Inocencia y perspicacia

Publicado el 06/05/2019

El hombre simplemente en estado de gracia, pero sin la inocencia, es menos perspicaz que el hijo de las tinieblas, el cual es fundamentalmente egoísta. Pero cuando alguien tiene un grado de amor de Dios y de inocencia tal que excede el egoísmo y lo resguarda para conservarlo, es más ágil, inteligente y combativo que el egoísta conservando sus ventajas.

 


 

En el modo de ser del hombre nacido entre las décadas de 1920 y 1940 más o menos, se destacaba, sobre todo, la extroversión, el correr tras las cosas que están fuera de él, las cuales quiere tener porque le producen el bienestar interno que desea, y con eso la felicidad. Entonces, poseer muchos automóviles, barcos, casas muy variadas para pasar vacaciones, todo eso era deseado, no tanto por causa del bien en sí mismo, sino por producir en el hombre una felicidad y un bienestar que resuelven el problema del alma.

 

Conocer a una persona por su modo de ser

 

De esa posición extrovertida, provenía la idea – y aquí está el error fundamental – de que un hombre sólo puede juzgar a otro por las acciones externas que practica. Por tanto, por las cosas que dice o hace, pero no por el aspecto, por la fisonomía, por su presencia. Las impresiones en ese sentido eran tenidas, en esa época, como fatuas y erradas. El hombre juicioso no debería actuar frente a un tercero basándose en eso, sino en virtud de lo que el otro declara o realiza.

 

Ahora bien, de hecho, el hombre tiene una posibilidad de sentir la afinidad o la heterogeneidad con otro hombre, independientemente de aquello que éste diga o haga. Si esa capacidad de tener impresiones de este tipo no es relegada de inicio al cesto de la basura, sino que es trabajada, aprovechada y educada, el hombre es capaz de afinar mucho su percepción y llegar a una especie de discernimiento natural de los espíritus.

 

El hombre puede conocer a otro, y la presencia de una persona puede ser insoportable para otra, simplemente por su modo de ser, sin que esto constituya un juicio temerario ni impaciencia. Sino que, de punta a punta, son dos mentalidades diferentes que se enfrentan. Este es el conocimiento por connaturalidad que completa el conocimiento racional, adquirido por el individuo al analizar las palabras, los gestos y las actitudes de una determinada persona.

 

Por causa de eso, sostengo que hay en el fondo de la mirada del revolucionario algo por donde él ve el fondo del contra-revolucionario. Ve lo que se dice ver y no perdona, porque existe la enemistad de la que nos habla la Sagrada Escritura: “Inimicitias ponam…1

 

Luego, existe también – por lo menos debería existir –, lo contrario del lado contra-revolucionario: ver al revolucionario y ser completamente incompatible con él. El revolucionario y el contra-revolucionario necesitarían, por lo tanto, al verse, mantener una oposición recíproca que vaya hasta la remoción del revolucionario del panorama de vida del contra-revolucionario. Esto es, la disminución del prestigio, del poder, en último análisis, erradicación del panorama en los modos que fuesen adecuados. Lo que ciertamente se da del lado del revolucionario; ellos hacen eso. Pero nosotros fuimos preparados para no hacerlo, lo que explica la derrota sistemática del contra-revolucionario, porque nosotros negamos ese principio.

 

El hijo de la luz y el inocente

 

Por cierto, los malos realizaron eso con Nuestro Señor Jesucristo. Él les hizo todo el bien y los malos respondieron de aquella manera, prefiriendo a Barrabás en vez de al Salvador, porque su presencia les era insoportable, mientras que la de Barrabás la soportaban completamente.

 

En mi opinión, esa vivacidad del sentido del revolucionario al percibir al contra-revolucionario explica la queja de Nuestro Señor en el Evangelio: “Los hijos de las tinieblas son más sagaces, en su género, que los hijos de la luz” (cf. Luc 16, 8). Ellos, espontáneamente son así.

 

El revolucionario, por ser fundamentalmente un egoísta, tiene todo el movimiento del instinto de conservación y de los instintos del amor de sí mismo, llevado a una vivacidad que proviene de la casi brutalidad del sentido del ser, cuando este se ejerce sin contrapesos: “¡Yo soy y quiero ser agradablemente! Porque quien tiene el esse2 quiere poseer el bene esse. Y para ser agradablemente yo necesito tener un orden de cosas que me dé tales placeres y tales ventajas. ¡Y así, iré detrás de todo eso! Y, sobre todo, no puedo tener la presencia contraria, que me contradice y me hace la vida imposible. Por lo tanto, a este contra- revolucionario, más que a cualquier cosa, ¡lo detesto!”

 

Estatua ecuestre de Santa Juana de Arco – París. Francia

También a causa de eso, desde el tiempo del colegio, se ven cosas como esta: Dos niños son parientes, viven en casas vecinas, tienen afinidades importantes. En la primera infancia, jugaron juntos muy agradablemente. Pero uno se hizo revolucionario, y el otro preservó su inocencia. ¡El revolucionario no toma en consideración esos factores de unión y de afinidad para nada! Él es aliado de otro revolucionario. Y si presenciase una pelea entre un extraño y el amigo contra- revolucionario, en el fondo le dará la razón al extraño y se opondrá al contra-revolucionario.

