El milagro del sol es una prueba contundente de la autenticidad de las apariciones de Fátima. El hecho de haber sido presenciado por decenas de miles de personas desde lugares diferentes excluye cualquier tentativa de atribuirlo a una mera sugestión.
El canónigo don Manuel Nunes Formigão, primer eclesiástico que investigó los hechos acaecidos en Fátima en 1917, interrogó a numerosas personas con buena reputación de la región sobre la posibilidad de que esos acontecimientos fueran una farsa, fruto de la imaginación de los pueriles videntes. Y todas las respuestas, con pequeñas variaciones, fueron categóricas.
En ese mismo sentido, el Informe de la Comisión canónica diocesana sobre los acontecimientos de Fátima atestigua: “No se puede dudar de la sinceridad de los niños. ¿Cómo podían desempeñar una comedia tres niños sencillos e ignorantes, una de 10 años, otra de 9 y otro de 6?”.1
“En octubre haré un milagro”
No obstante lo anterior, Lucía sentía la necesidad de proporcionarles a sus coterráneos una prueba irrefutable de la veracidad de las apariciones. Por eso el día 13 de julio de 1917 le suplica a la hermosa Señora: “Quería pedirle que nos dijera quién es usted; y que hiciera un milagro para que todos crean que usted se nos aparece”.2 Y la celestial dama le responde: “Seguid viniendo aquí todos los meses. En octubre os diré quién soy y lo que quiero; y haré un milagro que todos verán, para que crean”.
Una de las fotografías sacadas durante el milagro y publicadas por la prensa
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Al mes siguiente, ante las insistentes peticiones de Lucía, la Virgen le repitió su promesa: “El último mes haré un milagro, para que todos crean”. Y en la quinta aparición Nuestra Señora se reafirmó usando casi las mismas palabras.
“No ofendan más al Señor”
Finalmente llegó el día esperado. En aquella fría mañana de otoño una lluvia persistente había trasformado en un barrizal el vasto terreno de Cova da Iria, donde se comprimía una multitud calculada ente cincuenta y setenta mil personas procedentes de todos los rincones de Portugal.
Llevada por un movimiento interior, Lucía les pidió a todos que cerraran sus paraguas y rezaran el Rosario. Poco después, los tres pastorcitos vieron a la Santísima Virgen sobre la encina.
A la acostumbrada pregunta de Lucía: “¿Qué quiere vuestra merced de mí?”, le responde: “Quiero decirte que construyan aquí una capilla en mi honor; que soy la Señora del Rosario; que continúen rezando el Rosario todos los días”.
Lucía le transmitió peticiones para que curara a algunos enfermos, y convirtiera algunos pecadores. “A unos sí; a otros no. Tienen que enmendarse; que pidan perdón de sus pecados”, le contestó la Señora. Y añadió: “No ofendan más a Dios, nuestro Señor, que ya está muy ofendido”.
Se obra el milagro anunciado
A continuación, la Virgen se elevó hasta el cielo y desapareció de la vista de los pastorcitos, envuelta en una luz que Ella misma irradiaba. Entonces se sucedieron nuevas visiones, empezando por tres cuadros que simbolizaban los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos del Rosario. Junto al sol apareció la Sagrada Familia: San José con el Niño Jesús en sus brazos y Nuestra Señora del Rosario. Después vieron al divino Redentor transido de sufrimientos, acompañado por Nuestra Señora de los Dolores. Al final se les apareció Nuestra Señora del Carmen, coronada como Reina del universo y con el Niño Jesús en su regazo.
Mientras los tres niños contemplaban los celestiales personajes, se obró ante la multitud el milagro anunciado. “¡Miren el sol!”,3 gritó Lucía después de su coloquio con la Virgen. En aquel instante se entreabrieron las nubes y surgió el sol como un inmenso disco de plata. Y se dio un hecho notable: todos podían fijar la vista en él sin que sus ojos se dañaran. Súbitamente, se puso a “bailar”, girando con asombrosa celeridad como una rueda de fuego; en seguida, tembló espantosamente y, en un descomunal zigzag, se precipitó sobre la muchedumbre.
