitir su mensaje a los tres pastorcitos. Es el anuncio de su victoria sobre el imperio de demonio, o sea, el Reino de María previsto por San Luis María Grignion de Montfort y por varios santos más.
El Cardenal Masella junto a la Virgen de Fátima, después de la coronación.I.
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En este inicio de milenio que comienza en medio de graves pecados
, la celestial promesa de la Virgen de Fátima debe alentarnos y darnos esperanza.
Para que nuestros ojos puedan contemplar maravillados el mediodía de ese Sol —el triunfo del Inmaculado Corazón de María— cuya aurora rayó en Fátima el 13 de mayo de 1917, la Virgen María nos indicó el camino: “Si hicieren lo que Yo os diga, muchas almas se salvarán y tendrán paz.”
Sin embargo, surge una dificultad. Muchos de los ruegos de la Virgen no han sido completamente atendidos; la humanidad continúa pecando. ¿Qué razones tenemos para creer que la Santísima Virgen cumplirá su promesa?
Sus propias palabras. Pues la Santísima Virgen pone condiciones sólo para evitar los castigos, pero no para hacer triunfar su Inmaculado Corazón. El texto del Mensaje no deja lugar a dudas. Después de anunciar una sucesión de calamidades que le sobrevendrían a la humanidad si ésta no se convirtiese, Nuestra Señora concluye categóricamente, sin anteponer condición alguna: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”.
¿Cómo se llegará a esa victoria final sobre el pecado? No lo sabemos, pues no parece haberlo revelado la Madre de Dios. Tan sólo es cierto que todos aquellos que atiendan sus peticiones se salvarán, y muy posiblemente serán llamados a participar del magnífico triunfo de la Reina del Universo.