Es necesario orar siempre

Publicado el 02/14/2019

Vigilancia y oración. Quien desea alcanzar el Cielo debe escalar la montaña de la perfección con la ayuda de esos dos instrumentos, y corre serio riesgo de quedarse a medio camino si deja de lado uno u otro. La Providencia nos reserva grandes luchas temporales y espirituales. Para vencerlas es preciso rezar mucho, pues Dios está al lado del que pide su auxilio: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).

 

 

Sacerdotes y seminaristas de los

Heraldos del Evangelio durante el

rezo de la Liturgia de las Horas

 

“Es necesario orar siempre, sin desfallecer” (Lc 18, 1), dice Jesús a sus discípulos. No obstante, alguien podría preguntar qué viene a ser exactamente la oración, en lo relacionado a ese precepto. ¿Consistiría sólo en repetir el Avemaría, el Padre nuestro o la Salve? Por muy bonitas y piadosas que sean estas plegarias, ¿cómo vamos a estar todo el tiempo rezándolas, si tenemos tantas obligaciones que cumplir?

 

El Doctor Angélico recoge y analiza algunas definiciones de oración dadas por los santos, y el P. Royo Marín las sintetiza en una frase que refleja sus aspectos esenciales: “La oración es la elevación de la mente a Dios para alabarle y pedirle cosas convenientes a la eterna salvación”.11

 

Por consiguiente, quien reza pone la atención primera de su alma en Dios y todo lo hace en función de la voluntad divina, elevándose por encima de las preocupaciones concretas.

 

Todo lo podemos con la oración

 

 

Capilla de Adoración al Santísimo Sacramento

Casa Monte Carmelo, Caieiras (Brasil

 

Los Evangelios dejan trasparecer que nada en Nuestro Señor Jesucristo dejaba de evocar lo sacrosanto, lo sobrenatural. Y, aún siendo Hombre Dios, no se dispensó de la oración. Con mucha frecuencia despedía a las multitudes y se retiraba al monte para “orar a solas” (Mt 14, 23). Se diría que no necesitaba elevarse a Dios, porque era Dios y su alma ya estaba en la visión beatífica; sin embargo, rezaba. ¡Cuánto más nosotros, seres humanos, hemos de rezar!

 

Afirma también San Alfonso María de Ligorio que Dios quiere conceder las cosas necesarias a la salvación a los que rezan: “Todo lo podemos con la oración; con ella nos dará el Señor las fuerzas que necesitamos”.12 Las gracias llegan en profusión y de modo eficaz a los que piden, y el pedir ya es una oración. Por tal razón no vacila en afirmar: “El que reza se salva y el que no reza se condena”.13

 

Sin la oración nadie estará preparado para las luchas cotidianas, pues no tendrá el alma predispuesta para Dios, que es nuestra fuerza. Además, tenemos un Intercesor para nuestras oraciones, el propio Cristo. Por eso se debe “rezar como se respira y, por tanto, en ningún momento perder el aliento o el ánimo. La oración unida a la de Jesús y hecha por su intercesión es infalible”.14

 

Muchos enemigos amenazan nuestro espíritu. Es necesario enfrentarlos y derrumbarlos, pero eso únicamente se consigue con la oración: “El Reino de los Cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan” (Mt 11, 12).

 

Tal “violencia” se hace a través de la oración y de la vigilancia. Hay que rezar con espíritu de lucha, con la disposición de sacar todo de sí contra el demonio, el mundo y la carne, nunca dar un paso atrás, nunca ponerse en ocasión de pecado. Así —¡y sólo así!— alcanzaremos la convivencia eterna con Dios y con sus ángeles y santos en el Cielo.

 

11 ROYO MARÍN, op. cit., p. 627.

12 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. El gran medio de la oración. 3.ª ed. Sevilla: Apostolado Mariano, 2005, p. 46.

13 Ídem, p. 44.

14 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. ¡El poder de la oración insistente! In: Lo inédito sobre los Evangelios, op. cit., v. VI, p. 242.

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