Un inmenso grito escapó del pueblo allí reunido. Todos cayeron de rodillas en el barro, creyendo que serían consumidos por el fuego. Muchos rezaban en voz alta el acto de contrición. Pero luego el sol se fue elevando poco a poco hasta retornar al punto del horizonte de donde había bajado. Y ahora ya no se podía fijar la mirada en él.
Testigos imparciales
El hecho de que casi 70 000 personas presenciaran el milagro, algunas de ellas situadas a 40 kilómetros de Cova da Iria, hace inválida cualquier tentativa de atribuirlo a una sugestión colectiva.
Sin embargo, podría considerarse que el testimonio más valioso sobre el milagro del sol fuera un artículo publicado dos días después de los hechos en el gran periódico anticlerical portugués O Século. Su editor jefe, Avelino de Almeida, no tenía una pizca de católico; aquel mismo día 13 había escrito un artículo irónico burlándose de las manifestaciones de religiosidad en el lugar de las apariciones.
Este escéptico que tan sólo se acercó a Cova da Iria por obligación profesional así describía el fenómeno del cual fue testigo ocular: “Y, cuando imaginaba que ya no vería ninguna cosa más impresionante que esa ruidosa pero pacífica multitud animada por la misma obsesiva idea y movida por el mismo poderoso anhelo, ¿qué vi aún de verdaderamente extraño en el carrascal de Fátima? Que la lluvia, a la hora prenunciada, deja de caer; que la densa masa de nubes se rompe y el astro rey —disco de plata fosca— en pleno cenit aparece y empieza a danzar en un baile violento y convulso, del que gran número de personas imaginaba ser una danza serpentina, tan bellos y rutilantes colores revistió sucesivamente la superficie solar”.4
Al encuentro de este testimonio viene otro de uno de los más ilustres eruditos de entre los que allí se encontraban, profesor de la Facultad de Ciencias de Coímbra: “Lo maravilloso era que, durante mucho tiempo, se pudiera mirar fijamente al astro llama de luz y brasa de calor sin que dolieran los ojos ni se deslumbrara la retina, que cegara. […] Ese disco nacarado tenía el vértigo del movimiento. No era el cintilar de un astro en plena vida. Giraba sobre sí mismo a una velocidad arrebatadora”.5
“Volveré una séptima vez”
Terminados los prodigios, que duraron cerca de diez minutos, todos se miraron perturbados, pero enseguida hubo una explosión de alegría: “¡Milagro! ¡Los niños tenían razón!”.6 Gritos de entusiasmo resonaban en las colinas adyacentes; muchas personas notaron que sus ropas, empapadas por la lluvia que había caído durante todo el tiempo que precedió al signo enviado por la Virgen, se secaron completamente. Había concluido el ciclo de las seis apariciones de Fátima.
Concluido… por el momento, porque las palabras que dijo Nuestra Señora en su primera aparición, la del 13 de mayo, dejan un misterioso interrogante por resolver: “Volveré aquí aún una séptima vez”.7
1 DOCUMENTACIÓN CRÍTICA DE FÁTIMA. Doc. 120, 1930-04-13. Relatório da Comissão Canônica Diocesana sobre os acontecimentos de Fátima. Fátima: Santuario de Fátima, 2013, p. 431.
2 SOR LUCÍA. Memórias I. Cuarta Memoria, c. II, n.º 5. 13.ª ed. Fátima: Secretariado dos Pastorinhos, 2007, p. 176. Las siguientes frases del diálogo de sor Lucía con la Virgen, citadas entre comillas en este artículo, han sido sacadas de la misma obra.
3 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. ¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará! Madrid: 2017, Asociación Salvadme Reina de Fátima, p. 77.
4 ALMEIDA, Avelino de. O milagre de Fátima. In: Ilustração Portugueza. Lisboa. Serie II. N.º 610 (29/10/1917); p. 356.
5 VISCONDE DE MONTELLO. Os episódios maravilhosos de Fátima. Guarda: Veritas, 1921, p. 23.
6 CLÁ DIAS, op. cit., p. 80.
7 SOR LUCÍA, op. cit., n.º 3, p. 173.