Grandeza y bondad de Dios

Publicado el 05/03/2019

Hay bellezas de la naturaleza cuya formación se desarrolló solamente en la presencia de Dios, pero que estaban destinadas a dar al hombre una idea del Cielo, donde los legítimos anhelos de grandeza, aislamiento y convivencia son plenamente atendidos.

 


 

Esta es una lindísima fotografía de los Alpes, tomada desde un avión. Tal vez sea interesante mostrar el contraste de ese panorama con otros a los cuales estamos habituados.

 

Grandeza y aislamiento en un pico nevado

 

Nieva en poquísimos lugares del territorio brasileño. Algo en Santa Catalina. En Campos de Jordán no me consta que caiga nieve, pero de vez en cuando cae una especie de helada muy gruesa, la cual da un poco la impresión de nieve.

 

En esta fotografía está caracterizado el paisaje cubierto de nieve, con toda la poesía y hasta la magnificencia que ella trae consigo.

 

No obstante, confieso que lo más bonito del panorama, a mi ver, no es la nieve, sino la configuración de ese monte, con una cresta que llega bien alto y, después, se levanta otra cresta más. El bloque donde está ese monte me sugiere la idea de una fortaleza medieval. Se nota que está cercado por una muralla natural. Su forma vagamente circular imita a la de muchas fortalezas medievales. En el centro del área fortificada se encontraría el castillo, y allí, como si fuese una torre prodigiosa, ese otro pico más alto.

 

El hombre no puede mirar un paisaje como ese sin imaginarse a sí mismo en esas cimas y qué sensación tendría si estuviese allá en lo alto. Si tuviese, por ejemplo, medios financieros y técnicos para construir una fortificación en aquel pico más alto, ¿qué sentiría? Tal pregunta no es de un soñador imbécil, sino que es un modo de degustar mejor un panorama.

 

Ese hombre tendría la sensación de estar colocado en lo alto de una grandeza colosal. Si poseyese un castillo cubriendo aquel pico, se sentiría el castellano de los castellanos, alguien que está en una altura fantástica a partir de la cual él domina, con la mirada y con el pensamiento, todo cuanto de contemporáneo se desarrolla a sus pies.

 

Pero sentiría, en compensación, un aislamiento tremendo, porque la nieve no es su hábitat natural. El hombre no fue hecho para vivir en la nieve, y sí para morar en lugares donde de vez en cuando nieva. Es verdad que los esquimales y otras poblaciones logran vivir en un panorama nevado así, pero en condiciones de vida enteramente primitivas y con un desarrollo cultural de los más elementales.

 

Cielo: pico donde se unen las alegrías del aislamiento y de la convivencia

 

La nieve vista así da la impresión de un panorama en el cual el hombre está tan aislado como si estuviese en la luna, separado de sus contemporáneos, de todo el mundo, incomprensible para todos, dominando todo desde lo alto, pero sufriendo aquello que Dios dice en el Génesis, antes de crear a Eva: “No es bueno que el hombre este solo” (Gen 2, 18). El aislamiento, sobre todo cuando se vuelve más imponente y aplastante por la grandeza, es una cosa que pesa enormemente.

 

Un castellano viviendo en un castillo imaginario, acompañado apenas de dos o tres criados, viendo los días que se suceden a las noches y las noches a los días, las tempestades de nieve o las nubes que cercan de todos la dos, dando la impresión de que el castillo está volando, sentirá en determinadas horas un tal aislamiento que podrá tornarse angustiante.

 

Por otro lado, para quién no vive en la nieve, mas en la trivialidad de todos los días, hay unas ganas de salir de la banalidad, un deseo de volar dentro de los horizontes de la grandeza.

 

El ser humano es de tal manera, que, si tiene elevación de alma y se encuentra, por ejemplo, en la Plaza del Patriarca en el centro de San Pablo, viendo ese panorama, podría pensar: “¡Pero como sería bueno estar allá en lo alto!” Sin embargo, quién estuviese en la cumbre de la montaña, si le mostrasen la Plaza del Patriarca y le ofreciesen bajar, sería capaz de tener la flaqueza de decir: “Entonces, vamos, porque allá está muy calientico y agradable.”

 

No obstante, hay un poco de verdad en ambas actitudes. Considerando eso comprenderemos mejor el Cielo.

 

Porque el Paraíso es de una elevación, de una altitud – no física, sino moral – incomparable. Pero, por otro lado, allí no se está solo. El hombre se encuentra en la presencia de Aquel que es su finalidad, siente la compañía absoluta para la cual fue creado. En presencia de Dios está como que embriagado de la alegría de tener contacto y de conversar con Dios: infinitamente más alto que ese monte, pero al mismo tiempo infinitamente más condescendiente, afable y amoroso que las ideas que esa montaña sugiere.

 

Además, en el Cielo la persona está integrada en toda la corte celestial, pasa a ser príncipe de ella. Es la corte de los bienaventurados, de los Santos y de los Ángeles. Ellos tienen allí la felicidad completa que reúne las alegrías aparentemente contradictorias de formar parte de una multitud y de estar solo en un pico. Allí se está en lo más alto de los picos, cercado y en una convivencia idealmente afectuosa, respetuosa, amable, con la más perfecta de las multitudes, que es la multitud inmensa de aquellos que se salvan.

 

Bellezas que se desarrollaron a los ojos de Dios

 

En esta otra fotografía vemos el cielo azul, el día límpido y podemos apreciar mejor la belleza, la magnificencia de esa ubicación. Se diría que algo semejante a los contornos de una fortaleza medieval aún se torna más claro que en la fotografía anterior, pero pareciendo más un cráter de un volcán del cual salió, en determinado momento, de las entrañas más calientes de la tierra una materia cualquiera incandescente, llevada por un chorro enorme y que, cuando llegó arriba se petrificó en el frío y formó eso que vemos.

 

No había hombres en la tierra cuando hechos geológicos así dieron origen a los panoramas que hoy existen. ¡Mas, que cosas lindas en esa ocasión se desarrollaron a los ojos de Dios! A través de paisajes como ese Él nos hace sospechar un poco cuáles eran las bellezas creadas por Él antes de que nosotros existiéramos. En ese sentido, podemos pensar que millares y millares de años antes de que esas montañas fueran conocidas por el hombre, Dios las modeló con la intención principal de dar a los hombres la oportunidad de hacer estas o mejores reflexiones respecto de su grandeza y bondad.

 

(Extraído de conferencia de 21/12/1988)

 

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