Madre afable de la Iglesia naciente
Y como Jesús quiso venir al mundo por medio de la Santísima Virgen, “también por Ella ha de reinar en el mundo”.13 Desde los comienzos del cristianismo, el sublime papel de María se reveló de modo patente.
En uno de sus comentarios al Evangelio de la Solemnidad de Pentecostés, Mons. João Scognamiglio Clá Dias explica que “el ser humano, debilitado tras el pecado original, no siente apetencia por poner sus miras en verdades superiores”.14 Tiende a volver los ojos a los aspectos más corrientes y mediocres de la vida, olvidando la grandiosa vocación de hijos de Dios, a la cual todos hemos sido llamados.
Ahora bien, “este problema aparece más acentuado en quien tiene una vocación poco común, como sucedió con los Apóstoles: no percibían que les correspondía realizar la mayor misión de la Historia”.15 Después de la crucifixión del Señor estuvieron algunos días tomados por el miedo. El Maestro se les apareció resucitado en varias ocasiones, aún así le faltaban gracias eficaces para convertirse en los héroes de la fe a que estaban destinados ser.
Sin embargo, mientras se escondían temerosos en el Cenáculo, con las puertas y ventanas atrancadas, los Apóstoles no estaban solos: “Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch 1, 14). Había llegado el momento de que Ella se manifestara como Madre afable de la Iglesia naciente.
Era necesario que Jesús subiera al Cielo para que sus discípulos, mediante el auxilio de la Virgen Santísima, reventaran esa especie de tendón maldito que los ataba a las cosas terrenas, impidiéndoles volar, y se prepararan, con Ella, para la ruptura definitiva con el espíritu del mundo y las cosas terrenales. Es lo que ocurrió el día de Pentecostés.
Transformados por el fuego del Espíritu
Ya habiéndoles movido interiormente el alma, pues permanecían en común oración, el Espíritu Santo entró en el Cenáculo en forma de lenguas de fuego (cf. Hch 2, 2-3). Una gran llamarada descendió sobre María y a continuación se dividió en varias otras que se posaron en cada uno de los Apóstoles.
Fortificados por el fuego del Espíritu, los Apóstoles y los discípulos empezaron a predicar con tanto entusiasmo, fuerza y seguridad, que algunos llegaron a acusarlos de haber tomado demasiado mosto (cf. Hch 2, 13). Sin embargo, no era el licor material lo que los arrebataba, sino “lo que el lenguaje de la liturgia llama de ‘la casta embriaguez del Espíritu Santo’: un entusiasmo que no viene de la intemperancia, sino de una plenitud de la templanza, que hace que el alma, enteramente dueña de sí y dominada por Dios, pronuncie palabras tan sublimes y diga cosas extraordinarias”.16
El descenso de las lenguas de fuego fue visible a los ojos de los mortales, no para manifestar la sustancia del Espíritu, “tan invisible e inmutable como el Padre y el Hijo, sino porque los corazones de los hombres, movidos por los prodigios de las epifanías corporales, vinieron a la contemplación de aquellos sucesos siempre presentes en la misteriosa eternidad”.17
Impulsados por el ímpetu del Paráclito, los Apóstoles se esparcieron para predicar la Buena Nueva por toda la tierra, cumpliendo el mandato de Cristo (cf. Mc 16, 15). Aparecían nuevos cristianos, que enfrentaban con valentía los peligros y persecuciones, el rechazo de los gobernantes y de gran parte del pueblo, así como las herejías que surgieron en el seno de la Iglesia ya en los primeros tiempos. El Defensor suscitaba a cada instante almas dispuestas a luchar por la gloria de Dios y combatir los males de su tiempo.
¡Renueva la faz de la tierra!
Habiendo llegado a nuestros días nos podemos preguntar: ¿cómo se encuentra el mundo actual? Una enorme crisis reina y se propaga. La falta de amor de Dios, y la consecuente violación de su Ley, es grave y generalizada. ¿Se habrá tapado los ojos el Espíritu Santo para no ver las calamidades de nuestro tiempo?
Como Pedro, nosotros “esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2 Pe 3, 13). Se hace necesario para ello una nueva venida del Espíritu Santo que renueve la faz de la tierra y encienda en las almas el fuego del celo por la casa del Señor (cf. Sal 68, 10).
“Es hora de que actúes, Señor: han quebrantado tu ley” (Sal 119, 126), dice el salmista. Cuando menos lo imaginemos, el Paráclito volverá con gran fuerza para barrer el mal del mundo con su fuego purificador y reconstituir todas las cosas en Cristo.
Y así como en torno a María Santísima los primeros discípulos de Cristo se prepararon para recibir el Espíritu, será junto a Ella que las generaciones actuales, mucho más debilitadas que la de los Apóstoles, se aglutinarán para recibir el “diluvio de fuego del puro amor que debéis encender sobre toda la tierra, de una manera tan dulce y vehemente que todas las naciones […] se abrasarán y se convertirán”.18
No es otra la petición de la Iglesia desde hace tantos siglos: envía, Señor, tu Espíritu, y renovarás la faz de la tierra. Y ya que Jesús quiso estar entre nosotros por medio de María Santísima, debemos añadir a esta súplica: envía, oh Jesús, el espíritu de tu Madre, la Virgen María, y renueva, por medio de Ella, en Ella y para Ella, la faz de la tierra.
1 CCE 234.
2 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I, q. 32, a. 1.
3 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Caieiras, 30/5/2010.
4 SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., q. 12, a. 7, arg. 3.
5 Cf. ROYO MARÍN, OP, Antonio. El gran desconocido: el Espíritu Santo y sus dones. 6.ª ed. Madrid: BAC, 1987.
6 SANTO TOMÁS DE AQUINO. In Symbolum Apostolorum, a. 8.
7 ROYO MARÍN, op. cit., p. 71.
8 MISA DEL DÍA DE PENTECOSTÉS. Secuencia. In: Leccionario. Lecturas para los domingos y fiestas del Señor (Año A). Texto aprobado por la Conferencia Episcopal Española y confirmada por la Congregación para el Culto Divino. 14.ª ed. Barberá del Vallés: Coeditores Litúrgicos, 2007, v. I, p. 168.
9 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Homilía en la Solemnidad de Pentecostés. Mairiporã, 27/5/2007.
10 ROYO MARÍN, op. cit., p. 90.
11 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n.º 20. In: OEuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, p. 497.
12 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Homilía en la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Mairiporã, 1/1/2008.
13 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT, op. cit., n.º 1, p. 487.
14 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. “Y renovarás la faz de la tierra…” In: Lo inédito sobre los Evangelios. Città del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2014, v. I, p. 396. 1
5 Ídem, ibídem.
16 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O início de uma epopeia! In: Dr. Plinio. São Paulo. Año XV. N.º 170 (Mayo, 2012); p. 6.
17 SAN AGUSTÍN. De Trinitate. L. II, c. 5, n.º 10. In: Obras. 2.ª ed. Madrid: BAC, 1956, v. V, p. 217.
18 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Prière Embrasée, n.º 17. In: OEuvres Complètes, op. cit., p. 681.