 

La inocencia puede tener perspicacias, agilidades y valentías heroicas mayores que las de los hijos de las tinieblas. Un ejemplo de eso fue Santa Juana de Arco. Para que el perfil moral de esta santa quede completo, no se puede imaginar que ella hubiese nacido, por ejemplo, en la Florencia de aquel tiempo, en medio de los esplendores del renacimiento. Necesitaba nacer en una pequeña aldea como Domrémy, y ser pastora. Fue allí donde ella adquirió la experiencia de la vida, se hizo ágil, dúctil, enérgica… La heroína y la política que llevó a cabo se formaron en Domrémy, en la inocencia.

 

Cuando el alma tiene un cierto grado de nupcias con la inocencia, puede más que los hijos de las tinieblas. El hijo de la luz es la inocencia en su estado de integridad. La super excelencia de la condición de inocente es ser hijo de la luz.

 

Entre los inocentes, el más perspicaz es el que tiene, por tanto, una entera unión de alma con la luz, y a quien ésta se comunica por completo. Cuando él no es malo, pero no tiene esa inocencia, entonces la luz incide en él más débilmente. Ahora bien, Nuestro Señor no dice que los hijos de la luz deberían ser necesariamente menos perspicaces. Él constató un hecho concreto: ellos habitualmente son menos perspicaces.

 

Es decir, raros son los fieles a la inocencia. Hay aquí, por tanto, una cuestión verbal para resolver. ¿El que nosotros llamamos inocente es aquel que conservó toda la fidelidad a la inocencia – y entonces el hijo de la luz es menos que el inocente; o el hijo de la luz y el inocente deberían designar la misma categoría de persona?

 

Deberíamos decir: el hombre simplemente en estado de gracia, pero sin la inocencia, es menos perspicaz que el hijo de las tinieblas. Sin esa inocencia el hijo de la luz tiende a ser bobo. Eso se explica, porque cuando un hombre tiene un grado de amor a Dios, y de inocencia tal, que excede el egoísmo y lo resguarda para conservar la inocencia, ese hombre es más ágil, más inteligente, más combativo, más militante que el egoísta conservando sus ventajas.

 

Santa Juana de Arco desde el inicio tuvo la perspicacia que superó a los hijos de las tinieblas. En ella, la santidad inocente, en Domrémy, acumuló una capacidad que la militancia transformó de potencial en actual y, por tanto, en cierto sentido, aumentó. La práctica de la virtud aumenta la virtud. Pero, potencialmente, todo nació en Domrémy.

 

Ella recibió, ciertamente, esta inocencia en grado muy eminente, [y] más que el común de las personas, por causa de la misión a realizar, eso es evidente. Pero, por analogía, en grado menor, eso se verifica también con cualquier persona que conserve la inocencia íntegra, en la proporción dada por la Providencia.

 

San Juan Bautista: un inocente en el más alto grado

 

El tipo del inocente fuerte en su plena acepción es San Juan Bautista. Concebido ya en la Nueva Ley, es verdad que en pecado original, pero purificado de ese pecado poco después de haber sido concebido, y destinado para anunciar al Cordero de Dios que vendría.

 

Decapitación de San Juan Bautista –

Museo de Bellas Artes. Dijon. Francia

Respecto de San Juan Bautista, Nuestro Señor dijo que era Elías, un Ángel, el mayor hombre nacido de mujer. Él no dijo eso de nadie más. Uno se queda un poco sin comprender qué sucedió, porque, por lo que cuenta el Evangelio, él hizo poca cosa. Es decir, se comprende lo que él realizó a través del elogio de Nuestro Señor, la propia Sabiduría encarnada. El Antiguo Testamento nos cuenta lo que él iba a hacer: aplanar las colinas, elevar las planicies, preparar un pueblo perfecto, rectificar los caminos. Toda la actitud de Nuestro Señor en relación a San Juan Bautista, era la de quien creía que él había realizado todo cuanto debía hacer. Ese es el inocente, en el más alto grado.

 

Entonces, se comprende a fondo, esa toma de posición de los hijos de las tinieblas frente al inocente, con ese género y grado de inocencia, y cómo esa oposición es insalvable, pues a partir del momento en el que el individuo llegó a un culmen en la vida, desde donde comprendió que todo se juzga y se piensa a partir de ese punto ápice, él concluye que nada tiene sentido en la existencia a no ser el tomar posición en esa lucha. El hombre entiende también que, o su alma es totalmente coherente con la inocencia, o él está quebrado.

 

Cuando una persona llegó a percibir eso y está iluminada en su punto más elevado por esa luz que, a su modo, es una luz suprema, entonces discernió lo más profundo del alma humana y de la vida.

 

Y así, es llevada a comprender que todos los otros aspectos de una persona que no se relacionan con eso son indiferentes, y que la única cosa verdaderamente importante es tener la unión en aquello. Eso hace que, habiendo dos almas así, sea una para la otra como dos gotas de agua. Hay una entrega completa de ambas almas a la inocencia. Ahora bien, dos cantidades que se entregan completamente a una tercera, son entregadas entre sí. Forman, por lo tanto, al pie de la letra, un solo corazón y una sola alma. Esa es la amistad completa, auténtica, capaz de abarcar diez mil hombres, de punta a punta, como si fuesen uno solo.

 

(Extraído de conferencia de 25/7/1986)

 

1) Del latín: pondré enemistades (Gen 3, 15).

2) Del latín: ser

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